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Mostrando entradas de mayo, 2009

Timotea

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Timotea, morena y fría; madre de un asesino, cerebro del asesinato perpetrado por su vástago. Timotea gimotea, ahora que el nido le ha quedado vacío, ahora que el títere colgado de su ombligo envió a su mujer al otro mundo, vaya uno a saber qué mundo. No fue abusada por su padre ni golpeada por la madre, explotada por su abuelo ni humillada en el colegio. Los únicos recuerdos que nos llegan de ella son de mezquindad para con sus hermanos, de exacerbación del placer en causar discusiones entre sus padres para ser ella la ganadora: Dividir para reinar. Si no existía motivo para que sus padres pelearan, ella inventaba un rumor, que papito querido, te vi con la Rosalba el otro día acá a la vuelta... ¿Qué hacías? Yo no, m'hija, quién es Rosalba? Me pareció que estaban como novios, papito. M'hija, que sería otro. Mamita querida, me pareció escuchar al papi decir qué tetas que tiene la Rosalba... y que usted estaba un poco dejada... pero no estoy muy segura. Ni el padre h

Santa

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Santa nació en un pueblo de Calabria, acostumbrada a que la mafia fuera parte de su cotidianidad... precisamente esa mafia que supera a cualquier otra en poder y estrategia. Proveniente de una ex familia acaudalada y educada originaria del Reggio di Calabria, Santa era propriamente una regina, una mujer con rasgos faciales de la realeza; nariz, frente y labios principescos, portadora de uno de esos rostros esculpidos en mármol de Carrara y exhibidos en los museos más selectos. En la intimidad, la llamaban Santina. En la escuela, sus compañeras la habían llamado Tina, Ina, Tuzza, pero ella no llamaba a nadie porque hablaba poco, raro en una italiana, pensarán algunos; sin embargo, les diré que no es raro en una sureña. Santa poseía la sabiduría ancestral que se transmite a veces sin palabras, esa riqueza álmica que hace a las personas más fuertes y no por eso más duras... Santa, Santina, Santuzza... ¿De qué estás hecha, querida? Su cultura era vasta y no por herencia sino por gusto

Engracia

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La puerta de la casa de Engracia era angosta y corta, como su precaria inteligencia; también era de una belleza discreta, como ella y medio antigua, como su nombre. Ella combinaba perfectamente entonces con su puerta y la puerta, con la dueña de casa. Y precisamente la estrechez de su puertita la hacía parecer de cuento de hadas, de historias de pasteles horneados esperando a una alegre familia reunida en derredor de una mesa limpia de madera de quebracho colorado, con terminación rústica... con la rusticidad misma que vivía en la cabecita de la buena Engracia. Nunca entendió el fastidio de sus vecinos al no barrer las hojas que caían todos los otoños creando un tapiz inigualable. También les molestaba que no quitara las matitas asomadas por entre los peldaños pétreos que conducían a la puerta transportadora al mundo mágico de su dueña. Ellos veían desprolijidad en donde Engracia sólo veía arte; criticaban lo que ella disfrutaba y ella, sencillamente estaba habituada a vivir en