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Mostrando las entradas etiquetadas como rarezas

Breve encuentro

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Siempre fui raro, en el mejor y en el peor sentido de la palabra, y no era ahora cuando mejoraría alguno de los síntomas que me hacían sentir esa extrañeza que a los otros parecía hacérseles evidente con solo conversar conmigo un rato. Yo quise ser más convencional, pero mi naturaleza se impuso y me rendí. Recuerdo que la primera vez que me sentí extraño, como salido de mi propio cuerpo, fue hace veinte años, cuando terminé la carrera de filosofía y nadie me felicitó. El hecho de no recibir siquiera un solo saludo me inquietó, pero, aun así, no terminé de darme cuenta de que había algo mío que provocaba sentimientos negativos en los demás. Solía querer a mucha gente, a personas que hoy me son indiferentes y a otras que odio. Ahora no siento amor por nadie. Me tildaron de raro y decidí vivir acorde a la rareza; dediqué mi vida a incomodar al prójimo, a hacer exactamente lo opuesto a lo que se esperase de mí, y le tomé el gusto. Me convertí en el sujeto a quien los demás temen...

Karma

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Norma y Norman Bates se quedaron cortos en su historia psicótica. Bajo la apariencia de una pareja feliz, equilibrada y armoniosa, ellos dos, llamémosles David y Lena, brindaban un espectáculo de patetismo tan extremo que al verlos interactuar en público, me hizo sentir habitante de otro planeta.  O era yo la extraterrestre o lo serían ellos. Lo peor es que no podía comentarlo con nadie porque de un modo u otro, todos estábamos relacionados con esta suerte de pareja. Me acordé entonces del famoso pensamiento de Cortázar sobre el amor que nos parte al medio como un rayo, algo que no puede elegirse sino que sucede inevitablemente:  "Los he visto con horror" aludiendo a cómo ciertos hombres eligen a las mujeres para casarse sin amarlas. Sí, el horror del conformismo, de la falta de confianza en que el gran amor llegará--tarde o temprano--y no se busca ni persigue; mucho menos se compra. Y sí, ésos que eligen son los cobardes, porque los valientes se enamoran y corren ...

La Ruelle de l'Ancien Chantier (crónicas de Québec)

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Me perdí bajando por la calle Côte du Palais, exactamente al desembocar en el codo que forman la Rue du Saint-Vallier y el comienzo de la Rue des Vaisseaux du Roi. No sé por qué, pero ya no supe por cuál calle tomar y hasta las piedras que siempre me habían enamorado parecían en ese momento algo frío y triste. Me faltaba algo y no sabía qué. Sentí que un velo se me había quitado de los ojos y podía entonces ver lo que hay detrás de las fachadas, no solamente de las casas sino de los edificios públicos y, sobre todo, de la gente. Me perturbó tal descubrimiento, al mismo tiempo que me fascinó porque ahora no idealizaría más nada. Si había de amar, tendría que ser lo real y no la imagen proyectada de un sueño. Sí, algo así tendría que ser porque si no, no sé cómo explicar el fenómeno acaecido aquel mediodía en que bajando con mi bicicleta—era el mes de agosto, si mal no recuerdo—quedé azorada al ver todo tan distinto. Miré hacia un lado, hacia el otro, y decidí remontar mi camin...

Raquel en Québec (crónicas de Québec)

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Años después de haber visto en sueños o como en sueños este lugar, logré llegar en cuerpo y alma de la mano de un gran amor que precisamente nació en estas tierras gélidas y hermosas, de una naturaleza primigenia y arquitectura generosa, de un clima que produce en sus nativos una suerte de bipolaridad emocional y un pragmatismo que me es ajeno. Mi mejor viaje, mi ciudad en el mundo, el sitio en donde arrojé monedas para poder regresar porque existe algo que proviene de vidas pasadas. Yo nací en Québec , no sé cuándo ni cuántas veces, ni siquiera sé si lo he hecho como mujer o como hombre, pero es mi tierra ancestral, y Venecia es la otra parte que me completa.  Y el amor que allí me condujo sin saber de mis vidas pasadas ni de las de él mismo, también fue quien de mi mano viajó a Venecia en donde hemos tenido una vida anterior. Ambos vestíamos atuendos del carnaval y tras las máscaras nos reconocimos.  En Québec, tal reconocimiento fue en el Vieux-Port, lugar en d...

La ducha vaginal

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Dibujo de Raquel Barbieri  Elenita padecía de picazón e inflamación en la vulva de manera crónica. Esta molestia se acrecentaba cuando de vez en cuando lograba tener un contacto sexual, de manera que vivía haciéndose baños de asiento, calientes e impregnados de un polvo mágico de un laboratorio conocido. La cuestión era que a Elenita le parecía un desperdicio el uso de varios sobres del producto para que rindieran dentro del bidet, puesto que el método para hacer entrar la solución dentro de sus partes no era otra cosa sino producir un oleaje feroz, alternando manos izquierda y derecha en forma sincronizada y acompasada, como la natación sincronizada pero sólo de manos. Así, algo lograba. Una mañana despertó con inquietud y desasosiego. Encendió su computadora para buscar una ducha vaginal con la cual llevar a cabo la empresa con éxito, y encontró un aparato extraño que prometía la felicidad de la usuaria. Una amiga se lo compró en una farmacia céntrica por avenida Córdo...

Cucaracha

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Las manos y la cara le sudaban asquerosamente justo en el momento en que se encontró frente a frente con ella, Regina, la mujer que hacía años que lo volvía loco y quien sin embargo, lo ignoraba impunemente. Él pensaba que hasta valdría más la pena ser cucaracha que hombre invisible, ninguneado, simple papel de calcar berreta. Por lo menos, siendo cucaracha la asustaría y ella lo miraría bien hasta matarlo o hasta que él, escapando de los gritos, se metiera en una ranura o grieta para que ella dejara de sufrir. Tal vez, ella gustaba de las cucarachas y haría de él su mascota, lo bañaría en verano, le daría de comer en la boca, le peinaría los pelitos de las patitas. Pero no, era un hombre que pasaba inadvertido para todas y principalmente para ella; encima, le transpiraban las manos como si acabara de lavárselas y no encontrara una toalla para secarse. Sí, definitivamente era mejor ser la cucaracha de Regina antes que darse cuenta de que como hombre sólo le causaría lástima.

En el barrio judío de Praga

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En el barrio judío de Praga, al norte de la Ciudad Vieja, cerca de donde se encuentra la maravillosa estatua de Kafka en que un hombre enorme sin cabeza lleva al cuello a un pequeño Kafka completo, vivía Lenka con su madre. El departamento daba—como en tantos edificios de Europa central—a un corredor con pisos de mosaicos cuyos dibujos divertidos en blanco y azul cerúleo combinaban a la perfección con los herrajes de los grandes balcones que desembocaban al patio común.  Macetas tupidas de todo tipo de plantas suculentas, begonias, malvones y geranios aportaban vida a esos espacios compartidos cuya techumbre consistía en una galería alta con columnas de hierro ornamentado, en donde de vez en cuando trepaba alguna planta que en invierno desaparecía por completo.  Mirando hacia arriba se veía el cielo, un espacio abierto y cuadrado que en primavera y otoño era una bendición para todos los sentidos, pero en verano y sobre todo en invierno, devenía en caldera o helader...

Isidro

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Isidro nació una tarde soleada, cálida y hermosa de mayo en el otoño porteño de hace unas cuantas décadas, y como tantos de su generación, el hecho no se sucedió en un hospital sino que su madre parió en la casa, en la cama matrimonial vestida con sábanas inmaculadas con aroma a lavanda.  Al verlo, el padre se dio cuenta de que nunca algo lo haría más feliz que tener un hijo, pero la madre, contrariamente a lo que se esperaba de ella, no sintió nada por Isidro. Tal fue el desencanto al tenerlo en brazos, que se lo entregó rápidamente al marido como quitándose un peso de encima y decidiendo ya en ese momento que el pequeño se alimentaría con biberón y no de su pecho. Nadie entendió a la mujer; sintieron rechazo y fastidio hacia ella a partir de ahí, cuando la vida de todos cambió de rumbo para siempre.  Esa madre había esperado tan contenta durante los nueve meses de embarazo, había tejido, cosido, comprado, decorado, cantado... y ahora, que por fin tenía frente a ella ...

El raro

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  Había pasado con mi perro muchas mañanas por la puerta de su casa desde el pasado noviembre, sin saber que él vivía allí. El único cantero de la cuadra que ha perdido forma y en donde los pastos están tan altos que es imposible ver qué se esconde debajo, es el de la casa del raro, del mismo hombre que me asustó hace un año cuando yo miraba una vidriera en la lencería que estaba cerrada en ese momento, cuando acercándoseme de una manera propia de un confianzudo o de un demente, me preguntó qué iba yo a comprarme. Luego de mi estupor inicial, me di cuenta de que a este hombre le faltaba una pieza para que la maquinaria mental le funcionara normalmente, pero aún teniendo en cuenta esta consideración, despiadadamente como suelo actuar cuando algo me molesta, le dije: - Voy a llamar al 911, esperando con esto espantar al abejorro baboso que me rodeaba y cuyo olor a rancio ofendía el espacio circundante, aunque muy lejos de la reacción que yo esperaba, me encontré con la re...

Gerardo

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Las historias sólo les suceden a quienes son capaces de contarlas. -Paul Auster- Gerardo leía en el subte, en el tren, en la plaza de su barrio cuando había un poco de sol, en la cama, tirado en el suelo, en cualquier parte en donde hubiese al menos un hilo de luz que permitiera a sus ojos descifrar el escrito. Era lo que se dice, un ávido lector, uno de ésos que no levantan la vista para ver qué pasa a su alrededor. El vivía enfrascado entre las hojas de alguna novela apasionante y sólo salía de ese estado cuando una mujer le atraía por el olfato, dado que rara vez alzaba la vista. Lo que él no lograba, era escribir. Tanta lectura de años, tanto dominio del idioma y sin embargo, la musa parecía no aparecérsele ni aunque se bajara la botella de escocés que tenía en el bargueño. No había manera de que lograra pasar de los tres renglones, con suerte, y tampoco sabía contarles algo a los demás, aunque fuese una anécdota del colectivo, de la calle, del cine, y ni siquiera l...

Allegra

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Quien no encaja en el mundo, está cerca de encontrarse a sí mismo.                  Hermann Hesse  Allegra, contrariamente a los anhelos de la mayoría de la gente de hoy, no quiere ser famosa, ni estar en la mira. Siente un placer casi erótico en el anonimato, en la paz de su casa y en la cotidianidad del parque en donde lee y toma sol. Su deseo es pasar tan inadvertida, que la gente no pueda siquiera recordar su rostro y mucho menos, su voz.  Es raro que una mujer bella y culta se esconda, más en estos tiempos tan exhibicionistas, y más en una ciudad como Buenos Aires en donde todo es posible; pero lo común no es lo único que ocurre en esta vida, también existen personas singulares como Allegra que se esconden del mundo porque no sienten que pertenezcan del todo a él.  Me gusta que alguien que no tendría por qué ocultarse, lo haga. Vive una suerte de arresto domiciliario voluntario y con beneficios. All...

Inés

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Inés... viviendo siempre al revés, al punto que ella misma se ha puesto Séni de apodo, así puede honrar su alrevesismo como Dios manda, y dar vuelta todo lo que se cierne en torno a ella: su pasado, su presente, su nombre, su espejo, sus cuadros y los colores, deviniendo Daltoniana casi por necesidad. Inés, con su nombre y vida al revés... ¿Qué pensarías si supieras que tantos te han amado y ni siquiera llegaste a saberlo? ¿Pero qué es lo que lleva a los hombres a callar y a hablar diez, veinte años después, cuando ya es tarde? Que después no la juzguen a Inés por sus dobleces, a Séni por sus elecciones y dudas, por su visión diferente de cómo debe ser vivida una vida para ser denominada "Vida" y no algo más insignificante que eso. Ya no sé hasta qué punto puedo decir que ella vive al revés, si lo que ha dado vuelta es tan lícito como cuando lavamos pantalones y los bolsillos se salen hacia el otro lado, pudiendo así ver lo que realmente contienen esos bolsillos y lo qu...