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Mostrando entradas de octubre, 2009

Jimena

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Jimena tiene un nombre formidable, generoso, femenino, lleno de gracia. Es nombre de mujer feliz y no demasiado complicada en los niveles de complicación en que otras nos hallamos inmersas fuera de nuestra voluntad. Así avanza ella con su nombre de turrón y confituras finas, Doña Jimena, manjar de las bocas más pretensiosas. En una de sus andanzas, ella se cruza con David y ambos se enamoran perdidamente y sin remedio, pero ella está "casada con" o fue "cazada por" Iván, un hombre amable, lejano a la maldad y también distante de la pasión encendida. Jimena se ve reflejada en los ojos de David y comprende todo en un instante: Existe el alma gemela, y ahí está, frente a ella, frente a su blusa vaporosa que no permite disimular los latidos de ese corazón lleno de emoción. David le sonríe; ha visto por un movimiento de la mano de ella, el anillo de matrimonio y sabe que a menos que el mundo vuelva a ser creado, estas historias de caminos bifurcados, se repetirán etern

Monna Lisa

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Cuando era demasiado joven para saber ciertas verdades universales archiconocidas, pensaba que ella era el logotipo del dulce de batata que mis padres y abuelos compraban para el postre. La hermosa lata redonda contenedora del premio para después de la cena, me hizo identificar a esta dama de sonrisa esbozada con el almíbar que bañaba ese dulce delicioso, que como todo, con los años fue cambiando. Para la nena de cinco o seis años que yo fui, La Gioconda era la señora que fundó la fábrica de dulces y ni se me ocurrió preguntarle a nadie si tal hipótesis era correcta, así que con mi teoría marché al colegio y escribí con total disposición, una redacción acerca de la vida de una viuda rica que se dedicó a fabricar dulce de membrillo, de batata, batata con chocolate y batata con guindas para no pensar en el marido muerto. Esa tarde o la siguiente, mi padre reveló el secreto y no me gustó que la de mi lata fuera una impostora. Muchos años después, cursando la materia Historia del Arte

Arnalta

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Cuando conocí a Arnalta, reparé en que tenía un aroma distinto. Irradiaba siempre su fragancia perfecta, aún si hacía horas que se encontraba trabajando o caminando a la intemperie, sometida a vientos y soles rotundos. Y eso me atrapó de su persona porque la sentí supraterrenal, atemporal, mezcla de carne y espíritu. Querida Arnalta, me hice tu amiga y me llevaste a pastar contigo; me diste de beber cuando tuve sed y de comer cuando me faltó el pan... ¿Cómo podría retribuírtelo? Tú me has dicho que simplemente siendo quien soy, sin tapujos ni ambages. ¿Tan fácil es, querida amiga? ¿Con tan poco puedo ser yo acreedora de tu amistad tan valiosa para mí? Sí--me respondes--ven conmigo Rebeca. Yo te llevaré hacia otros soles, a otras tierras que te preservarán de las tristezas que te embargan el alma y van quitándote de a poco la energía vital. Sí, Arnalta, mi amiga, te seguiré... porque no puedo continuar este martirio. Sólo condúceme y cerraré mis ojos para no memorizar el camino; no se