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Mostrando las entradas etiquetadas como esperanza

El hombre inasible

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Un día gris de mayo, cuando el hombre inasible se despertó y miró su cuarto como cada mañana, en vez de ver sus muebles, su colcha, sus sábanas, la ropa de él y de su mujer sobre la silla al lado de la cómoda… no vio más que el rostro de aquélla a la que tiempo atrás le prometiera una cita que nunca cumplió. No es que en principio no hubiera pensado en ir y verla un ratito en un lugar neutral y cumplir—digamos, en un café céntrico, ocupando una mesa al lado de la calle, por si ella era una loca—es que en realidad no lo había entusiasmado nunca esa cita, pero no supo decirle que no de algún modo, fuera ese modo elegante o no. Y fue dilatándola, hasta hacerla desaparecer por omisión. Sucede que ella era tan amorosa y complaciente, tan llena de entusiasmo, que a él le daba pena infligirle el ninguneo explícito; ninguneo que de todos modos llevó a cabo y fue peor, porque acorde pasaba el tiempo y la cita no se producía, ella se daba cuenta de que él nunca había querido ese e...

La mujer invisible

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No sé en qué momento me sucedió, pero ante sus ojos, ante los del único hombre que me ha interesado desde la muerte de mi marido, me he convertido en una mujer invisible. Nada en mí parece llamar su atención. Ni siquiera se comunica conmigo para odiarme, para quejarse de algo, para criticarme. Mis escritos, mis intentos fallidos de llamar su atención para llegar a conocernos más, mis miradas, de nada han servido, y siento que en cualquier momento podría sobrevenirnos la muerte y me quedaría sin el placer de haberlo tocado, besado, acariciado. Se me hace necesidad estar desnuda apretada a él, aunque sea una vez, aunque después solamente seamos amigos y nos una para siempre una mirada cómplice por haber hecho el amor y guardar el recuerdo, las imágenes táctiles, olfativas, gustativas, también las visuales y auditivas; todas las que emerjan del momento. Que nos quede también lo que pudo pasar por nuestras mentes en el momento de esa unión, lo que hayamos pensado y sentido, hacia ...

Isidro

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Isidro nació una tarde soleada, cálida y hermosa de mayo en el otoño porteño de hace unas cuantas décadas, y como tantos de su generación, el hecho no se sucedió en un hospital sino que su madre parió en la casa, en la cama matrimonial vestida con sábanas inmaculadas con aroma a lavanda.  Al verlo, el padre se dio cuenta de que nunca algo lo haría más feliz que tener un hijo, pero la madre, contrariamente a lo que se esperaba de ella, no sintió nada por Isidro. Tal fue el desencanto al tenerlo en brazos, que se lo entregó rápidamente al marido como quitándose un peso de encima y decidiendo ya en ese momento que el pequeño se alimentaría con biberón y no de su pecho. Nadie entendió a la mujer; sintieron rechazo y fastidio hacia ella a partir de ahí, cuando la vida de todos cambió de rumbo para siempre.  Esa madre había esperado tan contenta durante los nueve meses de embarazo, había tejido, cosido, comprado, decorado, cantado... y ahora, que por fin tenía frente a ella ...

Zoila

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Zoila se levanta a las cinco, entra al baño y par ada sobre una palangana enlozada,  se hace sus abluciones matutinas con una toallita áspera empapada en agua tibia tirando a calentita, previo enjabonamiento cuidadoso y metódico de su cuerpo entero, como en un ritual.  A su lado tiene dos jarras de agua para enjuagarse y una toalla blanca prístina. Así, la sirvienta se dispone a comenzar su día estando limpia y lozana; son para esto las cinco y media, y a esa hora ya está vestida con su uniforme azul lavanda, delantal gris y zapatillas blancas inmaculadas. Se ha peinado con un rodete prolijo y tirante que oculta su hermosa cabellera rojiza que ya deja ver alguna cana o dos, quizás tres pero no más. De su piel y su pelo irradia el aroma a limpio del jabón de lavanda. Ella tiene el olor de la ropa recién planchada y parece recortada de un catálogo. Zoila cumple. Habla y come poco, lee, no roba, ni piensa siquiera en tomar lo ajeno. Sólo vive para cumplir con su ...

Rossana

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Los vientos de la aventura y la creatividad soplaban. Rossana, aprovechando su capacidad sobrenatural, decidió pasar un día caminando sobre las letras del diario íntimo de Marcos para saber qué se sentía a través de su tinta. Se hizo chiquita, minúscula, casi microscópica y con un pensamiento se transportó por el espacio recorriendo la distancia que separaba su casa de la de él. Ella sabía todo lo que él le contaba al diario, pero quería sentirlo en su cuerpo, lamer un poco de esa tinta, nadar en la que estaba aún húmeda y hacer la plancha entre renglones. La letra de Marcos no tenía demasiadas curvas; era abrupta y masculina, sus trazos algo violentos y ciertas palabras, no demasiado legibles… como él. Uno es su propia letra. Uno es su propia tinta, prolongación de la sangre que al tomar contacto con el exterior cambia de color y se vuelve azul o negra, verde o sigue siendo roja pero menos densa que la sangre, menos densa que la saliva y que el semen.  La tinta es meno...

Nunu

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Nunu caminó las calles mal alimentada y muchas veces tan agotada físicamente, que hasta se olvidaba del hambre que tenía. Al haber nacido más chiquita que el resto de sus hermanos, la supervivencia se convirtió en su objetivo. Ella sabía que tenía que vivir y además, quería hacerlo porque le encantaba estar viva aunque sus circunstancias fueran bastante adversas. Le gustaba cuando veía a las madres llevando el cochecito con los bebés, chicos corriendo, muchachos jugando al fútbol en el baldío, una pareja besándose, las plantas, las lauchas, el sol...  Algo instintivo la preservaba siempre de darse por vencida.  Con sus ojos distintos, uno azul y el otro verde, así era su personalidad o mejor dicho, su gatonalidad con matices. Ella era juguetona, pero cuando se cansaba, disfrutaba de unos ratos de soledad, panza arriba tomando sol en algún sitio tranquilo. Era tranquila, pero cuando la atacaban, se defendía como buena hembra y aunque saliera herida, masticada, raspada, Nu...

Roxana Greco

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Roxana levantaba su pelo ensortijado, se colocaba una hebilla mecánicamente, señal de estoyenmicasaynecesitoponermecómoda , y se disponía a planchar una pila descomunal de ropa tras habérsele frustrado un paseo anhelado, aunque no fuese la culpa de nadie más que del destino que prefirió dejarla una vez más acicalada, para terminar haciendo las compras en el supermercado. Fue entonces el turno de las compras y de la plancha; contra la suerte no se puede, no hay caso. Cuando el pobre se divierte, blablabla... dice el refrán... blabla... si pusiera un circo, me crecerían los enanos , blablabla, pensaba Roxana Greco pasando la plancha al compás de la música y absorbiendo el aroma delicioso del calor mezclado con el enjuague para la ropa... un aroma de fresias y jazmines, sutil, fragancia a limpieza, a relax. Roció con un poco de esencia de bambú antes de guardar su columna policromática de ropa de cama, toallas, camisetas, camisones y medias. Se oía de fondo la música elegida, en este ...

Fiona

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Presbiterio, presidenta, prostituta, culebra, culebrón, venezolano, Chávez ... qué asociaciones vinieron a visitar su mente cuando viajaba en el 108 semivacío, ideal para el vuelo interno, reloj de arena mitad sombrío y mitad soleado... campana, candado, cándida, Candice, Bergen... Bergen-Belsen, Anne Frank, diario, íntimo, intimidad, vejación, hambre, muerte, tristeza, degradación... pero había otro Bergen, sí, un sitio en Noruega, fiordos, aire, lagos, mar, el holandés errante anclando en las costas de la bahía de Sandwicke, el fantasma desasosegado a quien los vientos depositan en Noruega de manera inesperada, en forma de destino inexorable, y todo por haber desafiado al diablo. Diablo, diable, diavolo, devil, debilidad, doblar, doblez, deber... El colectivo frenó de golpe y Fiona perdió su asociación de palabras que la mantenía en un estado de entretenimiento entre creativo, y obsesivo. Ella se perdía en sus listas de palabras interminables dentro de su cabeza, las veía escr...

Enikö

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Ella se llama Enikö, el nombre femenino en húngaro que más me gusta, con el que llamaría a una hija mía que llevara apellido de ese origen. Entonces, contaré que Enikö sueña con paseos y viajes, pero no con paseos tontos caprichosos o viajes imposibles, sino con algo más sencillo y tal vez por eso, más difícil: Sueños compartidos. Hasta hace un corto tiempo, ella se acostaba cada noche pensando en un paseo particular que quería dar con Károly, su amante, un hombre muy ocupado y aunque con capacidad de disfrutar, siempre demasiado pendiente de la hora y de cómo maximizar el uso del día. En el sueño recurrente, él la tomaba fuertemente de la mano, como las madres llevan a sus niños para que no se les pierdan en medio del gentío, con ese temor de que al soltar, aquella manita ya no pueda ser más asible, nunca pero nunca más en esta vida, como si al desprenderse, se desconectara la energía de vida de ambas personas. Károly sujetaba tan fuertemente a Enikö, que con esa acción parecía q...