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Mostrando entradas de noviembre, 2012

Venancia

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Si un solo adjetivo tuviera que describir a Venancia, yo diría que era hiperrealista, mucho más que realista, pasada ya de realismo, tan fuera de toda negación de la realidad, que hasta cometía el pecado de ir sufriendo por adelantado, antes de que las cosas tristes sucedieran.  Venancia era naturalmente fina; no existía en ella el más mínimo atisbo de rusticidad. Le venía en sí. Esa característica le daba un toque de lejanía, la hacía aparecer ante los demás como inasible, aunque hubiera bastado con leer su mirada para saber cuán fácil era acercarse a ella. Había pasado tantas situaciones perturbadoras desde la infancia, que sin querer, esa inicial cuota de esperanza y optimismo que existe al comienzo de la vida, se le había escurrido por entre los dedos hasta convertirla en una mujer que ya no esperaba nada de nadie ni de la vida. Por lo menos, no se engañaba a sí misma, e intentaba ser lo más veraz posible con los otros, lo cual no siempre era bien recibido, y ella lo sabía, a

Sola

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Vivió en la calle desde que tenía cuatro años, edad en que su padre fue pisado por un tren al caerse del mismo cuando volvía cansado y dormido del trabajo, sentado en los malditos escalones que uno ocupa cuando muy lejos de haber un asiento libre dentro, la gente parada viaja como sardinas sin aceite. Y él necesitaba sentarse y respirar aire puro, no el tufo de los demás; él necesitaba oxígeno. Ella pensaba en el regreso de su viejo que le traía algún caramelo, cuando su querido viejo murió joven, con la piel curtida por el viento y el sol, con las manos cuarteadas del albañil que siempre lo ha sido y que siempre lo será hasta que lo pise el mismo tren que lo lleva al hogar, arrastrándolo cincuenta metros por quedar enganchado el bolso cruzado en un fierro maldito.  Y la madre, linda mujer, de esas inmigrantes de Europa del Este; no estoy segura si de Ucrania o de Lituania, con esos pómulos eslavos y esa mansedumbre eslava que aguanta todo quedamente. Esa madre quedó ausente, c