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Mostrando entradas de septiembre, 2010

Nina

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Nina despertó y ésa no era su cama, ni su dormitorio, ni su casa. El techo era más alto, las paredes más separadas entre sí y ni siquiera coincidían el color o el aroma del ambiente, porque su casa, la verdadera y no esta porquería en la que aparecía ahora, olía siempre a azahares y jazmines, cuando la nueva realidad destilaba el tufillo de cuando los tapizados y la ropa no están limpios, algo rancio. Cosa rara, inexplicable, fuera de todo razonamiento. Nina se levantó sintiendo que el cuerpo latía y vibraba a cada paso; podía escuchar el torrente sanguíneo navegando por su cuerpo y hasta un ruido sordo de los pensamientos batallando en su cerebro. La sensación era de vértigo e hipersensibilidad, así también sus emociones que la zarandeaban de un lado a otro... deja de zarandear al bebé que lo vas a marear... jeda ed radanzear la ebeb equ sav a raemear... Pensó en que probablemente estaba drogada y casi de inmediato recordó que había pasado en su casa los últimos dos días, a causa d

Perla

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Perla paseaba al aire libre. Ir a lugares plagados de gente no era lo suyo. Las multitudes la ahogaban y tenía una marcada tendencia a la claustrofobia. Las pocas veces que se encontraba sumándose al paseo multitudinario, se sentía como parte del ganado que va al matadero y no como alguien que supuestamente está paseando relajadamente, amén de que para poder pensar y encontrarse con ella misma, no eran el ruido y las compras sus mejores aliados. Ella necesitaba echar viento a su cerebro superpoblado. Perla amaba ir a los parques, ver patos y cisnes nadando en familia y pájaros cantando a viva voce aprovechando las franjas de vida aún en pie, como esa porción a cielo abierto sobre el parque de Perla... Y ella tenía de todo en la vida menos la tranquilidad. Había matado a su madre, y sin que nadie se diera cuenta. La muerta ya estaba muerta de antes porque nadie la reclamaba ni se preguntaba por su paradero. A veces, Perla padecía ciertos blancos en su mente y confundía la realid

Donata

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Donata vivía en la calle del amor e ingenuamente creía que quienes allí habitaban no podrían escapar al destino inexorable de ser amados perdidamente, en las buenas y en las malas. Pobre Donata con sus pensamientos, aunque gracias a ellos, al menos sostuvo su llama interna hasta el día en que mirando el horizonte, respiró por última vez y murió. Ella siempre estuvo segura de que sería amada y por eso, no dejó de tener esperanzas, y esas esperanzas la sostuvieron hasta esa tarde en que se dio por vencida.