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Mostrando las entradas etiquetadas como surrealismo

La Ruelle de l'Ancien Chantier (crónicas de Québec)

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Me perdí bajando por la calle Côte du Palais, exactamente al desembocar en el codo que forman la Rue du Saint-Vallier y el comienzo de la Rue des Vaisseaux du Roi. No sé por qué, pero ya no supe por cuál calle tomar y hasta las piedras que siempre me habían enamorado parecían en ese momento algo frío y triste. Me faltaba algo y no sabía qué. Sentí que un velo se me había quitado de los ojos y podía entonces ver lo que hay detrás de las fachadas, no solamente de las casas sino de los edificios públicos y, sobre todo, de la gente. Me perturbó tal descubrimiento, al mismo tiempo que me fascinó porque ahora no idealizaría más nada. Si había de amar, tendría que ser lo real y no la imagen proyectada de un sueño. Sí, algo así tendría que ser porque si no, no sé cómo explicar el fenómeno acaecido aquel mediodía en que bajando con mi bicicleta—era el mes de agosto, si mal no recuerdo—quedé azorada al ver todo tan distinto. Miré hacia un lado, hacia el otro, y decidí remontar mi camin...

L’Homme-Rivière (crónicas de Québec)

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Ella iba sola caminando por las calles del viejo Québec en dirección al conservatorio de música, cuando sorpresivamente prestó más atención de la acostumbrada a la escultura del hombre del río, un cuerpo de hierro que emergía a mitad de calle como si uno fuese a entrar a una casa y se topara con una presencia inmutable que no lo deja a uno entrar.  Tantas veces había pasado apurada por la calle Félix-Antoine Savard, aunque salvo la felicidad de recorrer ese lugar tan querido, no había experimentado esto que le pasaba ahora: sentir que el hombre del río quería decirle algo y que el habla le estaba vedada o restringida; claro, siendo una escultura, cómo podría sacar su voz hacia afuera, cómo haría este hombre del río para transmitirle un mensaje de antaño, pero qué digo... siendo una obra de arte, un objeto bello pero objeto al fin, ¿cómo iba a emitir palabra?  Ya me siento una loca al contarlo. Ella se atrevió y le preguntó al hombre de hierro: - Est-ce que vous pouvez...

Pigmalión y la puta de turno

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Rosa, vestida de novia, con su piel cetrina y fría, con su flacura exacerbada por la falta de alimento y líquido, recién salida de la morgue, se presentó en la iglesia en donde supuestamente tenía que casarse ella con Edgardo... ella y no la otra, la que ahora estaba al lado de su amado novio a punto de dar el "Sí". Rosa llevaba puesto un vestido hecho por ella misma, con sus propias manos cargadas de amor por ese hombre que ahora se casaba con una mujer totalmente distinta a ella.  El vestido de Rosa tenía bordados, puntillas, detalles personales; era sencillo y sofisticado a la vez. Cada costura había sido dada pensando en la emoción que Edgardo le producía cuando hablaba, cuando comían juntos, cuando hacían el amor. Edgardo, su sueño hecho realidad. La nueva mujer del ut supra mencionado era una rubia teñida más, una mina común y corriente que hablaba de temas triviales, sin sustancia al igual que ella. Se planchaba el pelo, usaba las uñas esculpidas, se maquillab...

Cucaracha

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Las manos y la cara le sudaban asquerosamente justo en el momento en que se encontró frente a frente con ella, Regina, la mujer que hacía años que lo volvía loco y quien sin embargo, lo ignoraba impunemente. Él pensaba que hasta valdría más la pena ser cucaracha que hombre invisible, ninguneado, simple papel de calcar berreta. Por lo menos, siendo cucaracha la asustaría y ella lo miraría bien hasta matarlo o hasta que él, escapando de los gritos, se metiera en una ranura o grieta para que ella dejara de sufrir. Tal vez, ella gustaba de las cucarachas y haría de él su mascota, lo bañaría en verano, le daría de comer en la boca, le peinaría los pelitos de las patitas. Pero no, era un hombre que pasaba inadvertido para todas y principalmente para ella; encima, le transpiraban las manos como si acabara de lavárselas y no encontrara una toalla para secarse. Sí, definitivamente era mejor ser la cucaracha de Regina antes que darse cuenta de que como hombre sólo le causaría lástima.

Isidro

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Isidro nació una tarde soleada, cálida y hermosa de mayo en el otoño porteño de hace unas cuantas décadas, y como tantos de su generación, el hecho no se sucedió en un hospital sino que su madre parió en la casa, en la cama matrimonial vestida con sábanas inmaculadas con aroma a lavanda.  Al verlo, el padre se dio cuenta de que nunca algo lo haría más feliz que tener un hijo, pero la madre, contrariamente a lo que se esperaba de ella, no sintió nada por Isidro. Tal fue el desencanto al tenerlo en brazos, que se lo entregó rápidamente al marido como quitándose un peso de encima y decidiendo ya en ese momento que el pequeño se alimentaría con biberón y no de su pecho. Nadie entendió a la mujer; sintieron rechazo y fastidio hacia ella a partir de ahí, cuando la vida de todos cambió de rumbo para siempre.  Esa madre había esperado tan contenta durante los nueve meses de embarazo, había tejido, cosido, comprado, decorado, cantado... y ahora, que por fin tenía frente a ella ...

El raro

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  Había pasado con mi perro muchas mañanas por la puerta de su casa desde el pasado noviembre, sin saber que él vivía allí. El único cantero de la cuadra que ha perdido forma y en donde los pastos están tan altos que es imposible ver qué se esconde debajo, es el de la casa del raro, del mismo hombre que me asustó hace un año cuando yo miraba una vidriera en la lencería que estaba cerrada en ese momento, cuando acercándoseme de una manera propia de un confianzudo o de un demente, me preguntó qué iba yo a comprarme. Luego de mi estupor inicial, me di cuenta de que a este hombre le faltaba una pieza para que la maquinaria mental le funcionara normalmente, pero aún teniendo en cuenta esta consideración, despiadadamente como suelo actuar cuando algo me molesta, le dije: - Voy a llamar al 911, esperando con esto espantar al abejorro baboso que me rodeaba y cuyo olor a rancio ofendía el espacio circundante, aunque muy lejos de la reacción que yo esperaba, me encontré con la re...

Casta Diva

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A la pobre, no tuvieron mejor idea que llamarla como el aria de la ópera Norma . No podían ponerle un nombre relativamente normal, una palabra fácilmente digerible que no la dejara como una loca en medio del resto… no, tenía que ser Casta Diva Furlanetto Davis, Furlanetto por parte de padre y Davis por la madre, no va a ser por la Copa. En fin, la pobre Casta Diva salió de la Maternidad Sueco-Argentina con el nombre acoplado para siempre, los lóbulos perforados, aritos de perla y la bochita pelada. Digamos que salió procesada y producida para llegar a una reunión de bienvenida en su casa de la calle Pedro Morán, en el barrio de Villa Devoto, lugar en donde sucede de todo. Los abuelos se la pasaban como a la bandeja de las empanadas, los tíos y amigos le hablaban haciendo voces, y lo que todos ignoraban es que Casta Diva comprendía todo, todo en absoluto.  Ella pensó en su tercer día de vida, que así sería bastante insoportable vivir con toda esa gente levantándola cada...

Gregoria Samsa

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Le adjudicaron el nombre Gregoria sin dudar un segundo, y sin darle la chance de otro nombre detrás, en caso de que ella quisiera portar algún otro más sofisticado y de sonido suave. No, qué va. Los padres de Gregoria le estamparon un cartel en su dormitorio de bebé, de dos metros de ancho por uno de alto, con letras de imprenta agresivas y chillonas contrastantes con el verde loro barranquero de la pared, un cartel hecho de goma eva y lentejuelas pegadas a la que te criaste, mersa de acá hasta Chipre, un flor de cartel que decía nada menos que                                              ¡G R E G O R I A...  B I E N V E N I D A  A  E S T E  V A L L E  D E  L Á G R I M A S! Sí, eso mismo le pusieron y quedó ahí colgado, juntando tierra para siempre. El caso es que la chica ni siquiera pensaba en el cartel porque lo había visto desde s...

Mala

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Ella era mala en el sentido más literal de la palabra, en ese sentido sórdido y profundo en el que podemos llegar a sentir desde una atracción animal hasta incomodidad física estando a su lado, porque la maldad le brotaba por los poros de todo el cuerpo y se sentía como una corriente de energía eléctrica a la vez helada sin siquiera rozarla. Sus ojos de mala taladraban al otro haciéndole doler la cabeza sólo con mirarlo fijo, y ese otro no sabía que era ella con sus pensamientos sucios quien contaminaba el ambiente. Sí, mala como la peste, bella como una rosa, pero sin aroma a flor, con un hedor entre azufre y metal corroído, una mezcla fría y áspera como su carácter, así era la desgraciada. Mala desde la cuna, la mala de la película... ella, hija de perra, la hija deseada de dos pobres seres que festejaron la llegada de la maldita a este mundo, en medio de una carcajada de felicidad explosiva, bombones de chocolate y ramitos de jazmín, pensando que traían un ángel a este mun...

Rossana después

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La energía estaba a punto de desbordar dentro del cuerpo de Marcos. Sintió que era capaz de amarla tan intensamente que de quererla, podría matarla, y de odiarla, podría reventarla contra la pared sin ninguna piedad;  penetrarla con ternura, y también violarla, no teniendo claro en qué orden lo haría. Él era así, contradictorio y ambiguo como toda persona demasiado inteligente; había en él algo de pathos, de personaje de ópera de Berg, de Britten o del infierno mezclado con paraíso en el que él vivía. Ese día se dio cuenta de que si ella muriera, no existiría más el problema. Era más fácil matarla que amarla. Pero Rossana no quería morir todavía, y eso él lo sabía. Él intuía que ella hacía lo que podía para estar contenta y disfrutar de lo que era posible, y que sus errores eran más handicaps de su personalidad que maldades hechas ex profeso. Entonces, Marcos Hyde se desvanecía  y se convertía de inmediato en Marcos Jekyll y hasta parecía más lindo. - Hoy no la voy ...

Rossana luego

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Mientras Rossana recuperaba su tamaño original,  Marcos sentía mariposas en la panza como cuando era adolescente. No estaba muy seguro de lo que le pasaba, pero evidentemente algo lo hacía sentir más vital, con la piel tirante y un estado de ánimo renovado… como con ganas de jugar al Ring-raje, hacer el amor dentro del auto al costado de la plaza de Barrancas de Belgrano, y tirarse en la cama a mirar el techo escuchando su música favorita, e imaginar un mundo mejor… y que ese mundo mejor fuera el suyo propio. Rossana había quedado llena de moretones de colores rosados y violáceos que con el transcurrir de los días iban tomando un verdor azulado que le recordaron el instante en que se bebió la tinta del diario de Marcos. Llevaba parte de ese hombre en ella, y si antes ya podía percibirlo con intensidad, ahora era como que lo tenía metido dentro, como si ella fuera una funda que contenía a un Marcos en lugar de contener órganos. Estaba segura de estar transitando entre ...

Rossana

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Los vientos de la aventura y la creatividad soplaban. Rossana, aprovechando su capacidad sobrenatural, decidió pasar un día caminando sobre las letras del diario íntimo de Marcos para saber qué se sentía a través de su tinta. Se hizo chiquita, minúscula, casi microscópica y con un pensamiento se transportó por el espacio recorriendo la distancia que separaba su casa de la de él. Ella sabía todo lo que él le contaba al diario, pero quería sentirlo en su cuerpo, lamer un poco de esa tinta, nadar en la que estaba aún húmeda y hacer la plancha entre renglones. La letra de Marcos no tenía demasiadas curvas; era abrupta y masculina, sus trazos algo violentos y ciertas palabras, no demasiado legibles… como él. Uno es su propia letra. Uno es su propia tinta, prolongación de la sangre que al tomar contacto con el exterior cambia de color y se vuelve azul o negra, verde o sigue siendo roja pero menos densa que la sangre, menos densa que la saliva y que el semen.  La tinta es meno...

Eleuteria

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Eleuteria Yakamoto Leguizamón era hija de una campesina entrerriana y de un japonés que yendo a Chile, se bajó en Ezeiza por equivocación. Hasta después de tres años, el nipón no se dio cuenta de su equívoco. Pero un día, una persona compasiva le dio la información correcta y el pobre Hiroshi Yakamoto Taylor (la madre era inglesa) se desmayó en plena calle Florida. En ese instante entendió por qué nadie había ido a esperarlo tres años antes al aeropuerto, por qué nada se parecía a lo que le habían dicho, y por qué ninguna persona decía tener un pololo o una polola. Ya era tarde para Hiroshi Yakamoto Taylor. Estaba encariñado con estas tierras, de manera que decidió quedarse en la Argentina e iniciar una nueva vida, esta vez sabiendo en qué país habitaba. Consiguió trabajo en una fábrica situada en Villa Lynch, en donde se hacían las versiones truchas de los tanques de gas para los coches. Un día, lo mandaron en un camioncito a Nogoyá, Gualeguay, Villaguay, Victoria y...