Adagia Ramos



Desde las cuatro de la mañana en adelante, Adagia era un ir de acá para allá, primero dejando todos los desayunos de sus cinco hijos a medio preparar y las tazas dispuestas sobre el mantelito a cuadros limpísimo aunque viejito. Se preocupaba de dejarles siempre el almuerzo listo para ser recalentado al mediodía, y el café en el jarrito enlozado para su marido que no hacía otra cosa que estar acostado hasta las once y media para luego tirarse en el sofá destartalado a despotricar contra los noticieros, hablando solo, sin advertir vida a su alrededor, sin colaborar, simplemente ensuciando y emitiendo al mundo con su voz áspera, los improperios más desagradables que un idioma pueda tener, amén de algún eructo desproporcionado delante de los chicos, y sus acostumbradas flatulencias que sólo a él le hacían gracia.
 Antes de que toda esta deprimente escena empezara, horas antes de que la chatura fuera tomando su forma cotidiana, Adagia ordenaba todo, se ponía un pañuelo inmaculado en la cabeza para aplastar las motas, se ocupaba de llenar los tachitos de agua de los gatos y daba un vistazo general a su departamento algo estrecho situado en un monobloc venido a menos en un barrio del cual uno saldría huyendo, a menos que no tuviera más remedio que vivir allí.
Adagia Ramos había nacido trabajando. Ya a los tres años de edad, cosechaba en los campos a la par de sus padres y hermanos; luego a los doce, fue ubicada como empleada doméstica en casa de unas personas muy buenas que tuvieron el tino de mandarla a la escuela y darle las tareas más livianas, dejando lo pesado para las muchachas más grandes. Y si hubiera sido por ellos, por esos patrones, otro porvenir le habría esperado a la morena que Dios quiso poner en esa casa con algún propósito que ella misma desvió. Tenían planes para Adagia, la querían y pretendían que siguiera estudiando para ser maestra, lo que parecía ser su sueño. Pero no. A los dieciséis, ella se enamoró de un hombre vago, hablador, delirante, chupasangre. Lo conoció en la calle, la siguió diciéndole piropos y así, muy fácilmente llegó a ella. Es que él era medio rubión y de ojos claros, tenía lindo físico y un palabrerío que en ciertas muchachas sin experiencia, puede penetrar. Y penetró, claro que lo hizo. Y al poco tiempo, ya anduvo panzona la Adagia, esperando a su primer hijo, y el encandilamiento por el blanquito que le dio calce a la negrita, le cegó el entendimiento, al punto que ella cada mañana a las cuatro, se levantaba para ir a trabajar a una fábrica textil que estaba dejándola sorda y con asma, mientras la lacra dormía, discutía con la televisión y puteaba por tener que encender la hornalla para calentar el café.
Ella sentía que ése era el precio que debía pagar por estar casada con un blanco. 



Comentarios

Aronson ha dicho que…
Quiero que Adagia tenga revancha!!!
Raquel Barbieri ha dicho que…
Quizás la tenga... mmmmmm
Jerónimo ha dicho que…
Al estilo de la excelente película inglesa: "Sliding doors".

En tu historia Adagia salió de la casa donde trabajaba para ir a la escuela, un minuto más tarde que otras veces. Se le fue el ómnibus que la iba a llevar a la escuela. Al esperar en la parada, conoció el hombre deleznable de tu historia y luego siguió como lo leimos.
Pero la otra versión es que justo ese día el ómnibus llegó un minuto tarde. Adagia corrió y jadeando pudo subir. Llegó a la escuela, como siempre y su vida siguió con la rutina de antes. Así terminó el colegio, estudió para maestra, se graduó con excelentes resultados y la contrataron en una escuela para maestra de grado. Allí conocíó al maestro de música, un hombre culto, agradable y de buen aspecto, se casaron, tuvieron dos hijos y vivieron en una casa modesta, pero agradable, en un barrio de clase media. Vivieron felices y su hijo varón llegó a ser médico y la hija cantante de ópera.
Qué significa un minuto en la vida de una persona?
A veces mucho, como se ve de esta versión de la historia.
Besos
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Hola Jero,

Es tan verdad eso de que un minuto cambia la vida de una persona para siempre...
Ojalá la vida de Adagia hubiera sido la de tu versión.

Gracias y besos :)

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