Eleuteria



Eleuteria Yakamoto Leguizamón era hija de una campesina entrerriana y de un japonés que yendo a Chile, se bajó en Ezeiza por equivocación.

Hasta después de tres años, el nipón no se dio cuenta de su equívoco. Pero un día, una persona compasiva le dio la información correcta y el pobre Hiroshi Yakamoto Taylor (la madre era inglesa) se desmayó en plena calle Florida.
En ese instante entendió por qué nadie había ido a esperarlo tres años antes al aeropuerto, por qué nada se parecía a lo que le habían dicho, y por qué ninguna persona decía tener un pololo o una polola.
Ya era tarde para Hiroshi Yakamoto Taylor. Estaba encariñado con estas tierras, de manera que decidió quedarse en la Argentina e iniciar una nueva vida, esta vez sabiendo en qué país habitaba.
Consiguió trabajo en una fábrica situada en Villa Lynch, en donde se hacían las versiones truchas de los tanques de gas para los coches.
Un día, lo mandaron en un camioncito a Nogoyá, Gualeguay, Villaguay, Victoria y Hernández, llevando el cargamento de los tubos de gas, y al ver pasar a Simona, la que en un futuro sería la madre de Eleuteria Yakamoto Leguizamón… sucumbió a los encantos delanteros de la muchacha y se olvidó de los tubos y del gas.
No entregó nada, se quedó con el camioncito, la tracción delantera de la buena moza y con todo lo demás.



El cabello de Eleuteria era fuerte y rudo, grueso y tenaz, como su carácter. Su pelo no era por completo negro porque la madre de Hiroshi Yakamoto Taylor, la inglesa y difunta abuela de Eleuteria, era pelirroja. Así, la muchacha tenía un matiz rojizo en su negror capilar, el cuerpo de la Simona, la fisonomía nipona y una leve influencia British en la manera de decir: - Oh! (que suena “Óu”, y se dice con el cuello erguido y mucha distinción).

Hiroshi y Simona hacían el amor desproporcionadamente entre los yuyos y no les importaba nada ni nadie. Eran el uno para la otra y se revolcaban sobre los sembradíos, rompiendo muchas veces las plántulas que tímidamente acariciaban la superficie de la tierra húmeda.
Los tubos de gas truchos habían quedado de adorno, como esculturas férreas puestas por Hiroshi con un criterio de ruina celta: Parecía un sitio de culto y solamente faltaba el muérdago sagrado… pero como no había muérdago en los campos de Entre Ríos, Simona ayudó al hombre y entre los dos, enredaron unas hiedras en un roble que se erguía frente a las esculturas nacidas en una fábrica no declarada de Villa Lynch.



Eleuteria andaba con su cabello suelto por la vida, y era feliz en su mundo. Ella veía a través de la piel de las personas y sabía si estaban bien o mal, sanas o enfermas, si decían la verdad o contaban mentiras. Ésa era su mayor felicidad y su peor martirio.

El japonés y la entrerriana eran muy simples, como Papageno y Papagena de La flauta mágica; sin embargo, la hija era una médium y habitaba una zona de la existencia que sus padres no conocerían jamás ni por asomo. La hija llevaba consigo el conocimiento de generaciones, y su belleza era impresionante. Si bien la madre era una morena suculenta, era una mujer pulposa y nada más.
El japonés se parecía a Toshiro Mifune, aunque tenía un pequeño touch Taylor que había heredado de la madre. Era más o menos como el hijo de Madama Butterfly, pero adulto.

Eleuteria había sacado la belleza de sus padres aumentada cien veces, potenciada por el vigor híbrido. Recuerdo que el color de su voz era extremadamente cálido.



Una mañana de principios de Julio de 2007, Hiroshi Yakamoto Taylor y su Simona Leguizamón, se levantaron como siempre para comenzar el día y notaron que Eleuteria no estaba. Entonces, la buscaron por todas partes y con horror notaron que las esculturas de tubos de gas tampoco estaban.
Eso no era posible, pero sí lo era porque no había allí nada más que el roble.
Los padres desesperaron, cada cual en su estilo. Simona gritaba como una loca; en realidad ella estaba loca desde siempre, desde la cuna, pero el japonés la había calmado un poco con la meditación y el sexo entre los pastizales.
Hiroshi se entregó entonces a su mirada hacia adentro y no expresó más que un OooooooHHHHHHHHHHHHHH ronco, estilo teatro Kabuki.

Simona gritaba ahora con todo su ser y corría en camisón sin corpiño ni bombacha, sacudiendo su intimidad en los campos entrerrianos.
Corría y corría bramando y zarandeando los motivos por los que el japonés había dejado de entregar los tubos de gas aquella vez hace tanto.

Simona corrió tanto que dio la vuelta al mundo, y llegó al punto de partida en donde su marido paciente la esperaba con dignidad oriental.

La bella Eleuteria se había desintegrado.
Ella era hija del gas que respiró el japonés dentro del camioncito cuando iba desde Villa Lynch, provincia de Buenos Aires, hasta Entre Ríos.
Eleuteria estaba hecha del gas de los tubos truchos, y con la última emanación, se había evaporado ella también. Como era gaseosa, podía penetrar la piel de la gente y conocer sus pensamientos. Como era volátil, se voló.

A la mañana siguiente, ni Simona ni Hiroshi recordaban nada de lo sucedido. Salieron al campo como si nada, y apisonaron la tierra allí en donde previamente estaban los tubos…



Comentarios

Jerónimo ha dicho que…
Cuánta imaginación hay en esta historia! Pobre Hiroshi Yakamoto Taylor, en lugar de llegar a un país democrático, progresista, ordenado y limpio, ha aterrizado en uno caótico, de gobierno nacional con tendencias fascistas, de población con desinterés total por el medio ambiente, de inflación creciente, de brechas cada vez mayor entre pobres y ricos, gracias a la
"redistribución de la riqueza" que favorece a los que más tienen. Qué contraste impresionante habrá sentido, viniendo de Japón. Cómo no se va a desmayar en la calle Florida entre los vendedores truchos de artículos robados o copiados de marcas importantes, acompañados por músicos improvisados, un signo de decadencia del otrora famoso paseo de compras, hoy en día solamente visitada por turistas brasileños ávidos de comprar cualquier cosa, por la revaluación del real.
No se sabe que hubiera emprendido Hiroshi Yakamoto Taylor en Chile. Tampoco para que viajó a ese país.
Pero claro: la vida lo compensó con un encuentro casual con Simona Leguizamón. Él estaba acostumbrado a las japonesas, de figuritas delicadas, tetitas chiquitas y al ver el físico de Simona, no podía creer que algo así existe en la Tierra. Quizás entre las huris del paraíso. Pero este paraíso es para los musulmanes, en especial a los que se inmolan en ataques de bomba suicida, por cada israelí asesinado les tocará una huri virgen en el paraíso. Pero Hiroshi Yakamoto Taylor no era musulmán, sino sintoísta, no sabía nada de las huris vírgenes, era pacífico y nunca hubiera puesto una bomba. Claro que la Simona resultó ser su bomba, su bonboncito, su locura. Quizás Eleuteria nunca existió en forma física, solamente en la imaginación de los progenitores, porque para ellos sólo existió el amor y el sexo, su vida giró alrededor de su relación hasta que ellos mismos se desintegraron y sus restos fueron esparcidos por el viento sobre los campos entrerrianos, fecundando las tierras para que surjan otras relaciones de amor.
Besos para esta escritora de mente fecunda de
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Jerome,

jajajajajaaaaaaaaa... me hiciste reír mucho con tu comentario-cuento... está buenísimo... qué gracioso. Empezaste en Chile y terminaste con los musulmanes y las tetitas de las japonesas. Oh my God!
Tu interpretación de Eleuteria hace match con la idea generadora.
Si capisce? Good ;)

Creo que en Chile, el nipón se hubiera convertido en un empresario próspero, casado con una mujer promedio que no le aportaría más que lo básico requerido para estar casado, pero que hubiera distado de la pasión avasalladora y el amor total que vivió con la Leguizamón de las grandes tetas.

Se ve que el destino prefirió para él, no ser rico materialmente pero sí el varón más satisfecho del mundo, y ese destino estaba en Entre Ríos.


Muchas gracias y besos :)

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