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Mostrando entradas de 2019

Breve encuentro

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Siempre fui raro, en el mejor y en el peor sentido de la palabra, y no era ahora cuando mejoraría alguno de los síntomas que me hacían sentir esa extrañeza que a los otros parecía hacérseles evidente con solo conversar conmigo un rato. Yo quise ser más convencional, pero mi naturaleza se impuso y me rendí. Recuerdo que la primera vez que me sentí extraño, como salido de mi propio cuerpo, fue hace veinte años, cuando terminé la carrera de filosofía y nadie me felicitó. El hecho de no recibir siquiera un solo saludo me inquietó, pero, aun así, no terminé de darme cuenta de que había algo mío que provocaba sentimientos negativos en los demás. Solía querer a mucha gente, a personas que hoy me son indiferentes y a otras que odio. Ahora no siento amor por nadie. Me tildaron de raro y decidí vivir acorde a la rareza; dediqué mi vida a incomodar al prójimo, a hacer exactamente lo opuesto a lo que se esperase de mí, y le tomé el gusto. Me convertí en el sujeto a quien los demás temen

El hombre inasible

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Un día gris de mayo, cuando el hombre inasible se despertó y miró su cuarto como cada mañana, en vez de ver sus muebles, su colcha, sus sábanas, la ropa de él y de su mujer sobre la silla al lado de la cómoda… no vio más que el rostro de aquélla a la que tiempo atrás le prometiera una cita que nunca cumplió. No es que en principio no hubiera pensado en ir y verla un ratito en un lugar neutral y cumplir—digamos, en un café céntrico, ocupando una mesa al lado de la calle, por si ella era una loca—es que en realidad no lo había entusiasmado nunca esa cita, pero no supo decirle que no de algún modo, fuera ese modo elegante o no. Y fue dilatándola, hasta hacerla desaparecer por omisión. Sucede que ella era tan amorosa y complaciente, tan llena de entusiasmo, que a él le daba pena infligirle el ninguneo explícito; ninguneo que de todos modos llevó a cabo y fue peor, porque acorde pasaba el tiempo y la cita no se producía, ella se daba cuenta de que él nunca había querido ese e

La mujer invisible

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No sé en qué momento me sucedió, pero ante sus ojos, ante los del único hombre que me ha interesado desde la muerte de mi marido, me he convertido en una mujer invisible. Nada en mí parece llamar su atención. Ni siquiera se comunica conmigo para odiarme, para quejarse de algo, para criticarme. Mis escritos, mis intentos fallidos de llamar su atención para llegar a conocernos más, mis miradas, de nada han servido, y siento que en cualquier momento podría sobrevenirnos la muerte y me quedaría sin el placer de haberlo tocado, besado, acariciado. Se me hace necesidad estar desnuda apretada a él, aunque sea una vez, aunque después solamente seamos amigos y nos una para siempre una mirada cómplice por haber hecho el amor y guardar el recuerdo, las imágenes táctiles, olfativas, gustativas, también las visuales y auditivas; todas las que emerjan del momento. Que nos quede también lo que pudo pasar por nuestras mentes en el momento de esa unión, lo que hayamos pensado y sentido, hacia