Venérea



Simón T. había concebido a su hija teniendo sífilis. Él no había contado nada porque el egoísmo era mayor que el amor que sintiera por su mujer. Rita, por su parte, según sus cálculos, había quedado embarazada del sodero, con quien tuvo una aventura fugaz, pero como Simón T. era tan severo y categórico, ella pensó que si le contaba la verdad, él la mataría sin piedad con un cuchillo Tramontina, y la verdad es que ella no tenía intención alguna de fugarse con el muchacho que repartía la soda, y menos aún ganas de morir tajeada. Entonces empezó la escalada inevitable: Simón vivía nervioso pensando en la sífilis que haría estragos en el embarazo de Rita, y Rita, miraba a Simón con cara de culpa porque el hijo que llevaba en el vientre no tenía ni un gen de su marido.
La preocupación creciente de Simón fue minando sus ganas de comer, por lo que adelgazó diez kilos, y con el tema recurrente hirviéndole el seso, veía los subtítulos de las películas sin leerlos porque las palabras pasaban como nubes delante de él y ni sabía qué estaba mirando. Rita ni podía prestar atención a la película, ya que Simón era castaño oscuro y el sodero, bastante rubión, del tipo polaco. Si ella era del mismo color que su marido y le salía el chico rubicundo, estaría completamente fregada, jodida, acabada, out, off, finita la commedia.
Simón, a la vez, quería recordar algo concreto porque no entendía de dónde podría haberse agarrado la sífilis. Hizo memoria y se acordó de que una vez, una noche en que estaba enojado con Rita, se había acostado con una mujer a la que conoció circunstancialmente en un pub, y que ni siquiera había valido la pena. De hecho, se sentía un tarado por haberlo hecho para variar un poco y no por alguna razón superior. Su cabeza estaba por estallar de remordimiento, de bronca y de miedo; era un terror paralizante que no le permitía dar la cara ante Rita y decirle que interrumpiera el embarazo ya… o que por lo menos, se hiciera exámenes para saber qué pasaba. Imaginó todos los diálogos con preguntas, respuestas e inflexiones, pero no hizo nada más que atormentarse sin expresarse hacia afuera.







Y no sólo él no dijo nada; ella tampoco. Durante los nueve meses, el cobarde no se hizo ni un análisis fuera de aquél nefasto con las malas nuevas, y vivió atemorizado mañana, tarde y noche. Rita estuvo histérica durante todo el proceso de su preñez, al punto que no pudo disfrutar de ver crecer su panza, ya que fantaseaba asustada, con una cabeza rubia y lacia que saldría justo a darle en la cara al moreno esposo que al ver salir el oro eslavo de la vagina de su mujer, arrancaría al niño infame que volaría por el aire hasta reventar contra la pared de la sala de partos. Luego, él iría a la cárcel, seguramente con una condena de cadena perpetua sin derecho a salir antes por buen comportamiento, y ella, terminaría sus días en un manicomio estatal porque el presupuesto no daba para un sanatorio neuropsiquiátrico privado. Ésta era la imagen que venía recurrentemente a visitar a Rita todas las santas noches.
En esos meses en que ambos callaron, no hubo caricias, ni besos especiales, ni hablar de tener sexo. No hubo música, ni nada romántico o al menos dulce.
El clima entre ellos dos estaba demasiado tenso, y todo fue así hasta que un día nació una nena preciosa y castaña como sus dos padres. Se parecía un poco a Simón y otro poco a Rita. La madre respiró, dio gracias para sus adentros y prometió ser la mejor mujer del mundo. Simón tomó fuerzas ante su nueva situación y se hizo un análisis, en donde todo salió bien, menos el colesterol que estaba un poquito pasado del límite; por lo demás, no existía signo alguno de una enfermedad venérea.
El sodero era estéril y el análisis primero que Simón se hiciera, aquél de la famosa sífilis, había sido traspapelado y pertenecía a otra persona, de manera que la hija era de Simón y Rita, y estaba sana, vigorosa y llena de risa. Sólo ocurrió algo loco, muy loco: Simón quiso llamarla Venérea, y Rita aceptó, vaya uno a saber por qué. Y Venérea fue una gran mujer venerada, que se dedicó a la medicina e hizo felices a muchas personas, empezando por sus padres.


Comentarios

Jerónimo ha dicho que…
Ahora releí esta historia que ya había leído al publicarse y en su momento no la comenté. Me alegro que haya ocurrido así, porque me dio la oportunidad de volver a leerla. La podría llamar fábula con final feliz. Dos deslices tontos tuvieron su castigo al pasar ambos cónyuges 9 meses en vilo y mortificados. Al cumplirse el castigo, ambos tuvieron su recompensa al nacer una preciosa y sana niña, parecida a ambos. La verdad que el nombre elegido era un castigo, pero si Venérea se transformó al final en una médica respetada, hasta su nombre pudo haber sido aceptado por su entorno. Muy bueno!
Besos
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Jero,

No sé qué pasó que en su momento no te respondí este comentario.
La verdad es que Venérea es para mí un símbolo de algo malo que se convierte en bueno. Cuántas veces uno cree que no puede estar peor, y cuando menos se lo espera, el mundo se muestra a nuestro favor.
Yo pensé en Venérea por Venerada.

Muchas gracias y besos :)

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