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Mostrando entradas de 2009

Sor Agatta

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Anna Ogliara nació en Salerno en la época en que Víctor Manuel III se hallaba escapado de Roma y la ciudad entera se convertía vertiginosamente en algo bien distinto a lo que los abuelos de la pequeña imaginaran alguna vez. Período de cambios en el país, también llegó el cambio a su ciudad natal y precisamente a su casa. En edad de comenzar a entender ciertas miserias humanas, Anna vio por mucho tiempo el mundo a través de cristales rosados para no espantarse y ver la realidad, y no fue ése un mérito sino su mayor idiotez, ya que la negación la hizo perder tiempo. El padre tenía relaciones sexuales con sus otras dos hijas y la madre se hacía la ciega, la sorda, y ejercía también de muda y cómplice. Las hijas-concúbines no parecían llevar trauma alguno sobre sus espaldas y tomaban estas relaciones como lo más normal del mundo, aunque se abstenían de comentarlo con sus amistades, señal de que en el fondo, algo les sonaba non-sancto. El padre, la madre, las dos hermanas, lindo conj

Sor Augustine

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Ella iba emponchada hasta el cuello conduciendo su carcacha fría por la autoroute Duplessis, trayecto que hiciera por más de dos años a partir de su llegada a Québec desde Trois-Rivières, Mauricie.  Al ver el cartel  recordó que ese apellido Duplessis había pertenecido a la verdadera dama de las camelias, la que tiene su tumba en París, la que inmortalizaron en la ópera bajo el nombre de La Traviata... traviata, la extraviada, la perdida, l'égarée... una mujer que en la realidad fue Alphonsine Plessis o Marie Duplessis... qué importaba ahora si eran esos exactos nombres u otros nombres como Marguerite Gautier o Violetta Valéry, de la novela y la ópera respectivamente, si solamente son nombres... y fuera Alphonsine, Marie, Marguerite o Violetta, enfermó y murió sola en invierno.  Eso sí que importaba. E importaba en cierto modo que la senda que la conducía a su convento, le dijera entre líneas que estaba perdida, extraviada . ¿Por qué después de dos años de transitar esa ruta

Sor Constance

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Nacida dentro de un hogar sin religión profesada, y ni siquiera confesada o meramente mencionada, Constance terminó siendo religiosa de clausura.  Sus padres no la educaron en la fe, aunque tampoco en contra de ella. La niña de diez años, volviendo una tarde de la escuela, se paró frente a la Catedral Basílica de Saint Louis en Missouri y sintió que quería estar allí dentro. Maravillada ante el trabajo de mayólica en donde prepondera el verde veronés, se sentó en el tercer banco del lado izquierdo, en el sitio pegado al pasillo. Respiró primero algo arrítmicamente, quizás debido al impacto de encontrarse sola en un lugar desconocido y de dimensiones que la excedían. Cuando se acostumbró al entorno y al sordo ruido de un templo solamente habitado por las imágenes santas, se acostó en el banco, zambulléndose en la simbología para ella incomprensible representada en el domo.  Cambió luego de lugar, pasó al grupo de bancos del lado derecho y eligió la séptima fila. Sus ojos chocar

Melpómene

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Ya empezó la vida enviándome destino a latigazos cuando me entregó por esposo a Horacio, y entonces comprendí que algún episodio fuera de lo convencional me esperaría a la vuelta de cualquier esquina. Un marido común puede llevar otro nombre, jamás Horacio y menos si éste es escritor, particularmente poeta. Esperaba despertar de un sueño inducido por alguna fiebre tropical y darme cuenta de que a mi lado dormía un hombre común, o nadie. Allí estaba Horacio con su rostro greco-romano, con su respirar fuera de lo común y sus fuertes brazos sosteniéndome con delicadeza. Un día, nació nuestra hija, a quien yo deseaba llamar Mia, Emma o Violeta. Horacio decidió que se llamaría Melpómene porque él era poeta y sentía que este bebé lo había inspirado como la musa al otro Horacio, y siendo yo una mujer tan musical, no podía más que ser la madre de una Melpómene. Insistí con vehemencia, primero con argumentos estéticos, que Melpómene suena a melaza con pomelo, a miel en pomo, a cualquier cosa

Basílica

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Basílica nunca supo si el nombre que la lleva puesta procedió de un edificio eclesiástico o de algún amor desmesurado de sus padres por la albahaca. De todos modos, ella ni siquiera se ha hecho tales cuestionamientos porque su mente responde a mandatos tribales más que a conjeturas. Las conjeturas, en tal caso, las he hecho yo al conocer su nombre entre culinario y celestial, danzante entre ojivas góticas y hojas verdes mezcladitas con tomates cherry y queso mozzarella de buena calidad, todo esto con un toque de aceite de oliva y sal a gusto. Basílica es Basi para sus patrones, para los hijos de sus patrones y para cualquier ser humano que no comprenda el alcance de llamarse nada más y nada menos que Basílica, con la inmensidad y la fuerza de la naturaleza que dicho nombre acarrea. Digo su nombre y no sé si oler incienso en la bella basílica de Santos Lugares o tentarme con una ensalada Caprese, que se escribe con una sola ese y no con dos. Basi limpia, es limpia, cuida, viene de lej

Jimena

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Jimena tiene un nombre formidable, generoso, femenino, lleno de gracia. Es nombre de mujer feliz y no demasiado complicada en los niveles de complicación en que otras nos hallamos inmersas fuera de nuestra voluntad. Así avanza ella con su nombre de turrón y confituras finas, Doña Jimena, manjar de las bocas más pretensiosas. En una de sus andanzas, ella se cruza con David y ambos se enamoran perdidamente y sin remedio, pero ella está "casada con" o fue "cazada por" Iván, un hombre amable, lejano a la maldad y también distante de la pasión encendida. Jimena se ve reflejada en los ojos de David y comprende todo en un instante: Existe el alma gemela, y ahí está, frente a ella, frente a su blusa vaporosa que no permite disimular los latidos de ese corazón lleno de emoción. David le sonríe; ha visto por un movimiento de la mano de ella, el anillo de matrimonio y sabe que a menos que el mundo vuelva a ser creado, estas historias de caminos bifurcados, se repetirán etern

Monna Lisa

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Cuando era demasiado joven para saber ciertas verdades universales archiconocidas, pensaba que ella era el logotipo del dulce de batata que mis padres y abuelos compraban para el postre. La hermosa lata redonda contenedora del premio para después de la cena, me hizo identificar a esta dama de sonrisa esbozada con el almíbar que bañaba ese dulce delicioso, que como todo, con los años fue cambiando. Para la nena de cinco o seis años que yo fui, La Gioconda era la señora que fundó la fábrica de dulces y ni se me ocurrió preguntarle a nadie si tal hipótesis era correcta, así que con mi teoría marché al colegio y escribí con total disposición, una redacción acerca de la vida de una viuda rica que se dedicó a fabricar dulce de membrillo, de batata, batata con chocolate y batata con guindas para no pensar en el marido muerto. Esa tarde o la siguiente, mi padre reveló el secreto y no me gustó que la de mi lata fuera una impostora. Muchos años después, cursando la materia Historia del Arte

Arnalta

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Cuando conocí a Arnalta, reparé en que tenía un aroma distinto. Irradiaba siempre su fragancia perfecta, aún si hacía horas que se encontraba trabajando o caminando a la intemperie, sometida a vientos y soles rotundos. Y eso me atrapó de su persona porque la sentí supraterrenal, atemporal, mezcla de carne y espíritu. Querida Arnalta, me hice tu amiga y me llevaste a pastar contigo; me diste de beber cuando tuve sed y de comer cuando me faltó el pan... ¿Cómo podría retribuírtelo? Tú me has dicho que simplemente siendo quien soy, sin tapujos ni ambages. ¿Tan fácil es, querida amiga? ¿Con tan poco puedo ser yo acreedora de tu amistad tan valiosa para mí? Sí--me respondes--ven conmigo Rebeca. Yo te llevaré hacia otros soles, a otras tierras que te preservarán de las tristezas que te embargan el alma y van quitándote de a poco la energía vital. Sí, Arnalta, mi amiga, te seguiré... porque no puedo continuar este martirio. Sólo condúceme y cerraré mis ojos para no memorizar el camino; no se

Elsa

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Elsa es mala y no es rubia, pero ella piensa que las empleadas rubias valen más que las morenas. Qué poco se ha de querer Elsa a sí misma, si ella no fue blonda ni en esta vida ni en la anterior; lo que sí ha sido es una hiena que involucionó en jueza. Ay, Elsa... con rostro de enajenada dictaminás los destinos de gente más lúcida que vos y sos capaz de amargarle el día a unas cuantas personas, solamente dejando que la mugre de tu alma recaiga verbalmente sobre unas chicas que nada tienen que ver con tus bajezas. No sos la Elsa de Lohengrin, la bella y dulce que espera al cisne para embarcar junto a su amado, ni te rodea una música excelsa: Sos un nido de mentiras y estás ocupando un sitio que te queda demasiado grande. No, definitivamente, no sos esa Elsa y me cuesta identificar tu nombre con la mujer amarga y llena de odio que ofendió usando un arma vil: La segregación. Cuando te escuché por la radio tan indignada ante la carencia de rubias en ese sitio, creí que mínimamente eras

Simonetta

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Simonetta entre la espada y la pared, entre el sí y el no, prefiriendo el no al sí; entre dejar que su padre muera en el dolor físico o aceptar la lascivia de Erik, evitando así el quejumbroso acontecer de quien la cuidara como padre y madre a la vez. Porque la vida se trata de negociar, parece ser, porque los cuentos de hadas tejidos en la imaginación de Simonetta, la dulce y tosca muchacha condenada a elegir entre dos opciones desagradables... esos cuentos de hadas parecen haber sido escritos para otras y no para ella. Erik, el hábil observador de la necesidad ajena, el prestamista despiadado, el carnicero de sueños de Simonettas cargadas de esperanzas que no llegan a completarse en una realidad concreta. Y sí, entre ver al padre emitiendo esos sonidos taladrantes que la hacen sentir culpable por ser joven y sana... y tener que soportar el aliento del asqueroso sobre su cuerpo, es preferible tolerar al cerdo prestamista y que un padre, su padre tenga los remedios que detendrán o a

Generosa

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Generosa se despertó con náusea. Había estado soñando que por la fuerza le metían torta de chocolate en la boca, entrándole algunas partículas en la nariz sin darle tiempo a la deglución, por lo que la desesperaba la incapacidad para respirar, teniendo esa mano fuerte de hombre sujetándole el cuello mientras otra mano áspera de una mujer ingresaba la masa (en otro momento deseada) en sus fauces que no daban abasto. De algún modo, conociendo la técnica, le apretaban un punto al costado de la cara que producía la apertura de las mandíbulas... todas esas sensaciones aún persistían vivamente, sobre todo la opresión del hombre y la aspereza de los dedos toscos de una joven bonita, belleza que no condecía con la actitud y mirada sádica, anhelante del ahogo de Generosa. Quedó tan agotada del sueño, tan fatigada al despertar con la sensación de que alguien oprimía su tráquea, de haber comido abusivamente lo que en realidad ni había tocado, que decidió encender la televisión para cambiar su

Roxana Greco

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Roxana levantaba su pelo ensortijado, se colocaba una hebilla mecánicamente, señal de estoyenmicasaynecesitoponermecómoda , y se disponía a planchar una pila descomunal de ropa tras habérsele frustrado un paseo anhelado, aunque no fuese la culpa de nadie más que del destino que prefirió dejarla una vez más acicalada, para terminar haciendo las compras en el supermercado. Fue entonces el turno de las compras y de la plancha; contra la suerte no se puede, no hay caso. Cuando el pobre se divierte, blablabla... dice el refrán... blabla... si pusiera un circo, me crecerían los enanos , blablabla, pensaba Roxana Greco pasando la plancha al compás de la música y absorbiendo el aroma delicioso del calor mezclado con el enjuague para la ropa... un aroma de fresias y jazmines, sutil, fragancia a limpieza, a relax. Roció con un poco de esencia de bambú antes de guardar su columna policromática de ropa de cama, toallas, camisetas, camisones y medias. Se oía de fondo la música elegida, en este

Ornella

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Muerta de sed, se encontró abrigada de más y caminando por una calle sucia cuyas veredas pringosas la obligaban a deslizarse con cuidado para no resbalarse y caer, haciendo de sus circunstancias, algo peor. ¿Qué barrio era? Alguno, pero alguno bien desconocido. ¿Por qué estaba allí? Recordaba haber discutido con alguien minutos antes, algo acerca de canto, nada personal. La casa en la que previamente había permanecido para sostener dicha charla tan poco amable, estaba pintada (por dentro) de un verde chillón contrastante con el gusto de Ornella. Mientras sentada a la mesa llena de trapos y migas que otros habían dejado, ella miraba esos muros, tenía ganas de salir corriendo. Evidentemente salió corriendo por unas escaleras angostas de madera semi podrida que cada tres o cuatro peldaños amenazaban con sucumbir. Ornella temía por sus piernas, tenía miedo de lastimarse, de sentir dolor otra vez. Una vez en la calle, vino a descubrir que estaba demasiado bien vestida para el sitio

Inés

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Inés... viviendo siempre al revés, al punto que ella misma se ha puesto Séni de apodo, así puede honrar su alrevesismo como Dios manda, y dar vuelta todo lo que se cierne en torno a ella: su pasado, su presente, su nombre, su espejo, sus cuadros y los colores, deviniendo Daltoniana casi por necesidad. Inés, con su nombre y vida al revés... ¿Qué pensarías si supieras que tantos te han amado y ni siquiera llegaste a saberlo? ¿Pero qué es lo que lleva a los hombres a callar y a hablar diez, veinte años después, cuando ya es tarde? Que después no la juzguen a Inés por sus dobleces, a Séni por sus elecciones y dudas, por su visión diferente de cómo debe ser vivida una vida para ser denominada "Vida" y no algo más insignificante que eso. Ya no sé hasta qué punto puedo decir que ella vive al revés, si lo que ha dado vuelta es tan lícito como cuando lavamos pantalones y los bolsillos se salen hacia el otro lado, pudiendo así ver lo que realmente contienen esos bolsillos y lo qu

Uma

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Uma lectora, escritora, pensante, dibujante, sustantivo común como persona, como mujer, escritora y artista... sustantivo propio como Uma, adjetivo calificativo como armoniosa, sensata y melancólica... participio presente como pensante y ardiente; participio pasado como amada, venerada y a veces, olvidada. Qué vida la de algunas bellas, alejadas del mundanal ruido mientras las otras, las comunes, circulan entre los mortales con ímpetus de Marseillaise. Qué candor el de las Umas del mundo que leen a Márai mientras una delicia de chocolate amargo se deshace en sus bocas dulces, de besos solamente dados al elegido, al que se hizo acreedor de un pedacito de cielo que en momentos deviene en infierno, y no precisamente en el de Dante Alighieri. Uma protectora y protegida; amada y amante, sinuosa y avasallante, contemplativa y de armas tomar, una tormenta guardada en una caja, un volcán en el freezer. Creadora de historias de horror solamente para dar rienda suelta a su morbo; artí

Timotea

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Timotea, morena y fría; madre de un asesino, cerebro del asesinato perpetrado por su vástago. Timotea gimotea, ahora que el nido le ha quedado vacío, ahora que el títere colgado de su ombligo envió a su mujer al otro mundo, vaya uno a saber qué mundo. No fue abusada por su padre ni golpeada por la madre, explotada por su abuelo ni humillada en el colegio. Los únicos recuerdos que nos llegan de ella son de mezquindad para con sus hermanos, de exacerbación del placer en causar discusiones entre sus padres para ser ella la ganadora: Dividir para reinar. Si no existía motivo para que sus padres pelearan, ella inventaba un rumor, que papito querido, te vi con la Rosalba el otro día acá a la vuelta... ¿Qué hacías? Yo no, m'hija, quién es Rosalba? Me pareció que estaban como novios, papito. M'hija, que sería otro. Mamita querida, me pareció escuchar al papi decir qué tetas que tiene la Rosalba... y que usted estaba un poco dejada... pero no estoy muy segura. Ni el padre h

Santa

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Santa nació en un pueblo de Calabria, acostumbrada a que la mafia fuera parte de su cotidianidad... precisamente esa mafia que supera a cualquier otra en poder y estrategia. Proveniente de una ex familia acaudalada y educada originaria del Reggio di Calabria, Santa era propriamente una regina, una mujer con rasgos faciales de la realeza; nariz, frente y labios principescos, portadora de uno de esos rostros esculpidos en mármol de Carrara y exhibidos en los museos más selectos. En la intimidad, la llamaban Santina. En la escuela, sus compañeras la habían llamado Tina, Ina, Tuzza, pero ella no llamaba a nadie porque hablaba poco, raro en una italiana, pensarán algunos; sin embargo, les diré que no es raro en una sureña. Santa poseía la sabiduría ancestral que se transmite a veces sin palabras, esa riqueza álmica que hace a las personas más fuertes y no por eso más duras... Santa, Santina, Santuzza... ¿De qué estás hecha, querida? Su cultura era vasta y no por herencia sino por gusto

Engracia

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La puerta de la casa de Engracia era angosta y corta, como su precaria inteligencia; también era de una belleza discreta, como ella y medio antigua, como su nombre. Ella combinaba perfectamente entonces con su puerta y la puerta, con la dueña de casa. Y precisamente la estrechez de su puertita la hacía parecer de cuento de hadas, de historias de pasteles horneados esperando a una alegre familia reunida en derredor de una mesa limpia de madera de quebracho colorado, con terminación rústica... con la rusticidad misma que vivía en la cabecita de la buena Engracia. Nunca entendió el fastidio de sus vecinos al no barrer las hojas que caían todos los otoños creando un tapiz inigualable. También les molestaba que no quitara las matitas asomadas por entre los peldaños pétreos que conducían a la puerta transportadora al mundo mágico de su dueña. Ellos veían desprolijidad en donde Engracia sólo veía arte; criticaban lo que ella disfrutaba y ella, sencillamente estaba habituada a vivir en

Nadia

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¿Por qué no vas a la esquina a ver si llueve en vez de estar mirándome como una estúpida? Rajá de acá o te doy vuelta la cara... ¡¡¡Mocosa del diablo, contá de qué te reís así veo si me río yo también!!! ¿¿¿Te estás riendo de mí???... No, no, te lo juro, no me río de vos, es que me pone nerviosa que me grites así... ¡A la escuela no vas a faltar aunque tengas cuarenta grados de fiebre, mirá, no me saqués de las casillas, desagradecida! De los pelos te voy a arrastrar, desgraciada, quién te creés que sos... ¡Por qué me obligás a pegarte! ¿Por qué? ¡Para qué habrás nacido! Nadie te va a querer, nadie te va a querer. ¡Te vas a la cama sin cenar!, ¡Qué fiesta ni qué fiesta, tenés que ayudar en casa y no me pongas esa cara de pato mojado que me da náusea... Nadie te va a querer, nunca, nadie... Nadia, un nombre que en esta lengua de sonidos palatales suena parecido a nadie , nadie te va a querer, nadia te va a querer, nadie o nadia, lo mismo da... una NN dentro de su propio núcleo

Trisa

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Trisa vivía colgada en una percha, dentro de un ropero bastante confortable y limpio sin la ofensa del olor a naftalina de otros roperos vecinos, y sí en medio de bolsitas mononas de tul, llenas de ramitas de lavanda y pétalos de rosa. El ropero constituía su morada y allí dentro sucedía todo: comía, bebía, cantaba, lloraba, reía como loca a carcajadas, hacía el amor, cambiaba de parecer, pensaba en mundos insulares rodeados de mares transparentes verdeazulados y fantaseaba con quedarse a vivir un sueño eterno junto a Truman, un pantalón de jean que la visitaba con frecuencia pero que dada su condición, no podía llevarla tan lejos. Trisa amaba a Truman, y por eso, los mares paradisíacos podían pasar a un segundo plano. Truman amaba a Trisa, y por eso la dejaba expresar sus deseos y alguna que otra vez, aunque sólo fuera en su interior o en un sueño, él también deseaba compartir el mar y el sol junto a ella, a Trisa y sin prisa. Trisa vivía al lado de una camisa, añorando la bris

Luna

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Quedó encinta en su única relación sexual con un hombre al que no le vio la cara jamás, pero del que sin embargo se enamoró hasta el final de sus días. No pudo ni quiso olvidarlo porque ella tenía una ferviente voluntad. Aún si hubiera tenido la más mínima sensación de que empezaba a dejarlo ir, ella habría añadido leños a la llama de su memoria. Sus encuentros habían sido siempre a oscuras porque ambos vivían bajo las alcantarillas de la Avenida Juan B. Justo, por donde pasa el arroyo Maldonado. Así sucedió, patéticamente, de modo para muchos inverosímil: Luna conoció a un hombre bajo el asfalto y de él se enamoró, conversaron durante semanas, se acariciaron en varias ocasiones, se besaron algunas veces y una noche más oscura que las mañanas y tardes oscuras de su mundo paralelo, consumaron el sexo y ella supo de inmediato que ese ser masculino había sembrado en ella al hijo que viviría en su vientre por treinta años… todos los años que vivió Luna luego de embarazarse, porque sig

Fiona

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Presbiterio, presidenta, prostituta, culebra, culebrón, venezolano, Chávez ... qué asociaciones vinieron a visitar su mente cuando viajaba en el 108 semivacío, ideal para el vuelo interno, reloj de arena mitad sombrío y mitad soleado... campana, candado, cándida, Candice, Bergen... Bergen-Belsen, Anne Frank, diario, íntimo, intimidad, vejación, hambre, muerte, tristeza, degradación... pero había otro Bergen, sí, un sitio en Noruega, fiordos, aire, lagos, mar, el holandés errante anclando en las costas de la bahía de Sandwicke, el fantasma desasosegado a quien los vientos depositan en Noruega de manera inesperada, en forma de destino inexorable, y todo por haber desafiado al diablo. Diablo, diable, diavolo, devil, debilidad, doblar, doblez, deber... El colectivo frenó de golpe y Fiona perdió su asociación de palabras que la mantenía en un estado de entretenimiento entre creativo, y obsesivo. Ella se perdía en sus listas de palabras interminables dentro de su cabeza, las veía escr

Enikö

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Ella se llama Enikö, el nombre femenino en húngaro que más me gusta, con el que llamaría a una hija mía que llevara apellido de ese origen. Entonces, contaré que Enikö sueña con paseos y viajes, pero no con paseos tontos caprichosos o viajes imposibles, sino con algo más sencillo y tal vez por eso, más difícil: Sueños compartidos. Hasta hace un corto tiempo, ella se acostaba cada noche pensando en un paseo particular que quería dar con Károly, su amante, un hombre muy ocupado y aunque con capacidad de disfrutar, siempre demasiado pendiente de la hora y de cómo maximizar el uso del día. En el sueño recurrente, él la tomaba fuertemente de la mano, como las madres llevan a sus niños para que no se les pierdan en medio del gentío, con ese temor de que al soltar, aquella manita ya no pueda ser más asible, nunca pero nunca más en esta vida, como si al desprenderse, se desconectara la energía de vida de ambas personas. Károly sujetaba tan fuertemente a Enikö, que con esa acción parecía q

Romelia

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Una cosa es juzgar el pan desde su cáscara, desde esa costra tentadora y crocante que lleva a querer hincar el diente, y otra situación es adentrarse en su miga blanda, de naturaleza muy distinta. Quizás para algunos la corteza sea lo más atractivo, mientras que para otros, la miga es la quintaesencia del sabor y la textura. No sé por qué pensaba en el pan mientras viajaba con el libro de Karinthy en el 80, mirando las casas de Belgrano R. Leía tranquila y observaba a Romelia sentada delante de mí. Sé que ése era el nombre porque con mis ojos recién operados, parezco haber desarrollado una visión más allá de los límites de lo normal, algo así como un ojo biónico que me llevó a ver con presteza Romelia Pastor en una etiquetita sucia escrita en Times New Roman 14. Esto pegado sobre una carpeta pringosa que nadie querría tocar, a menos que dentro de ella se encontrara el contrato de Mefistófeles para conseguir la juventud eterna, o un cheque al portador por cien mil dólares, o cualq

Alma

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Extrañamente o por mera distracción en cadena de unos cuantos, Ella no tenía nombre. Al no tenerlo, no la llamaban ni la mencionaban; nadie parecía reparar en Ella. Podría haberse llamado Melina, aunque después de pensarlo horas, le sonaba a mielina y en vez de mujer se sentía sustancia, fluído, química, un producto de la medicina. Mejor sería llamarse Amparo, nombre de heroína de historia sórdida de una España franquista... Sí, Amparo, una valiente mujer rebelde, y de esta manera creer fehacientemente que a su lado la gente se sentiría a resguardo;y por qué no, convertirse en dicho resguardo porque en definitiva, uno se convierte en lo que quiere ser... qué buenos son algunos nombres, qué sosos algunos otros. Decidió esperar unos días más, de todos modos, qué más daba esperar unos días si tenía treinta años cumplidos y aún no llevaba un nombre debido a que sus padres se habían olvidado de ella y nunca más la buscaron, ni la mencionaron, ni siquiera dejó huella en el vientre de e