Fresia
Fresia nació un día de mayo de algún año que no interesa. Fue llamada así porque era la flor favorita de sus padres y aunque en esos momentos tal nombre no se encontraba habilitado en la lista de los permitidos por el ayuntamiento, el padre de Fresia dijo que no se iría de allí hasta que su hija llevase tal nombre, y lo dijo con una voz tan decidida y grave que nadie se atrevió a contradecirlo. Será que era un día en que la empleada pública estaba de buen humor porque su novio le había hecho el amor la víspera, será porque todo en ese día de mayo parecía ser perfecto para dicha empleada porque recibió un aumento de sueldo y encontró su documento de identidad perdido una semana atrás, cuestión que el hombre se salió con la suya y la niña fue inscripta en la vida con el nombre de Fresia.
Tal como las flores, ella era colorida, de aroma sutil, alegre. Era muy raro que viera el costado amargo de la vida, ya que siempre se veía contenta, no frenéticamente contenta sino relajada y con una sonrisa plena que dibujaba su rostro divino. Y digo que era divino no porque se tratara de una belleza llamativa e inobjetable, sino porque daban ganas de mirarla todo el tiempo por lo que su expresión transmitía.
Fresia hablaba hasta por los codos, imitaba voces, se divertía con los animales, no mataba ni a una hormiga, juntaba porquerías que después su madre no sabía en donde poner, tenía pocos amigos selectos, y un novio algo insulso que ella adoraba locamente.
La colección de cosas inútiles llenaba muchas horas de la vida de Fresia, pero nadie se atrevía a decirle nada con respecto a eso porque ella era tan buena, tan tolerante con los otros, tan considerada con sus palabras, que haberle cuestionado su hábito habría sido algo injusto y caprichoso.
Lo que nadie había percibido, salvo el novio que la acompañaba en sus rarezas, era que Fresia restauraba sus objetos y los dejaba irreconocibles. Como ella guardaba todo en una casita anexa a la residencia familiar y nadie entraba allí, salvo ella y el susodicho que de tan flaco parecía poder plegarse en dos, sólo veían los objetos en el estado en que se hallaban al momento de ingresar a la casita de los tesoros, pero no veían cómo quedaban después.
Un día cualquiera y estando sola en el anexo, Fresia murió sin aviso previo. Los padres no podían creerlo, no encontraban paz ni razones para seguir en este mundo. Cada despertar les recordaba que su hija no estaría allí para contar sus anécdotas raras, para soltar sus carcajadas melódicas, para salir a juntar porquerías por ahí y regresar a veces cargada como una mula y otras veces, sin nada.
Los padres decidieron entonces suicidarse, pero antes de eso, quisieron ir a la casita anexa para estar cerca de lo que a Fresia le gustaba y mantenía ocupada durante horas. Quisieron despedirse de ese lugar para después ir a acelerar el paso de este mundo hacia el otro.
Al entrar, se les detuvo la respiración, se erizaron los vellos de sus brazos y la mujer comenzó a sollozar.
No podían creer lo que allí sucedía: Fresia había construído un sitio de ensueño, colorido, impecable. Cada objeto inútil era ahora un juguete y cada uno tenía un cartelito con el nombre de la institución a donde debía ser donado.
Ella convirtió la paja en oro y su fiel testigo, el larguirucho que tenía como novio, no volvió a verse por sobre la faz de la Tierra. Inútil fue querer encontrarlo.
Los padres de Fresia comprendieron entonces que su hija les había legado la labor de entregar todos los juguetes y ocuparse de sus pobres...
Comentarios
Beso
Jerónimo
A ésta la tomé en el living de casa un día de lluvia de julio o agosto.
Me gustó escribir esta historia. Me gustan las personas que convierten la paja en oro, los alquimistas del alma.
Gracias y beso
En lugar de convertir metales viles en oro, lo que obviamente era un engaño y nunca se logró, esta fresia sí llegó a poder transformar cosas descartadas y sin valor en oro para muchos niños. Bien hecho.
Besos
Jerónimo
Besos