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Mostrando entradas de marzo, 2010

Violeta

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Lejana, muy lejana a la cumbia y a la bailanta, existe Violeta y aunque su nombre provoca que una parte de sus alumnos le canten No la dejes ir, no la dejes ir, ¿por qué? te lo digo yo, ¿Quién es? Violeta, y se va sin decir adiós... esta Violeta pertenece a un mundo de sinfonías y melodías cadenciosas, arias y preludios ejecutados por violines, violas y cellos, también algún saxo tenor jazzeando en esas noches de wok, risas, besos y buena compañía.  Ella, Violeta, enseña música en dos escuelas secundarias; una en San Isidro y la otra, en Isidro Casanova. Y en sus momentos de pavada cotidianos, que los tiene y sin remedio, piensa en que Isidro es santo y casanova al mismo tiempo y eso constituye una contradicción (para ella al menos).  Los viajes en tren y colectivo le permiten meditar, comparar, analizar el mundo en el que vive, en el que vivimos, un universo que para algunos es de bailanta y para otros, de ópera, en donde muchos braman por comer y otros desechan comida. Violeta se

Prue

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Ya que sus padres habían cometido el casi sacrilegio de llamar a sus hijas con sustantivos abstractos, Prudencia eligió que le dijeran Prue para así sobrellevar un nombre que la marcaba, limitándola a ser prudente y a no sobresalir, por más que era bonita y buena. Mientras sus queridos y extravagantes padres la llamaban Prude, ella averiguaba a escondidas en el registro civil, si existía alguna manera de pasar de Prudencia a Prue o a algún nombre menos controversial, trámite que fue absolutamente inútil. Entonces se amigó con su nombre y se preguntó qué habría sido de su vida llamándose Selva o Antonella, Ana, Giannina o Violeta, Chiara, Stella, Rebeca o Julieta. Cada nombre diría algo sobre la dueña o al menos querría decirlo; posiblemente sus padres habrían pensado que sus hijas Esperanza, Prudencia, Socorro y Remedios salvarían a la humanidad con tanta virtud junta. Tal vez había sido un capricho o uno de esos juegos extraños en los que caen algunas parejas que parecen armar las

Indira

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Indira no tenía apellido indio ni de ninguna etnia semejante. Como en la mayoría de los casos, así le habían puesto porque estaba de moda cuando ella nació. Menos mal que le tocó llamarse Indira y no uno de esos nombres que no son nada más que un sonido vacuo sin contenido, o algo con un significado espantoso. Su voz era bonita y la sonrisa, rápida como su pensamiento, volaba como en aeroplano sobre los demás, que a su vez se sentían penetrados de la energía vital que irradiaba Indira con su sola presencia. Y sus risas no provenían de la burla, del sarcasmo o de la histeria sino de un natural sentido del humor que se exacerbaba al ser bien tratada. Eso no quita que alguna vez no vomitara algún sarcasmo o que su agenda de burlas se encontrara vacía; no, no estaba exenta de humanidad. Ella se burlaba de gente falsa, pero lo hacía sin reír porque la risa era elemento de festejo para ella y no de crítica o indignación; y si alguna palabra cínica se deslizaba como aceite por su boca, la