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Mostrando las entradas etiquetadas como indignación

Karma

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Norma y Norman Bates se quedaron cortos en su historia psicótica. Bajo la apariencia de una pareja feliz, equilibrada y armoniosa, ellos dos, llamémosles David y Lena, brindaban un espectáculo de patetismo tan extremo que al verlos interactuar en público, me hizo sentir habitante de otro planeta.  O era yo la extraterrestre o lo serían ellos. Lo peor es que no podía comentarlo con nadie porque de un modo u otro, todos estábamos relacionados con esta suerte de pareja. Me acordé entonces del famoso pensamiento de Cortázar sobre el amor que nos parte al medio como un rayo, algo que no puede elegirse sino que sucede inevitablemente:  "Los he visto con horror" aludiendo a cómo ciertos hombres eligen a las mujeres para casarse sin amarlas. Sí, el horror del conformismo, de la falta de confianza en que el gran amor llegará--tarde o temprano--y no se busca ni persigue; mucho menos se compra. Y sí, ésos que eligen son los cobardes, porque los valientes se enamoran y corren ...

Pigmalión y la puta de turno

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Rosa, vestida de novia, con su piel cetrina y fría, con su flacura exacerbada por la falta de alimento y líquido, recién salida de la morgue, se presentó en la iglesia en donde supuestamente tenía que casarse ella con Edgardo... ella y no la otra, la que ahora estaba al lado de su amado novio a punto de dar el "Sí". Rosa llevaba puesto un vestido hecho por ella misma, con sus propias manos cargadas de amor por ese hombre que ahora se casaba con una mujer totalmente distinta a ella.  El vestido de Rosa tenía bordados, puntillas, detalles personales; era sencillo y sofisticado a la vez. Cada costura había sido dada pensando en la emoción que Edgardo le producía cuando hablaba, cuando comían juntos, cuando hacían el amor. Edgardo, su sueño hecho realidad. La nueva mujer del ut supra mencionado era una rubia teñida más, una mina común y corriente que hablaba de temas triviales, sin sustancia al igual que ella. Se planchaba el pelo, usaba las uñas esculpidas, se maquillab...

El artista

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            En mi condición de amiga le sugerí, luego le rogué a Juan Pablo que dejara de vender sus geniales dibujos en la peor parte de Broadway y se fuera a donde pudiera ser apreciado, pero no; él sabe que tal lugar quizás no exista y que tenga que acomodar su vida, dado que los molinos de viento son regidos por una fuerza superior a la voluntad propia. De nada sirve intentar cambiar la dirección de un fenómeno que nos excede y que tal vez sea producto del karma.             Juan Pablo ha caído en una suerte de letargo al saberse poco apreciado en su labor; se ha metido para adentro y una coraza ha ido anquilosándose en él hasta tapar esa personalidad anterior, aquélla de la alegría de vivir que traía al nacer.             Lo aplastó la realidad que llevó a otros a volar a altos niveles. Su arte terminó destruyéndolo.  ...

Georgia on my mind

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Él escucha Georgia on my mind y deja de oír los gritos pelados de las dominicanas de Washington Heights llamando a los niños, contándose cosas unas a otras, peleando con los maridos en un volumen ensordecedor para quien no está acostumbrado, y molesto aún para el acostumbrado, a menos que se provenga de una familia de gritones que no es el caso de Germán.  Él se sienta en el alféizar de su ventana sobre la St Nicholas Avenue, enciende un cigarrillo, sólo uno al día para el momento elegido, y levanta la vista más allá, por encima de los negocios de la 181 y Broadway; entonces ve el cielo y en él, el infinito. Ese cielo que pareciendo una escenografía para una ópera de Wagner, cubre un caserío desprolijo de calles bastante sucias contrastantes con la parte superior de la obra divina. Esto convierte al panorama en un cuadro pintado por dos artistas distintos; por un lado, el que ha creado ese cielo perfecto en forma de tondo y por el otro, lo profano traducido en construccio...

Venancia

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Si un solo adjetivo tuviera que describir a Venancia, yo diría que era hiperrealista, mucho más que realista, pasada ya de realismo, tan fuera de toda negación de la realidad, que hasta cometía el pecado de ir sufriendo por adelantado, antes de que las cosas tristes sucedieran.  Venancia era naturalmente fina; no existía en ella el más mínimo atisbo de rusticidad. Le venía en sí. Esa característica le daba un toque de lejanía, la hacía aparecer ante los demás como inasible, aunque hubiera bastado con leer su mirada para saber cuán fácil era acercarse a ella. Había pasado tantas situaciones perturbadoras desde la infancia, que sin querer, esa inicial cuota de esperanza y optimismo que existe al comienzo de la vida, se le había escurrido por entre los dedos hasta convertirla en una mujer que ya no esperaba nada de nadie ni de la vida. Por lo menos, no se engañaba a sí misma, e intentaba ser lo más veraz posible con los otros, lo cual no siempre era bien recibido, y ella lo sabí...

La pobre

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Justamente ella que odiaba esa costumbre horrenda de llamar a otras féminas con el triste apodo de "la pobre" tuvo que ser la destinataria de ese título que reemplazó a su propio nombre de la noche a la mañana. Acorde los años fueron pasando, el sonido de su nombre, María Gracia, fue perdiéndose irremediablemente detrás de los apodos impuestos por su abuela, su madre y las tías. Más tarde en la escuela, La Pobre se dio cuenta de que allí también sufría un destrato bastante notorio, pero nada pudo hacer para remediar el hecho, y mientras más se esmeraba en caer bien, en parecer lúcida y simpática, aparecía ante los demás como un simio practicando sus monerías gestuales. Entonces, los otros decían: - Ay, la pobre... Como nada parecía tener remedio y ni en su propia casa inspiraba algo parecido al respeto, La Pobre decidió ser insoportable y hacer cualquier cosa que le diera la gana, desde rascarse en público hasta pasearse en bombacha y corpiño con la ventana abierta de p...

Adagia vive

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Uno de esos tantos grises días pesados en la fábrica textil, Adagia cantaba para sus adentros algunas canciones que se sabía por la mitad. No sé tú, pero yo no dejo de pensar… ni un minuto me logro despojar… de tus besos, tus abrazos,  de lo bien que la pasamos la otra vez… y como acompañamiento, indefectiblemente tenía el ruido de las máquinas calando en su cerebro, un ruido que trascendía el poder de los tapones de silicona en los oídos… trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra… No sé tú, pero yo quisiera repetir el cansancio que me hiciste sentir… trátratratra, trátratratra, trátratratra… ese ruido, ese ruido durante años que iba dejándola sorda y a veces hasta idiota, y la vibración permanente, alterando desde sus vértebras hasta el sistema nervioso, causando efectos extraños que otra gente no podría comprender a menos que caminara en los zapatos de Adagia durante algún tiempo. Trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra…...

La Navidad de Ramira

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Ramira llegó a odiar la Navidad porque cada vez que ésta se acercaba, la gente más hipócrita y menos sensible que conocía, se ponía tonta y sentimental cuando el resto del año podía maldecir al prójimo sin culpa. De por sí bastante histérica, pasaba esa corta temporada de diciembre como si fuera un cuento de terror, esquivando a la gente que la rozaba con bolsas llenas de regalos y adornos para el arbolito. Y será que es cuando uno desea evitar algo, que ese algo lo sigue a uno indefectiblemente, que cada vez que Ramira encendía la televisión o iba a un centro de compras, se cruzaba con la roja imagen barbuda y panzona que emitía un siniestro ho ho ho. De inmediato y por su natural y algo exacerbado sentido de la compasión, Ramira recordaba que el pobre hombre que hacía de Papá Noel pasaba un calor terrible debajo del disfraz, por unos pocos pesos durante largas horas. Eso hacía que no odiara tanto al personaje en sí, como  a sus seguidores y fomentadores de tal vicio m...

Casta Diva

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A la pobre, no tuvieron mejor idea que llamarla como el aria de la ópera Norma . No podían ponerle un nombre relativamente normal, una palabra fácilmente digerible que no la dejara como una loca en medio del resto… no, tenía que ser Casta Diva Furlanetto Davis, Furlanetto por parte de padre y Davis por la madre, no va a ser por la Copa. En fin, la pobre Casta Diva salió de la Maternidad Sueco-Argentina con el nombre acoplado para siempre, los lóbulos perforados, aritos de perla y la bochita pelada. Digamos que salió procesada y producida para llegar a una reunión de bienvenida en su casa de la calle Pedro Morán, en el barrio de Villa Devoto, lugar en donde sucede de todo. Los abuelos se la pasaban como a la bandeja de las empanadas, los tíos y amigos le hablaban haciendo voces, y lo que todos ignoraban es que Casta Diva comprendía todo, todo en absoluto.  Ella pensó en su tercer día de vida, que así sería bastante insoportable vivir con toda esa gente levantándola cada...

Mimì antes

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Lucía Della Valle, alias Mimì como la de la ópera, antes de su cadena perpetua sin derecho a libertad condicional a la que fuera condenada por un crimen que sí cometió y del cual nunca se arrepintió, era una mujer fina, bastante narcisista, debido en parte a su profesión de cantante lírica, aunque generosa y compasiva con aquéllos a los que ella creía merecedores de tales virtudes.  Su amor era total, así como su odio; en ella, las medias tintas no tenían cabida. Su fineza le era tan propia que nunca la abandonó, ni aún en los ratos más oscuros de la cárcel maloliente y llena de minas gritonas, de una asquerosa ordinariez, animalitos de Dios, o animalitos a secas, porque los animales son divinos y estas mujeres son como para echarles insecticida, pesticida, o para ponerles cicuta o cianuro en la colación de la mañana. No, no hay que perder la esencia, no hay que caer en la obscenidad, en la vulgaridad; más vale tengo que ser yo quien influya sobre el resto, y no el resto...

Santa

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Santa nació en un pueblo de Calabria, acostumbrada a que la mafia fuera parte de su cotidianidad... precisamente esa mafia que supera a cualquier otra en poder y estrategia. Proveniente de una ex familia acaudalada y educada originaria del Reggio di Calabria, Santa era propriamente una regina, una mujer con rasgos faciales de la realeza; nariz, frente y labios principescos, portadora de uno de esos rostros esculpidos en mármol de Carrara y exhibidos en los museos más selectos. En la intimidad, la llamaban Santina. En la escuela, sus compañeras la habían llamado Tina, Ina, Tuzza, pero ella no llamaba a nadie porque hablaba poco, raro en una italiana, pensarán algunos; sin embargo, les diré que no es raro en una sureña. Santa poseía la sabiduría ancestral que se transmite a veces sin palabras, esa riqueza álmica que hace a las personas más fuertes y no por eso más duras... Santa, Santina, Santuzza... ¿De qué estás hecha, querida? Su cultura era vasta y no por herencia sino por gusto...