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Mostrando entradas de enero, 2010

Sor Juanita

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Perdida en la multitud, no da imagen alguna de mujer perdida; au contraire. Sedienta de paz, no se la ve desasosegada ni ansiosa por lograrla aún en contra de la corriente. En un mundo en que las monjas se han convertido en artículos de anticuario, Sor Juanita escribe y lee mensajes de texto en su teléfono celular, y en momentos sonríe ante algunas respuestas que le llegan del otro lado.  Ella vive dentro de este mundo, no fuera de él, pero lo hace a su manera, con su estilo algo desacatado para tratarse de una religiosa, aunque gozando del respeto de la congregación entera gracias a la fuerza de su carácter sin dobleces. Así es Sor Juanita... libre, aunque los demás piensen que ha perdido su libertad al ingresar al convento; sana mentalmente porque razona y discierne, elige y cede cuando es menester hacerlo. Sabe pertenecer a un núcleo sin quedar pegada a él y ante todo, es muy buena amiga de monjas divertidas y de monjas tristes. Con las alegres festeja y con las apagadas, hab

Sor Jeanne Marie-Claire

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En el despertar de su sexualidad, Jeanne Marie-Claire se dio cuenta de que su veleidad era preocupante y que a la vez, en ella convivían una fe poderosa en Dios y una aceptación del dogma católico, que para otras era precisamente un problema y la traba para ingresar a la vida monástica. En sueños diversos y en imágenes recurrentes diurnas que se le aparecían en cuanto permanecía cinco minutos en soledad, veía que dos caminos se abrían ante ella: uno, en donde presentía vivamente que pasaría de unos brazos a otros sin el menor apego, y el otro camino que la conducía hacia una vida contemplativa en donde en lugar de verse abrazada y besada, se encontraba rodeada de otras individualidades femeninas vestidas al igual que ella. Jeanne Marie-Claire floreció a la vida femenina y sintió un deseo compulsivo más fuerte de lo que su educación y su casa permitirían, a menos que ella se fuera y viviera otra vida lejos de su familia, o los enfrentara, aunque por esto tuviera que dejar de vi

Sor Fidelia

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Guillermina B. hizo varios intentos para entrar al convento, pero siempre le ocurría lo mismo: se enamoraba de algún energúmeno que empezaba siendo un santo varón con una interesante cuota de sex appeal y cultura, y terminaba siendo un ser completamente distinto al que la vida le había presentado.  Así, Guillermina llegó a pensar que su vocación religiosa no era genuina y que ella no valía la pena ni para el convento, ni para el matrimonio.  Sintió que había fracasado en ambas empresas. Un día, cuando cumplió cuarenta y cinco años y ya llevaba un divorcio y una viudez encima, por fin dejó de esperar a que la vida le presentara mágicamente a Mr. Right, e ingresó en el convento de las carmelitas de Victoria, en donde fue descubriendo día tras día que había en su vida una etapa sellada con lacre y escrita en su diario íntimo, con algunos bellos recuerdos de momentos breves de gloria. Dejó todo, aunque se llevó una caja de madera de caoba con sus objetos más amados, y también un no