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Mostrando las entradas etiquetadas como pesimismo

Cucaracha

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Las manos y la cara le sudaban asquerosamente justo en el momento en que se encontró frente a frente con ella, Regina, la mujer que hacía años que lo volvía loco y quien sin embargo, lo ignoraba impunemente. Él pensaba que hasta valdría más la pena ser cucaracha que hombre invisible, ninguneado, simple papel de calcar berreta. Por lo menos, siendo cucaracha la asustaría y ella lo miraría bien hasta matarlo o hasta que él, escapando de los gritos, se metiera en una ranura o grieta para que ella dejara de sufrir. Tal vez, ella gustaba de las cucarachas y haría de él su mascota, lo bañaría en verano, le daría de comer en la boca, le peinaría los pelitos de las patitas. Pero no, era un hombre que pasaba inadvertido para todas y principalmente para ella; encima, le transpiraban las manos como si acabara de lavárselas y no encontrara una toalla para secarse. Sí, definitivamente era mejor ser la cucaracha de Regina antes que darse cuenta de que como hombre sólo le causaría lástima.

El artista

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            En mi condición de amiga le sugerí, luego le rogué a Juan Pablo que dejara de vender sus geniales dibujos en la peor parte de Broadway y se fuera a donde pudiera ser apreciado, pero no; él sabe que tal lugar quizás no exista y que tenga que acomodar su vida, dado que los molinos de viento son regidos por una fuerza superior a la voluntad propia. De nada sirve intentar cambiar la dirección de un fenómeno que nos excede y que tal vez sea producto del karma.             Juan Pablo ha caído en una suerte de letargo al saberse poco apreciado en su labor; se ha metido para adentro y una coraza ha ido anquilosándose en él hasta tapar esa personalidad anterior, aquélla de la alegría de vivir que traía al nacer.             Lo aplastó la realidad que llevó a otros a volar a altos niveles. Su arte terminó destruyéndolo.  ...

Venancia

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Si un solo adjetivo tuviera que describir a Venancia, yo diría que era hiperrealista, mucho más que realista, pasada ya de realismo, tan fuera de toda negación de la realidad, que hasta cometía el pecado de ir sufriendo por adelantado, antes de que las cosas tristes sucedieran.  Venancia era naturalmente fina; no existía en ella el más mínimo atisbo de rusticidad. Le venía en sí. Esa característica le daba un toque de lejanía, la hacía aparecer ante los demás como inasible, aunque hubiera bastado con leer su mirada para saber cuán fácil era acercarse a ella. Había pasado tantas situaciones perturbadoras desde la infancia, que sin querer, esa inicial cuota de esperanza y optimismo que existe al comienzo de la vida, se le había escurrido por entre los dedos hasta convertirla en una mujer que ya no esperaba nada de nadie ni de la vida. Por lo menos, no se engañaba a sí misma, e intentaba ser lo más veraz posible con los otros, lo cual no siempre era bien recibido, y ella lo sabí...

Umbria

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Umbria está sola, triste y sin ganas. Los años han ido pasando sin que se diera real cuenta de que la última década se consumió como cigarrillo fumado al viento, así de veloz, casi violentamente. Y ahora que se ha dado cuenta de que el tiempo no vuelve atrás, que ningún día perdido se recupera, Umbria ha decidido morir porque no hay quien la quiera profunda y verdaderamente.  Hasta ayer sintió que alguien la amaba, y hoy sabe que no es así, que ella es prescindible, no digo descartable pero sí cambiable, olvidable, innecesaria, y con esos atributos por demás deprimentes, no tiene voluntad de seguir viviendo. Ella se siente como esos regalos que no gustan tanto, que no parecen merecer que el agasajado los estreche contra su pecho y sonría, esos presentes que la gente guarda envueltos en el fondo de un ropero y olvida, hasta que se muda y encuentra el objeto sin recordar quién se lo había dado con ilusión. Umbria sabe que el día menos pensado, cuando nadie lo presienta, quizás...

Mimì antes

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Lucía Della Valle, alias Mimì como la de la ópera, antes de su cadena perpetua sin derecho a libertad condicional a la que fuera condenada por un crimen que sí cometió y del cual nunca se arrepintió, era una mujer fina, bastante narcisista, debido en parte a su profesión de cantante lírica, aunque generosa y compasiva con aquéllos a los que ella creía merecedores de tales virtudes.  Su amor era total, así como su odio; en ella, las medias tintas no tenían cabida. Su fineza le era tan propia que nunca la abandonó, ni aún en los ratos más oscuros de la cárcel maloliente y llena de minas gritonas, de una asquerosa ordinariez, animalitos de Dios, o animalitos a secas, porque los animales son divinos y estas mujeres son como para echarles insecticida, pesticida, o para ponerles cicuta o cianuro en la colación de la mañana. No, no hay que perder la esencia, no hay que caer en la obscenidad, en la vulgaridad; más vale tengo que ser yo quien influya sobre el resto, y no el resto...