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Mostrando entradas de febrero, 2012

Anémona

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Anémona recibió ese nombre de su padre que era un naturalista renombrado, y de su madre que muerta en el parto, había expresado el deseo de llamar a su hija como a su flor favorita, cuya imagen delicada decoraba un plato antiguo que comprara en el mercado de las pulgas una tarde de sábado.  El Doctor Narciso Fiore di Nardo, padre de la criatura, era un biólogo especializado en botánica y dentro de ésta, en las flores. Su esposa, la que al dar a luz pasó al otro mundo, se llamaba Marianela Sposito y no tenía nada que ver con las plantas, salvo que le gustaban hasta llegar al frenesí. Anémona creció sin madre y con un padre enfrascado en su ciencia. Ella se pasaba las horas en medio de su parque privilegiado lleno de vida vegetal y animal. Allí, ningún ruido ensordecedor de la calle llegaba, ni se escuchaban gritos de madres retando a hijos, de maridos peleando con sus esposas o de esposas histéricas pegando portazos. No, nada de eso existía en el jardín de los Fiore, salvo el cant

Gabriella

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Gabriella guarda un mechoncito de pelo de Stefan, dentro de un pequeño sobre de celofán, en su relicario. No lo lleva puesto cotidianamente, ni siempre lo mira o lo toca. Está en su estuche, guardado entre papel de seda prístino que conserva ese tesoro tan amado que ella no desea compartir con el mundo. Cuando tiene que salir a la calle a acometer empresas difíciles, a luchar con el entorno, a hacerse entender, a transitar espacios que no le son amables, Gabriella toma el relicario de Stefan y se lo cuelga del cuello perfumado que no se ha dejado besar por otro desde que él se fue. Pareciera que la fina pieza con el pelo de su Sansón dentro, le otorga a la portadora poderes especiales, una fuerza descomunal, un soplo de vida extra. Nada la detiene, porque algo de Stefan la acompaña; si no su presencia, al menos algo que él le regaló y que está en contacto con su piel, con la energía de su cuerpo. Gabriella regresa a su casa, se quita delicadamente el collar, le da un beso que es

Eunice

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Odila teje, Naralia cose, Nicolasa borda y Eunice le arruina la vida a todas las previamente mencionadas. Ella se limita a aprovecharse del tejido de la primera, de la costura de la segunda, del bordado de la tercera y de los hombres de todas. Con sus malas artes, consigue que el novio eterno de Odila le compre cositas a escondidas, que el amante de Naralia la lleve a los mejores restaurantes de Buenos Aires, que el marido de Nicolasa le pase una mensualidad nada desdeñable por acostarse con ella dos jueves al mes. Odila teje al crochet, Naralia cose al bies, Nicolasa borda monogramas y Eunice sale a la calle a comprarse zapatos de diseñador, a almorzar comida gourmet, a comprarse perfumes importados, a señar una joya divina, a reírse de sus hermanas que quedan en la inmensa casa del barrio de Flores, ganándose la vida. Odila teje una tira larga de lana gruesa color caca, Naralia cose un saco de lienzo, Nicolasa borda unas letras sobre el saco. Llega Eunice cargada