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Mostrando entradas de 2010

Los entuertos de Eustaquia

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Eustaquia no sabe en dónde está parada, si es que está parada, porque hasta de eso mismo duda. Quizás esté acostada e imagine todo lo demás. Se siente desubicada con ese nombre que la marca cuando va a los conciertos de rock que le fascinan, ataviada con su indumentaria negra que provoca, dejando los hombros desnudos gracias a unos tajos hechos adrede a una remera semiajustada que le marca el busto de manera casi insultante y excitante.  Y ella va, con sus ojos delineados con lápiz negro y cargados de rimmel XXL que le hace el efecto de cortina más que de pestañas pobladas, y se abre paso con ese nombre que pega más con una monja de clausura del siglo XIX que con una mujer que rasga sus prendas para insinuar una sexualidad existente. Ella mira con ojos de gata amenazante, se pone a la defensiva y usa esa postura corporal que tienen los desconfiados, y con la mirada taladrante dice sin decir:  - Ni se te ocurra burlarte de mi nombre porque te castro acá mismo.  Y   avanza Eustaq

Las disertaciones de Bonita

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A nadie se le ocurrió jamás, ni a uno solo de los que la conocieron, darse cuenta de que Bonita era su nombre real, el que aparecía en el documento de identidad.  Y ella, que andaba por la vida prestando atención a todo lo que la rodeaba y era una gran observadora de causas sin remedio, siempre pensaba en que la gente necesita transformarle el nombre al otro de un modo u otro, salvo excepciones. A las Florencias se les dice Flor, Florcita, Floppy, pero Florencia, muy pocas veces. Pareciera que emitir el nombre completo es una afrenta, algo demasiado formal, o la demostración de un enojo o antipatía hacia la susodicha. ¿Por qué? Bonita era curiosa de los mecanismos de la mente humana. Ahora le había dado por los nombres, quizás porque el de ella era tan poco frecuente como su personalidad divertida, cálida y en momentos, desconcertante. ¿No puede ser que a uno sencillamente le guste el nombre de la persona? No.  No son así las reglas de la sociedad. Si queremos a alguien, lo tenemos

Anaïs

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Anaïs iba a llamarse Rosa, y antes, Aurelia. En algún momento de desacuerdos entre la madre, el padre, los abuelos y primos, amigos y todo aquél que quisiera opinar, la criaturita de Dios había pasado por muchos nombres de distintos orígenes y sonidos diversos. Dentro de las divagaciones estivales, también se pensó en llamarla Pétalo, pero la abuela paterna protestó a tiempo y fue escuchada. No toleraba que una nieta suya llevara uno de esos nombres hippies de la década del sesenta. ¿A quién se le ocurre llamar Pétalo a una bebé? Justamente al hijo de la dama que protestaba. La nuera volaba en su alfombra mágica mental imaginando a una hija suya con nombre telúrico: Eulalia, Rosenda, Cirila, Simona, Zoila... basta. Las abuelas armaron una trinchera impenetrable y ante ese muro de Berlín, nadie se atrevió a decir "esta boca es mía". Anaïs nació y aún no tenía nombre. En un mismo día se barajó la posibilidad de Rosa-María, Analía, Berenice, Azul, Ayelén, Denise y Vicenta.

La primavera de Vera

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El otro día, cuando volvía entre extenuada, satisfecha y melancólica de dar una clase de canto, me encontré con Rodolfo y Vera en la puerta de mi casa. Venían a invitarme a tomar un helado. Saludé a mi perra, le abrí la puerta para que saliera a disfrutar de las plantas, dejé las cosas entre el perchero y el sofá, me cambié la sandalias altas por las bajitas y me fui con ellos a compartir un rato de vida. La vi tan linda a Vera, tan florecida, tan tocada por el rayo del amor correspondido. Cómo cambia la gente ante el amor y el desamor. Un rostro pasa del esplendor a la opaquez en cuestión de horas. Vera brilla y tiene miedo de que le dure poco y yo le digo que no tiene por qué durar poco si todo está tan bien entre ellos. Y se pasa de la opacidad al brillo también de un momento a otro, y las miradas son otras, y el cuerpo expele ese aroma entre hormonal y lleno de vida que puja por salir por cada poro. La energía es positiva y el mundo parece menos hostil, menos hosco y más amable.

Sara

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Sara iba sentada en el colectivo, en uno de esos asientos que a nadie más que a ella y a mí nos gustan, los que están ubicados de espaldas al conductor y de frente al resto de la humanidad que viaja con cara de nada. Mientras otros se marean y despotrican, Sara disfruta del viajar al revés y ver alejarse lo ya transitado, que es también un dejar atrás pero bien a conciencia, dando la cara, no escapando para hacer de cuenta de que ese pasado no sucedió. Ahora que sé qué le pasa a ella, entiendo por qué me gusta también viajar en ese asiento transgresor y a contramano, un sitio que descoloca y desprograma, que dobla las esquinas en otro sentido y empuja la espalda hacia atrás con cada frenada en lugar de echarte hacia adelante. Uno sube a un transporte y coloca su culo en donde puede, en donde no haya un vómito, una escupida, algo sospechoso y repulsivo. Pero hay gente que se ha confesado incapacitada para sentarse de espaldas al conductor, y me pregunto qué trauma tendrán, qué les

Loca

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La loca es tan sucia como hermosa, y vive escondida bajo su fachada maloliente  de mujer extraviada y alejada del mundo de los hombres buenos. Algunos la llaman "la loca de la vuelta", como si viviera a la vuelta de la casa de alguien. Otros dicen que es "la loca de la plaza", porque ella pasa muchas horas en ese lugar que parece regalarle una cuota de felicidad que nadie más puede comprender, a menos que transite una dimensión compatible con la de la desventurada. Casi todos se creen con más derecho que ella a estar en la plaza, planean formas de sacarla de ahí, piden que la vengan a buscar del Moyano, así la dopan y vive como una planta que no jode. Intentan espantarla como si fuera una mosca que merodea la zona del asado, una cucaracha en la sopa de un bar berreta, un bicho que se metió en el oído, una piedrita en el zapato. Y la tipa no se le acerca a nadie, no grita, no conversa, no pide y no brama. En algún momento de su día, la loca transita por el cua

Delirios

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Como parejas extraviadas mentalmente hay por doquier, y empiezan poniéndoles a los hijos nombres de cualquier cosa que se les cruce por la mente para terminar dejándolos olvidados en un supermercado, así fue como los padres de Delirios decidieron una noche primaveral, (previa al parto que traería a este mundo pintoresco y caótico a la nena) llamar a su hija Delirios. Como ambos se culpaban uno al otro de delirar a lo pavote, no encontraron mejor cosa que dejar por sentado y bajo firma legal, que se hacían cargo de otro delirio, aunque éste era un ser vivo que tuvo a su madre en trabajo de parto todo el día. Delirios creció sana y fuerte, porque ella era de una naturaleza especial y porque sus padres (delirantes) al no caer nunca demasiado en la realidad, vivían construyendo mundos paralelos en donde la podredumbre exterior no tenía cabida, y en cierta forma era mejor eso, que tener a Delirios mirando Crónica TV para saber cuántos muertos había en el día. Remedios y Milagros (herma

Elizabeth después

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La vida de Elizabeth se complicó por un grupo de cartas guardadas celosamente en un cofre bellísimo de madera de boj, taraceado con fragmentos finísimos de marfil y bronce, presumiblemente heredado de María, su madre que había muerto de sífilis. El hecho de las cartas fue dado a conocer por un cierto Lord que pagado por alguien más, se habría atrevido a revolver las habitaciones de la reina. Posiblemente, habría encontrado tales cartas en Edimburgo, en el cofre que llevaba grabadas las iniciales de ella. Esas cartas contenían datos demasiado comprometedores, además de documentos que incluían el certificado de matrimonio de Elizabeth con el monarca francés, esa unión malograda, realizada y consumada por culpa de aquella imposición de cuando aún ella tomaba de la teta de su madre.  No permitieron a Elizabeth permanecer junto a sus cartas impregnadas de aroma a flores, madera y recuerdos. Todo sería usado en su contra y ni siquiera tendría acceso a estas pruebas o a hablar en su propia

Elizabeth

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La pequeña Elizabeth, con seis días de edad, fue proclamada reina. Ya empezó su vida en medio de una mezcla de pañales y coronas, protocolo y trono, escuchando mucho más que esas palabritas dulces inventadas para los bebés, esas pavaditas dichas con vocecitas deformadas de personajes que a los niños tanto encantan. Coronaron a Elizabeth a los nueve meses y fue noticia en todas las cortes de Europa. La crème de la crème se reunía para departir acerca de la juventud extrema de la monarca talle extra small, cuyo destino matrimonial ya había sido trazado cuando aún tomaba del pecho de su madre. En el día de la coronación, vistieron a la pequeña Elizabeth con pesados trajes reales en miniatura. Una capa carmesí de terciopelo fue sujetada alrededor de su cuello minúsculo con un pequeño gancho forrado de armiño, y junto a las joyas cosidas al satén con las mangas que colgaban largas, se envolvió a la niña, que podía incorporarse pero no caminar. Fue llevada por Lord Hartford en solemne p

Tragedia

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O su madre era ávida lectora de García Lorca y quiso ganarle a Angustias y Martirio de La casa de Bernarda Alba , o su padre era un actor de raza que tras haber dejado desparramados en algún sitio del mundo a sus mellizos Drama y Comedia, frutos de un amorío casual con una gitana clarividente, se sintió en la obligación de llamar nada menos que TRAGEDIA a su tercera hija inocente. El caso es que la joven se llamaba así y a nadie le daba por apocoparle el nombre, ni se les ocurría llamarla Camila, Mariana, Paula, Daniela, Sabrina, Glenda, Ivana o Belén... algún nombre decente. De hecho, hay mucha gente que se llama Ifigenia y se hace decir Elsa, o fue infelizmente bautizada como Nicanora y for export es Nora. Podría haber sucedido... Y Tragedia era una chica muy cómica, graciosa y extrovertida, que de tragedia no tenía más que el rótulo porque ella era una campanita tintineante que solamente ofrecía cosas buenas y generaba un afecto inmediato del otro lado. Las maestras la nombraban

Raquel

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Mirando intensamente la velita violeta con brillantina plateada, instantes después de haberse apagado la luz para acometer tal instancia, y concentrada en el fulgor de la llama, Raquel pidió sus tres deseos, que no fueron en realidad tres, sino el mismo solicitado de tres maneras diferentes, esperando que Dios, Zeus, San Gennaro o el Cosmos se lo concedieran, y sosteniendo la decisión de difamar a cada uno de ellos por embustero, en caso de no obtener respuesta alguna.

Nina

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Nina despertó y ésa no era su cama, ni su dormitorio, ni su casa. El techo era más alto, las paredes más separadas entre sí y ni siquiera coincidían el color o el aroma del ambiente, porque su casa, la verdadera y no esta porquería en la que aparecía ahora, olía siempre a azahares y jazmines, cuando la nueva realidad destilaba el tufillo de cuando los tapizados y la ropa no están limpios, algo rancio. Cosa rara, inexplicable, fuera de todo razonamiento. Nina se levantó sintiendo que el cuerpo latía y vibraba a cada paso; podía escuchar el torrente sanguíneo navegando por su cuerpo y hasta un ruido sordo de los pensamientos batallando en su cerebro. La sensación era de vértigo e hipersensibilidad, así también sus emociones que la zarandeaban de un lado a otro... deja de zarandear al bebé que lo vas a marear... jeda ed radanzear la ebeb equ sav a raemear... Pensó en que probablemente estaba drogada y casi de inmediato recordó que había pasado en su casa los últimos dos días, a causa d

Perla

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Perla paseaba al aire libre. Ir a lugares plagados de gente no era lo suyo. Las multitudes la ahogaban y tenía una marcada tendencia a la claustrofobia. Las pocas veces que se encontraba sumándose al paseo multitudinario, se sentía como parte del ganado que va al matadero y no como alguien que supuestamente está paseando relajadamente, amén de que para poder pensar y encontrarse con ella misma, no eran el ruido y las compras sus mejores aliados. Ella necesitaba echar viento a su cerebro superpoblado. Perla amaba ir a los parques, ver patos y cisnes nadando en familia y pájaros cantando a viva voce aprovechando las franjas de vida aún en pie, como esa porción a cielo abierto sobre el parque de Perla... Y ella tenía de todo en la vida menos la tranquilidad. Había matado a su madre, y sin que nadie se diera cuenta. La muerta ya estaba muerta de antes porque nadie la reclamaba ni se preguntaba por su paradero. A veces, Perla padecía ciertos blancos en su mente y confundía la realid

Donata

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Donata vivía en la calle del amor e ingenuamente creía que quienes allí habitaban no podrían escapar al destino inexorable de ser amados perdidamente, en las buenas y en las malas. Pobre Donata con sus pensamientos, aunque gracias a ellos, al menos sostuvo su llama interna hasta el día en que mirando el horizonte, respiró por última vez y murió. Ella siempre estuvo segura de que sería amada y por eso, no dejó de tener esperanzas, y esas esperanzas la sostuvieron hasta esa tarde en que se dio por vencida.

Mia

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Mia despertó. Se sentó en la cama con dificultad. Tenía la nariz tapada, le picaban los ojos, le dolía la cabeza y sentía un calor abrumador. Últimamente no dormía bien, tal vez porque tenía que resolver ciertas cuestiones, tomar ciertas decisiones que iban dilatándose en el tiempo mucho más de lo imaginado, y mientras tanto, sus sueños variados oscilaban entre la más hilarante y ridícula situación, y la pesadilla más aterradora sin efectos especiales, pero con muchos elementos naturales, reales, tangibles, que podrían volver loco al más cuerdo. En su vida onírica se gestaban todas las historias de ficción que Mia escribía posteriormente, lo cual era una ventaja, una muy grande, aunque también dormida era cuando emergían las pistas clave acerca de todo lo referente a su vida fuera de la ficción. Y a veces uno no quiere ver las cosas tal cual son. Mia no necesitaba pedir consejos a otros porque los solos efectos del sueño, le brindaban toda respuesta; entonces, sólo se trataba de dor

Elba

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La llamaron Elba porque nació al alba, y como Alba era ya la madre, la hija sólo poseería la variante de la E, que la conduciría por otros caminos, otras experiencias de vida, una senda quizás zigzagueante al contar con dos vocales y no solamente con una repetida: Elba-Alba, e a, a a.  Elba asomó su tibia cabeza húmeda llena de placenta, a las horas en que el sol despunta y la aurora se instala, un rato, ese instante mágico que perdura lo justo para no morir de estremecimiento ante belleza tal, y permanece lo suficiente como para poder gozar del milagro sin la ansiedad por el tiempo que se va.  El padre se llamaba Bautista y él mismo bautizó a la niña en las aguas del mar, aquel verano en que la hija deseada cumplió dos años. Y los tres juntos jugaron en la playa durante horas, mirándose, riendo y no pensando en las miserias humanas que opacan lo puro. Porque Alba y Bautista eran buenos y así permanecieron en la memoria de Elba para siempre, como dos almas gemelas que se habían enco

Violeta

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Lejana, muy lejana a la cumbia y a la bailanta, existe Violeta y aunque su nombre provoca que una parte de sus alumnos le canten No la dejes ir, no la dejes ir, ¿por qué? te lo digo yo, ¿Quién es? Violeta, y se va sin decir adiós... esta Violeta pertenece a un mundo de sinfonías y melodías cadenciosas, arias y preludios ejecutados por violines, violas y cellos, también algún saxo tenor jazzeando en esas noches de wok, risas, besos y buena compañía.  Ella, Violeta, enseña música en dos escuelas secundarias; una en San Isidro y la otra, en Isidro Casanova. Y en sus momentos de pavada cotidianos, que los tiene y sin remedio, piensa en que Isidro es santo y casanova al mismo tiempo y eso constituye una contradicción (para ella al menos).  Los viajes en tren y colectivo le permiten meditar, comparar, analizar el mundo en el que vive, en el que vivimos, un universo que para algunos es de bailanta y para otros, de ópera, en donde muchos braman por comer y otros desechan comida. Violeta se

Prue

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Ya que sus padres habían cometido el casi sacrilegio de llamar a sus hijas con sustantivos abstractos, Prudencia eligió que le dijeran Prue para así sobrellevar un nombre que la marcaba, limitándola a ser prudente y a no sobresalir, por más que era bonita y buena. Mientras sus queridos y extravagantes padres la llamaban Prude, ella averiguaba a escondidas en el registro civil, si existía alguna manera de pasar de Prudencia a Prue o a algún nombre menos controversial, trámite que fue absolutamente inútil. Entonces se amigó con su nombre y se preguntó qué habría sido de su vida llamándose Selva o Antonella, Ana, Giannina o Violeta, Chiara, Stella, Rebeca o Julieta. Cada nombre diría algo sobre la dueña o al menos querría decirlo; posiblemente sus padres habrían pensado que sus hijas Esperanza, Prudencia, Socorro y Remedios salvarían a la humanidad con tanta virtud junta. Tal vez había sido un capricho o uno de esos juegos extraños en los que caen algunas parejas que parecen armar las

Indira

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Indira no tenía apellido indio ni de ninguna etnia semejante. Como en la mayoría de los casos, así le habían puesto porque estaba de moda cuando ella nació. Menos mal que le tocó llamarse Indira y no uno de esos nombres que no son nada más que un sonido vacuo sin contenido, o algo con un significado espantoso. Su voz era bonita y la sonrisa, rápida como su pensamiento, volaba como en aeroplano sobre los demás, que a su vez se sentían penetrados de la energía vital que irradiaba Indira con su sola presencia. Y sus risas no provenían de la burla, del sarcasmo o de la histeria sino de un natural sentido del humor que se exacerbaba al ser bien tratada. Eso no quita que alguna vez no vomitara algún sarcasmo o que su agenda de burlas se encontrara vacía; no, no estaba exenta de humanidad. Ella se burlaba de gente falsa, pero lo hacía sin reír porque la risa era elemento de festejo para ella y no de crítica o indignación; y si alguna palabra cínica se deslizaba como aceite por su boca, la

Ofelia

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Ofelia tenía por sobre todas las cosas, una cuota de sinceridad y de intuición que asustaba a los mentirosos. Más allá de sus defectos, era dueña de un grado de dignidad que otras más amadas ni conocían. Eso significaba que poseyendo la inteligencia y las armas para destruirle la vida al imbécil que se aprovechó de ella, Ofelia no las había usado y no porque no se le ocurriera, porque ideas tenía y sobradas, sino por una decisión tomada de no hacerle a otro sentir el daño que le habían ocasionado a ella.  Su dolor era agudo, pero pensó: - Que pague lo que me ha hecho sin que yo intervenga. La vida se encargará por sí sola. Se quedó viviendo su vida y entendió (por fin) que existen personas que no deberían entrar en dicha categoría humana, sino en la de meros seres bióticos sin alma, sólo poseedores de cerebro y sentidos, pero no de sentimientos profundos, fagocitadores de corazones vulnerables, vampiros chupadores del flujo vital de personas que quizás eran sus ángeles guardianes, y

Ramona

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Ramona fue verde desde que nació.   Lo más raro consistió en que sus padres no le dieron importancia alguna, ni tampoco los médicos.  La madre dijo cuando se la entregaron al parir: - Está algo verde.  El padre de la criatura la observó y exclamó: - Mmm... no tanto. Luego olvidaron el asunto. Prontamente empezó a crecer una mata espesa de pelo color esmeralda en la cabeza de quien al mirarse en el espejo no notaba diferencia alguna con sus padres, abuelos, vecinos y personas que se cruzaban en su mundo. Nadie notaba siquiera que la piel de Ramona era más brillante que lo corriente, y más parecía un delicado y suave cuero, que piel humana.  Ella había ido mutando con los años y quienes la rodeaban no lo percibieron y no porque la dulce Ramona pasara inadvertida, sino porque sus cualidades eran tantas que el color no era evidente, mucho menos obvio. Los años siguieron pasando vertiginosamente mientras su verdor se acentuaba y comenzaba a tomar una tonalidad algo más intensa. El pe

Sor Fortunata

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Fortunata nació en Zacatecas en mil novecientos setenta, y resultó ser la séptima hija de una familia de clase media, devota toda de la Virgen de Guadalupe y con el catolicismo arraigado hasta la médula, al punto que los padres deseaban que salvo una de ellas, Fortunata, todas se casaran con Cristo y tener así su legión de religiosas particulares. En una ciudad lejana a la playa, no lindante con el golfo de México ni con el océano Pacífico, existía una distracción menos para las muchachas de la casa, quienes obedientemente habían acatado el dictamen familiar por falta de carácter, por devoción quizás, o porque es más fácil a veces someterse que reaccionar y liberarse, teniendo así que tomar una decisión y poner en riesgo una estructura prefabricada... no sé qué habrá movido a tanta mujer junta a aceptar un mandato sin haber conocido al menos Fresnillo, Aguascalientes o Victoria de Durango.  Inverosímil; siete mujeres criadas para acatar, primero en la casa natal, luego en un conv

Sor Juanita

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Perdida en la multitud, no da imagen alguna de mujer perdida; au contraire. Sedienta de paz, no se la ve desasosegada ni ansiosa por lograrla aún en contra de la corriente. En un mundo en que las monjas se han convertido en artículos de anticuario, Sor Juanita escribe y lee mensajes de texto en su teléfono celular, y en momentos sonríe ante algunas respuestas que le llegan del otro lado.  Ella vive dentro de este mundo, no fuera de él, pero lo hace a su manera, con su estilo algo desacatado para tratarse de una religiosa, aunque gozando del respeto de la congregación entera gracias a la fuerza de su carácter sin dobleces. Así es Sor Juanita... libre, aunque los demás piensen que ha perdido su libertad al ingresar al convento; sana mentalmente porque razona y discierne, elige y cede cuando es menester hacerlo. Sabe pertenecer a un núcleo sin quedar pegada a él y ante todo, es muy buena amiga de monjas divertidas y de monjas tristes. Con las alegres festeja y con las apagadas, hab

Sor Jeanne Marie-Claire

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En el despertar de su sexualidad, Jeanne Marie-Claire se dio cuenta de que su veleidad era preocupante y que a la vez, en ella convivían una fe poderosa en Dios y una aceptación del dogma católico, que para otras era precisamente un problema y la traba para ingresar a la vida monástica. En sueños diversos y en imágenes recurrentes diurnas que se le aparecían en cuanto permanecía cinco minutos en soledad, veía que dos caminos se abrían ante ella: uno, en donde presentía vivamente que pasaría de unos brazos a otros sin el menor apego, y el otro camino que la conducía hacia una vida contemplativa en donde en lugar de verse abrazada y besada, se encontraba rodeada de otras individualidades femeninas vestidas al igual que ella. Jeanne Marie-Claire floreció a la vida femenina y sintió un deseo compulsivo más fuerte de lo que su educación y su casa permitirían, a menos que ella se fuera y viviera otra vida lejos de su familia, o los enfrentara, aunque por esto tuviera que dejar de vi

Sor Fidelia

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Guillermina B. hizo varios intentos para entrar al convento, pero siempre le ocurría lo mismo: se enamoraba de algún energúmeno que empezaba siendo un santo varón con una interesante cuota de sex appeal y cultura, y terminaba siendo un ser completamente distinto al que la vida le había presentado.  Así, Guillermina llegó a pensar que su vocación religiosa no era genuina y que ella no valía la pena ni para el convento, ni para el matrimonio.  Sintió que había fracasado en ambas empresas. Un día, cuando cumplió cuarenta y cinco años y ya llevaba un divorcio y una viudez encima, por fin dejó de esperar a que la vida le presentara mágicamente a Mr. Right, e ingresó en el convento de las carmelitas de Victoria, en donde fue descubriendo día tras día que había en su vida una etapa sellada con lacre y escrita en su diario íntimo, con algunos bellos recuerdos de momentos breves de gloria. Dejó todo, aunque se llevó una caja de madera de caoba con sus objetos más amados, y también un no