Adagia vive
Uno de esos tantos grises días pesados en la fábrica textil, Adagia cantaba para sus adentros algunas canciones que se sabía por la mitad. No sé tú, pero yo no dejo de pensar… ni un minuto me logro despojar… de tus besos, tus abrazos, de lo bien que la pasamos la otra vez… y como acompañamiento, indefectiblemente tenía el ruido de las máquinas calando en su cerebro, un ruido que trascendía el poder de los tapones de silicona en los oídos… trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra… No sé tú, pero yo quisiera repetir el cansancio que me hiciste sentir… trátratratra, trátratratra, trátratratra… ese ruido, ese ruido durante años que iba dejándola sorda y a veces hasta idiota, y la vibración permanente, alterando desde sus vértebras hasta el sistema nervioso, causando efectos extraños que otra gente no podría comprender a menos que caminara en los zapatos de Adagia durante algún tiempo.
Trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra… horas y horas; sólo queda el canto susurrado o pensado; hay que abstraerse y cantar, sólo queda eso para sentir en el cuerpo alguna melodía amable y no simplemente un ritmo enloquecedor, trátratratratra, trátratratratra… Con la noche que me diste... y el momento que con besos construiste… no sé tú, pero yo te he comenzado a extrañar…Y se cortó la luz en la fábrica, y con ella, se acallaron los ruidos, las vibraciones, también los cantos y susurros. De pronto, se sintió el calor real existente dentro de esas instalaciones con techo de tinglado que multiplicaba la temperatura del exterior. Empezaron a escucharse algunas voces. La única luz que dejaba vislumbrar algo era la de las partes claras del tinglado, ya que la fábrica no tenía ventanas al exterior.
Adagia se quedó inmóvil. En su cabeza resonaba todavía el trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra… como si aún siguieran con las máquinas encendidas. Súbitamente, en medio de ese ambiente caldeado y con olor a tintes, aceite de máquina y transpiraciones, le vino a la mente la imagen del energúmeno que tenía viviendo en su casa, y se largó a llorar hasta que se le hincharon los ojos… trátratratra, trátratratra… en mi almohada no te dejo de pensar, con las gentes, mis amigos, en las calles, sin testigos…. No sé tú… trátratratra, trátratratra, trátratratra… esa semioscuridad, el acallamiento de las máquinas externas pero no de la interna, la conciencia del estar encerrada en una caja caliente soportando la vida más que viviéndola, le hizo ver la verdad sin filtros, sin anestesia.
Adagia recordó a aquel matrimonio generoso, buena gente, los que querían verla maestra, al frente de un aula, alfabetizando, instruyendo, educando… qué pensarían de ella si supieran que a su alrededor sólo había un tumulto de gente que parecía una masa fétida y estupidizada por la ignorancia, la explotación y el encierro. Y en su casa, un vago sucio se rascaba las bolas y se quejaba de todo. Lo único bueno eran los chicos, sí, los chicos y los gatos. Ellos merecían otro destino. Sin cambiarse, salió corriendo Adagia a la calle y miró el cielo, lo contempló, vio de lo que se perdía cada día y lloró nuevamente, con tanta intensidad que tuvo que sentarse en el cordón de la vereda para no desmoronarse.
Ahí fue cuando supo, cuando decidió, mejor dicho, que si el choto que tenía en la casa no se iba por las buenas, habría que echarlo por las malas…
Comentarios
Besos
Jerónimo
¿Así que en tu versión, el marido es maestro de música? Qué tierno.
Sea tu Adagia o la mía, ambas necesitan terapia.
Besos :)
Besos
Jerónimo
(Mejor que tomes como pesadilla la nueva historia que publiqué anoche porque ésa sí que es espantosa).
Besos ;)