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Mostrando las entradas etiquetadas como casas

La Ruelle de l'Ancien Chantier (crónicas de Québec)

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Me perdí bajando por la calle Côte du Palais, exactamente al desembocar en el codo que forman la Rue du Saint-Vallier y el comienzo de la Rue des Vaisseaux du Roi. No sé por qué, pero ya no supe por cuál calle tomar y hasta las piedras que siempre me habían enamorado parecían en ese momento algo frío y triste. Me faltaba algo y no sabía qué. Sentí que un velo se me había quitado de los ojos y podía entonces ver lo que hay detrás de las fachadas, no solamente de las casas sino de los edificios públicos y, sobre todo, de la gente. Me perturbó tal descubrimiento, al mismo tiempo que me fascinó porque ahora no idealizaría más nada. Si había de amar, tendría que ser lo real y no la imagen proyectada de un sueño. Sí, algo así tendría que ser porque si no, no sé cómo explicar el fenómeno acaecido aquel mediodía en que bajando con mi bicicleta—era el mes de agosto, si mal no recuerdo—quedé azorada al ver todo tan distinto. Miré hacia un lado, hacia el otro, y decidí remontar mi camin...

C H A R L E V O I X (crónicas de Québec)

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Chéri... si supieras cuántas cosas tengo para contarte... no me alcanzan los renglones de esta hoja para decirte sobre todas las canciones que he compuesto en este tiempo, los poemas que he escrito, los cuentos que son tantos que ya ni vale la pena empezar a contarlos porque la vida se pasa y no puede uno estar leyendo in aeternum porque entonces dejaría de vivir para vivir leyendo, je ne sais pas. Recuerdo con frecuencia un lugar en particular en donde viví algunos de los días más felices de mi existencia completa... ¿Te acordás de la ducha fuera del chalet en Charlevoix?… qué aventura más divertida, qué tranquilidad vivimos allí en el medio de la nada; me parece como si fuese hoy que salíamos corriendo de la casa porque hacía frío y nos bañábamos juntos para darnos calor. Qué maravilla el contacto de nuestros cuerpos tocándose mojados con la fragancia del jabón de glicerina. Solíamos reirnos en esa época, por todo, por nada, reirnos a carcajadas que hoy sólo resuenan en mi c...

Raquel en Québec (crónicas de Québec)

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Años después de haber visto en sueños o como en sueños este lugar, logré llegar en cuerpo y alma de la mano de un gran amor que precisamente nació en estas tierras gélidas y hermosas, de una naturaleza primigenia y arquitectura generosa, de un clima que produce en sus nativos una suerte de bipolaridad emocional y un pragmatismo que me es ajeno. Mi mejor viaje, mi ciudad en el mundo, el sitio en donde arrojé monedas para poder regresar porque existe algo que proviene de vidas pasadas. Yo nací en Québec , no sé cuándo ni cuántas veces, ni siquiera sé si lo he hecho como mujer o como hombre, pero es mi tierra ancestral, y Venecia es la otra parte que me completa.  Y el amor que allí me condujo sin saber de mis vidas pasadas ni de las de él mismo, también fue quien de mi mano viajó a Venecia en donde hemos tenido una vida anterior. Ambos vestíamos atuendos del carnaval y tras las máscaras nos reconocimos.  En Québec, tal reconocimiento fue en el Vieux-Port, lugar en d...

En el barrio judío de Praga

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En el barrio judío de Praga, al norte de la Ciudad Vieja, cerca de donde se encuentra la maravillosa estatua de Kafka en que un hombre enorme sin cabeza lleva al cuello a un pequeño Kafka completo, vivía Lenka con su madre. El departamento daba—como en tantos edificios de Europa central—a un corredor con pisos de mosaicos cuyos dibujos divertidos en blanco y azul cerúleo combinaban a la perfección con los herrajes de los grandes balcones que desembocaban al patio común.  Macetas tupidas de todo tipo de plantas suculentas, begonias, malvones y geranios aportaban vida a esos espacios compartidos cuya techumbre consistía en una galería alta con columnas de hierro ornamentado, en donde de vez en cuando trepaba alguna planta que en invierno desaparecía por completo.  Mirando hacia arriba se veía el cielo, un espacio abierto y cuadrado que en primavera y otoño era una bendición para todos los sentidos, pero en verano y sobre todo en invierno, devenía en caldera o helader...

El raro

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  Había pasado con mi perro muchas mañanas por la puerta de su casa desde el pasado noviembre, sin saber que él vivía allí. El único cantero de la cuadra que ha perdido forma y en donde los pastos están tan altos que es imposible ver qué se esconde debajo, es el de la casa del raro, del mismo hombre que me asustó hace un año cuando yo miraba una vidriera en la lencería que estaba cerrada en ese momento, cuando acercándoseme de una manera propia de un confianzudo o de un demente, me preguntó qué iba yo a comprarme. Luego de mi estupor inicial, me di cuenta de que a este hombre le faltaba una pieza para que la maquinaria mental le funcionara normalmente, pero aún teniendo en cuenta esta consideración, despiadadamente como suelo actuar cuando algo me molesta, le dije: - Voy a llamar al 911, esperando con esto espantar al abejorro baboso que me rodeaba y cuyo olor a rancio ofendía el espacio circundante, aunque muy lejos de la reacción que yo esperaba, me encontré con la re...

Allegra

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Quien no encaja en el mundo, está cerca de encontrarse a sí mismo.                  Hermann Hesse  Allegra, contrariamente a los anhelos de la mayoría de la gente de hoy, no quiere ser famosa, ni estar en la mira. Siente un placer casi erótico en el anonimato, en la paz de su casa y en la cotidianidad del parque en donde lee y toma sol. Su deseo es pasar tan inadvertida, que la gente no pueda siquiera recordar su rostro y mucho menos, su voz.  Es raro que una mujer bella y culta se esconda, más en estos tiempos tan exhibicionistas, y más en una ciudad como Buenos Aires en donde todo es posible; pero lo común no es lo único que ocurre en esta vida, también existen personas singulares como Allegra que se esconden del mundo porque no sienten que pertenezcan del todo a él.  Me gusta que alguien que no tendría por qué ocultarse, lo haga. Vive una suerte de arresto domiciliario voluntario y con beneficios. All...

Zoraida

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Era una mañana de mucha lluvia y viento, las ráfagas parecían arrasar con todo, y el ruido de las celosías de hierro que cerraban mal semejaba el sonido de una presencia fantasmagórica que bregaba por abrir las ventanas de cuajo y hacer volar todo el contenido de la casa de Zoraida. El gato estaba debajo de la cama, asustado, acurrucado en forma de ovillo, callado. El perro caminaba por toda la casa sufriendo y de vez en cuando emitía un gemido de temor hacia los truenos; Zoraida mientras tanto, sentada en su mecedora, pensaba en su vida. Es que a ella le encantaban las tormentas, las mañanas oscuras de cielos cerrados, el viento despiadado, el sonido de la tempestad. Dentro de esa tempestad externa, se encontraba a ella misma con sus temporales internos. No era que no le gustasen los días soleados; los disfrutaba normalmente , aunque parecían pertenecerles a las personas felices y no a ella.  Los días de Zoraida eran esos pocos durante el año en que parece que se vie...

Fresia

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Fresia nació un día de mayo de algún año que no interesa. Fue llamada así porque era la flor favorita de sus padres y aunque en esos momentos tal nombre no se encontraba habilitado en la lista de los permitidos por el ayuntamiento, el padre de Fresia dijo que no se iría de allí hasta que su hija llevase tal nombre, y lo dijo con una voz tan decidida y grave que nadie se atrevió a contradecirlo.  Será que era un día en que la empleada pública estaba de buen humor porque su novio le había hecho el amor la víspera, será porque todo en ese día de mayo parecía ser perfecto para dicha empleada porque recibió un aumento de sueldo y encontró su documento de identidad perdido una semana atrás, cuestión que el hombre se salió con la suya y la niña fue inscripta en la vida con el nombre de Fresia. Tal como las flores, ella era colorida, de aroma sutil, alegre. Era muy raro que viera el costado amargo de la vida, ya que siempre se veía contenta, no frenéticamente contenta sino relajada...

Popa

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Y en su pequeña casa del barrio de Floresta, sucedían ese tipo de cosas que el que pasa por la puerta ni imagina. Es increíble la escasa capacidad de imaginación que tiene la gente en general, esa corriente que lleva a la masa a creer que la apariencia se corresponde necesariamente con el contenido y que las cosas son tal cual se muestran.  Popa era inteligente y lúcida en un mundo mediocre. Ése era el karma que tenía que pagar, tener que darle la razón a personas mentirosas o falsas con tal de no seguir discutiendo y también para adaptarse al habitat, tal y como lo hacen las plantas que pasan del exterior al interior de una casa, o viceversa.  Pensó en los pinos que plantó Carlos Gesell en la costa atlántica allá lejos y hace tiempo, y se identificó con ellos; se creyó un pino en un suelo arenoso, un pino al que le dio mucho trabajo prosperar en un suelo hostil, y al ser tan amante de la playa y del bosque, Popa se contentó por la identificación. Creo que fue en e...

La pobre

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Justamente ella que odiaba esa costumbre horrenda de llamar a otras féminas con el triste apodo de "la pobre" tuvo que ser la destinataria de ese título que reemplazó a su propio nombre de la noche a la mañana. Acorde los años fueron pasando, el sonido de su nombre, María Gracia, fue perdiéndose irremediablemente detrás de los apodos impuestos por su abuela, su madre y las tías. Más tarde en la escuela, La Pobre se dio cuenta de que allí también sufría un destrato bastante notorio, pero nada pudo hacer para remediar el hecho, y mientras más se esmeraba en caer bien, en parecer lúcida y simpática, aparecía ante los demás como un simio practicando sus monerías gestuales. Entonces, los otros decían: - Ay, la pobre... Como nada parecía tener remedio y ni en su propia casa inspiraba algo parecido al respeto, La Pobre decidió ser insoportable y hacer cualquier cosa que le diera la gana, desde rascarse en público hasta pasearse en bombacha y corpiño con la ventana abierta de p...