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Mostrando las entradas etiquetadas como hiperrealismo

Breve encuentro

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Siempre fui raro, en el mejor y en el peor sentido de la palabra, y no era ahora cuando mejoraría alguno de los síntomas que me hacían sentir esa extrañeza que a los otros parecía hacérseles evidente con solo conversar conmigo un rato. Yo quise ser más convencional, pero mi naturaleza se impuso y me rendí. Recuerdo que la primera vez que me sentí extraño, como salido de mi propio cuerpo, fue hace veinte años, cuando terminé la carrera de filosofía y nadie me felicitó. El hecho de no recibir siquiera un solo saludo me inquietó, pero, aun así, no terminé de darme cuenta de que había algo mío que provocaba sentimientos negativos en los demás. Solía querer a mucha gente, a personas que hoy me son indiferentes y a otras que odio. Ahora no siento amor por nadie. Me tildaron de raro y decidí vivir acorde a la rareza; dediqué mi vida a incomodar al prójimo, a hacer exactamente lo opuesto a lo que se esperase de mí, y le tomé el gusto. Me convertí en el sujeto a quien los demás temen...

Pigmalión y la puta de turno

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Rosa, vestida de novia, con su piel cetrina y fría, con su flacura exacerbada por la falta de alimento y líquido, recién salida de la morgue, se presentó en la iglesia en donde supuestamente tenía que casarse ella con Edgardo... ella y no la otra, la que ahora estaba al lado de su amado novio a punto de dar el "Sí". Rosa llevaba puesto un vestido hecho por ella misma, con sus propias manos cargadas de amor por ese hombre que ahora se casaba con una mujer totalmente distinta a ella.  El vestido de Rosa tenía bordados, puntillas, detalles personales; era sencillo y sofisticado a la vez. Cada costura había sido dada pensando en la emoción que Edgardo le producía cuando hablaba, cuando comían juntos, cuando hacían el amor. Edgardo, su sueño hecho realidad. La nueva mujer del ut supra mencionado era una rubia teñida más, una mina común y corriente que hablaba de temas triviales, sin sustancia al igual que ella. Se planchaba el pelo, usaba las uñas esculpidas, se maquillab...

La ducha vaginal

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Dibujo de Raquel Barbieri  Elenita padecía de picazón e inflamación en la vulva de manera crónica. Esta molestia se acrecentaba cuando de vez en cuando lograba tener un contacto sexual, de manera que vivía haciéndose baños de asiento, calientes e impregnados de un polvo mágico de un laboratorio conocido. La cuestión era que a Elenita le parecía un desperdicio el uso de varios sobres del producto para que rindieran dentro del bidet, puesto que el método para hacer entrar la solución dentro de sus partes no era otra cosa sino producir un oleaje feroz, alternando manos izquierda y derecha en forma sincronizada y acompasada, como la natación sincronizada pero sólo de manos. Así, algo lograba. Una mañana despertó con inquietud y desasosiego. Encendió su computadora para buscar una ducha vaginal con la cual llevar a cabo la empresa con éxito, y encontró un aparato extraño que prometía la felicidad de la usuaria. Una amiga se lo compró en una farmacia céntrica por avenida Córdo...

En el barrio judío de Praga

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En el barrio judío de Praga, al norte de la Ciudad Vieja, cerca de donde se encuentra la maravillosa estatua de Kafka en que un hombre enorme sin cabeza lleva al cuello a un pequeño Kafka completo, vivía Lenka con su madre. El departamento daba—como en tantos edificios de Europa central—a un corredor con pisos de mosaicos cuyos dibujos divertidos en blanco y azul cerúleo combinaban a la perfección con los herrajes de los grandes balcones que desembocaban al patio común.  Macetas tupidas de todo tipo de plantas suculentas, begonias, malvones y geranios aportaban vida a esos espacios compartidos cuya techumbre consistía en una galería alta con columnas de hierro ornamentado, en donde de vez en cuando trepaba alguna planta que en invierno desaparecía por completo.  Mirando hacia arriba se veía el cielo, un espacio abierto y cuadrado que en primavera y otoño era una bendición para todos los sentidos, pero en verano y sobre todo en invierno, devenía en caldera o helader...

El artista

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            En mi condición de amiga le sugerí, luego le rogué a Juan Pablo que dejara de vender sus geniales dibujos en la peor parte de Broadway y se fuera a donde pudiera ser apreciado, pero no; él sabe que tal lugar quizás no exista y que tenga que acomodar su vida, dado que los molinos de viento son regidos por una fuerza superior a la voluntad propia. De nada sirve intentar cambiar la dirección de un fenómeno que nos excede y que tal vez sea producto del karma.             Juan Pablo ha caído en una suerte de letargo al saberse poco apreciado en su labor; se ha metido para adentro y una coraza ha ido anquilosándose en él hasta tapar esa personalidad anterior, aquélla de la alegría de vivir que traía al nacer.             Lo aplastó la realidad que llevó a otros a volar a altos niveles. Su arte terminó destruyéndolo.  ...

Georgia on my mind

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Él escucha Georgia on my mind y deja de oír los gritos pelados de las dominicanas de Washington Heights llamando a los niños, contándose cosas unas a otras, peleando con los maridos en un volumen ensordecedor para quien no está acostumbrado, y molesto aún para el acostumbrado, a menos que se provenga de una familia de gritones que no es el caso de Germán.  Él se sienta en el alféizar de su ventana sobre la St Nicholas Avenue, enciende un cigarrillo, sólo uno al día para el momento elegido, y levanta la vista más allá, por encima de los negocios de la 181 y Broadway; entonces ve el cielo y en él, el infinito. Ese cielo que pareciendo una escenografía para una ópera de Wagner, cubre un caserío desprolijo de calles bastante sucias contrastantes con la parte superior de la obra divina. Esto convierte al panorama en un cuadro pintado por dos artistas distintos; por un lado, el que ha creado ese cielo perfecto en forma de tondo y por el otro, lo profano traducido en construccio...

Gerardo

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Las historias sólo les suceden a quienes son capaces de contarlas. -Paul Auster- Gerardo leía en el subte, en el tren, en la plaza de su barrio cuando había un poco de sol, en la cama, tirado en el suelo, en cualquier parte en donde hubiese al menos un hilo de luz que permitiera a sus ojos descifrar el escrito. Era lo que se dice, un ávido lector, uno de ésos que no levantan la vista para ver qué pasa a su alrededor. El vivía enfrascado entre las hojas de alguna novela apasionante y sólo salía de ese estado cuando una mujer le atraía por el olfato, dado que rara vez alzaba la vista. Lo que él no lograba, era escribir. Tanta lectura de años, tanto dominio del idioma y sin embargo, la musa parecía no aparecérsele ni aunque se bajara la botella de escocés que tenía en el bargueño. No había manera de que lograra pasar de los tres renglones, con suerte, y tampoco sabía contarles algo a los demás, aunque fuese una anécdota del colectivo, de la calle, del cine, y ni siquiera l...

Allegra

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Quien no encaja en el mundo, está cerca de encontrarse a sí mismo.                  Hermann Hesse  Allegra, contrariamente a los anhelos de la mayoría de la gente de hoy, no quiere ser famosa, ni estar en la mira. Siente un placer casi erótico en el anonimato, en la paz de su casa y en la cotidianidad del parque en donde lee y toma sol. Su deseo es pasar tan inadvertida, que la gente no pueda siquiera recordar su rostro y mucho menos, su voz.  Es raro que una mujer bella y culta se esconda, más en estos tiempos tan exhibicionistas, y más en una ciudad como Buenos Aires en donde todo es posible; pero lo común no es lo único que ocurre en esta vida, también existen personas singulares como Allegra que se esconden del mundo porque no sienten que pertenezcan del todo a él.  Me gusta que alguien que no tendría por qué ocultarse, lo haga. Vive una suerte de arresto domiciliario voluntario y con beneficios. All...

Venancia

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Si un solo adjetivo tuviera que describir a Venancia, yo diría que era hiperrealista, mucho más que realista, pasada ya de realismo, tan fuera de toda negación de la realidad, que hasta cometía el pecado de ir sufriendo por adelantado, antes de que las cosas tristes sucedieran.  Venancia era naturalmente fina; no existía en ella el más mínimo atisbo de rusticidad. Le venía en sí. Esa característica le daba un toque de lejanía, la hacía aparecer ante los demás como inasible, aunque hubiera bastado con leer su mirada para saber cuán fácil era acercarse a ella. Había pasado tantas situaciones perturbadoras desde la infancia, que sin querer, esa inicial cuota de esperanza y optimismo que existe al comienzo de la vida, se le había escurrido por entre los dedos hasta convertirla en una mujer que ya no esperaba nada de nadie ni de la vida. Por lo menos, no se engañaba a sí misma, e intentaba ser lo más veraz posible con los otros, lo cual no siempre era bien recibido, y ella lo sabí...

Buena

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Buena como Lassie, más buena que el pan, buenaza la buena moza, buenísima a la hora de enamorar y hacerse desear, buena amante, buena mandarina, buena pieza… nadie tiene la total certeza de cómo pueda ser ella; sólo sospechas, alguna corazonada, una impresión teñida de la personalidad de quien la perciba malamente, o la idealice al extremo.   Buena mina, no jode, no grita, no contesta, no mató a nadie… como si la bondad se limitara a no matar, como si la bonhomía se tratara de tan poco. Buena para nada … así la llamaba su madre, una mujer por completo ajena al lenguaje de los sentimientos. Buena porta un nombre raro que no la acompleja tanto estéticamente, como el hecho de que la hace sentirse en extremo responsable y comprometida a llevar una vida santa que no le va del todo, que no le sale naturalmente. Ha confesado sentir como un palo incrustado en su columna que la obliga a estar siempre derecha y erguida, aún cuando querría tirarse en el suelo a descansar, a rodar, ...

Bagayo

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De tanto llamarla "Bagayo", se creyó un ser abominable y no merecedor de nada bueno; entonces compró por Internet una máscara del Carnaval de Venecia y decidió vivir tras los muros, sordo ruido. Y sucedió que le tomó el gusto al hecho de vivir detrás de una pantalla, protegida por su coraza sofisticada y enriquecida con encajes italianos y perlas que cubrían también su cabeza y la dejaban totalmente cubierta.  Sólo los ojos se veían tristes detrás de los huecos de su chapa y pintura.  Quienes la conocían, de todos modos siguieron llamándola Bagayo, y los que la veían por primera vez, la llamaron La loca de la máscara, como era de prever . No, no hay manera de salir indemne de este mundo ulcerado por la maldad. No existe escapatoria para las bestias ni para las bellas...