Raquel en Québec (crónicas de Québec)



Años después de haber visto en sueños o como en sueños este lugar, logré llegar en cuerpo y alma de la mano de un gran amor que precisamente nació en estas tierras gélidas y hermosas, de una naturaleza primigenia y arquitectura generosa, de un clima que produce en sus nativos una suerte de bipolaridad emocional y un pragmatismo que me es ajeno.
Mi mejor viaje, mi ciudad en el mundo, el sitio en donde arrojé monedas para poder regresar porque existe algo que proviene de vidas pasadas. Yo nací en Québec, no sé cuándo ni cuántas veces, ni siquiera sé si lo he hecho como mujer o como hombre, pero es mi tierra ancestral, y Venecia es la otra parte que me completa. 
Y el amor que allí me condujo sin saber de mis vidas pasadas ni de las de él mismo, también fue quien de mi mano viajó a Venecia en donde hemos tenido una vida anterior. Ambos vestíamos atuendos del carnaval y tras las máscaras nos reconocimos. 
En Québec, tal reconocimiento fue en el Vieux-Port, lugar en donde nos habíamos enamorado en el siglo XIX. Y como la vida no tiene comienzo ni fin porque nunca hemos nacido y por lo tanto, nunca moriremos, en un capítulo de este siglo veintiuno que tiene tan poco de romántico, nos volvimos a unir, en este siglo infame que llama romanticismo a esa parodia de mal gusto llamada San Valentín, que hace morir a los amores más profundos y puros en pro del individualismo de la modernidad, del egoísmo, de la comodidad, en pos de una supuesta calidad de vida que en lugar de venir de la mano de una persona amorosa está directamente relacionada con el dinero, los viajes en solitario o con gente ajena a nuestra alma, en cruceros atestados de extraños que en completo desasosiego creen que de no aprovechar un viaje, perderán su tiempo, cuando perder el tiempo es perder a la persona amada y que nos ama. 

Me detengo. Tengo que abrigar mi alma y mi cuerpo para salir al hielo. No alcanza todo el amor del mundo para abrazar y ser abrazado por un ser querido si éste es indiferente. Hay que aprender la lección. El amor incondicional no es para todos sino para algunos. No somos todos del mismo planeta o el planeta ha generado personas de distintas especies que no tienen el mismo grado de compromiso afectivo. Pareciera que la gran mayoría, miedosa de abrirse al amor-- busca a quien compartir su soledad en un catálogo en donde se analizan compatibilidades, comodidades, situaciones geográficas favorables, distancias baratas, un escaso uso de la energía, todo antes que los sentimientos y la intuición; todo racional, frío, como el clima de aquí, bajo cero. 
Tomo mi café antes de salir a las calles. No sé si me dan lástima o rabia; quizás debería decir que cuando no me incumbe, me da pena al ver el terror del hombre intelectual de ser capaz de vivir un gran amor. Cuando la situación me involucra, me invade un odio tan intenso como el amor que puedo llegar a sentir porque el odio es el amor que no encontró el camino, en cambio un capricho puede ser seguido de indiferencia. Se acaba el entusiasmo, comienza la distancia y el silencio de muerte. 

- No me lastimes; soy frágil... 
Habría que haber respondido: - Haz otro tanto conmigo. Cuídame que soy frágil y leal. No me abandones por un ataque de rabia. Piensa en mí.

Peligroso pedido de quien terminará dejádote primero por miedo a que lo dejes tarde o temprano.
Observo que la mayoría va a lo que cree que es fácil--trampa-- cuando lo más natural es estar con el ser amado en el sitio correcto y generando las circunstancias que nos lleven a la felicidad que sin dudas no carecerá de obstáculos. ¿Dónde existe la paz permanente? 
En el sepulcro, quizás. 

Yo lo sabía, pero Québec me lo confirmó; es algo personal, intransferible, de mi propia alma. El amor vive en mí, en Raquel. El amor fluye dentro de mí, no se rinde, no abandona a nadie; no permite tal insulto al universo. Uno da su regalo y no debe esperar nada justo a cambio porque esa dádiva sería una especulación. Se siente un amor puro y se da, con las virtudes y defectos que uno pueda tener, nadie se creerá perfecto ni excento de error, al menos no yo. Y mientras el otro aprecie nuestra devoción, mientras el otro quiera ese cariño que solo espera cariño en retorno y no cosas materiales, todo irá bien. Después, no hay nada más que hacer.

Miro a través de una de las tres ventanas de doble vidrio de mi departamento en la rue Saint Flavien, y me pregunto por qué tanta incomunicación, tanta incomprensión y desencuentro. ¿Quién es el responsable de que se le llame justicia a la injusticia y amor al mero deseo, deseo a una pulsión y pulsión al instinto? ¿Cuándo se banalizó tanto el ser humano? 
Camino por mi calle hasta la rue des Remparts y me pregunto--confieso que con lágrimas en los ojos-- por qué siendo Québec tan perfecto lugar, tan silencioso como a mí me gusta, no tiene un nido fuerte y seguro que pueda cobijarnos a los dos por largo tiempo sin sufrir la tempestad. 

Nota: Foto tomada por mí en Québec

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sor Constance

Breve encuentro

Buena