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Mostrando entradas de septiembre, 2009

Elsa

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Elsa es mala y no es rubia, pero ella piensa que las empleadas rubias valen más que las morenas. Qué poco se ha de querer Elsa a sí misma, si ella no fue blonda ni en esta vida ni en la anterior; lo que sí ha sido es una hiena que involucionó en jueza. Ay, Elsa... con rostro de enajenada dictaminás los destinos de gente más lúcida que vos y sos capaz de amargarle el día a unas cuantas personas, solamente dejando que la mugre de tu alma recaiga verbalmente sobre unas chicas que nada tienen que ver con tus bajezas. No sos la Elsa de Lohengrin, la bella y dulce que espera al cisne para embarcar junto a su amado, ni te rodea una música excelsa: Sos un nido de mentiras y estás ocupando un sitio que te queda demasiado grande. No, definitivamente, no sos esa Elsa y me cuesta identificar tu nombre con la mujer amarga y llena de odio que ofendió usando un arma vil: La segregación. Cuando te escuché por la radio tan indignada ante la carencia de rubias en ese sitio, creí que mínimamente eras

Simonetta

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Simonetta entre la espada y la pared, entre el sí y el no, prefiriendo el no al sí; entre dejar que su padre muera en el dolor físico o aceptar la lascivia de Erik, evitando así el quejumbroso acontecer de quien la cuidara como padre y madre a la vez. Porque la vida se trata de negociar, parece ser, porque los cuentos de hadas tejidos en la imaginación de Simonetta, la dulce y tosca muchacha condenada a elegir entre dos opciones desagradables... esos cuentos de hadas parecen haber sido escritos para otras y no para ella. Erik, el hábil observador de la necesidad ajena, el prestamista despiadado, el carnicero de sueños de Simonettas cargadas de esperanzas que no llegan a completarse en una realidad concreta. Y sí, entre ver al padre emitiendo esos sonidos taladrantes que la hacen sentir culpable por ser joven y sana... y tener que soportar el aliento del asqueroso sobre su cuerpo, es preferible tolerar al cerdo prestamista y que un padre, su padre tenga los remedios que detendrán o a

Generosa

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Generosa se despertó con náusea. Había estado soñando que por la fuerza le metían torta de chocolate en la boca, entrándole algunas partículas en la nariz sin darle tiempo a la deglución, por lo que la desesperaba la incapacidad para respirar, teniendo esa mano fuerte de hombre sujetándole el cuello mientras otra mano áspera de una mujer ingresaba la masa (en otro momento deseada) en sus fauces que no daban abasto. De algún modo, conociendo la técnica, le apretaban un punto al costado de la cara que producía la apertura de las mandíbulas... todas esas sensaciones aún persistían vivamente, sobre todo la opresión del hombre y la aspereza de los dedos toscos de una joven bonita, belleza que no condecía con la actitud y mirada sádica, anhelante del ahogo de Generosa. Quedó tan agotada del sueño, tan fatigada al despertar con la sensación de que alguien oprimía su tráquea, de haber comido abusivamente lo que en realidad ni había tocado, que decidió encender la televisión para cambiar su