Sola


Vivió en la calle desde que tenía cuatro años, edad en que su padre fue pisado por un tren al caerse del mismo cuando volvía cansado y dormido del trabajo, sentado en los malditos escalones que uno ocupa cuando muy lejos de haber un asiento libre dentro, la gente parada viaja como sardinas sin aceite. Y él necesitaba sentarse y respirar aire puro, no el tufo de los demás; él necesitaba oxígeno. Ella pensaba en el regreso de su viejo que le traía algún caramelo, cuando su querido viejo murió joven, con la piel curtida por el viento y el sol, con las manos cuarteadas del albañil que siempre lo ha sido y que siempre lo será hasta que lo pise el mismo tren que lo lleva al hogar, arrastrándolo cincuenta metros por quedar enganchado el bolso cruzado en un fierro maldito. 
Y la madre, linda mujer, de esas inmigrantes de Europa del Este; no estoy segura si de Ucrania o de Lituania, con esos pómulos eslavos y esa mansedumbre eslava que aguanta todo quedamente. Esa madre quedó ausente, cambió al morir el marido, no lloró delante de sus hijos, siguió trabajando sirviendo en una casa de Barrio Norte, pero no pudo seguir alquilando sin la plata del hombre y pasó a la villa de la noche a la mañana. 
La villa fue mala con ellos, y un día, la eslava se dio cuenta de que debían irse de allí con urgencia. Cazaron la calle y empezaron a caminar, arrastrando un carrito de supermercado que una vecina les regaló, y dentro del carrito iba la ropa, unas galletitas, algunas mantas y almohadas, lo que pudieron llevarse. Los cinco anduvieron mañana, tarde y noche caminando hasta encontrar un lugar, pero el lugar no aparecía. Justo cuando salen de la villa, la patrona de Barrio Norte le avisa a esta pobre que no la necesitan más porque se mudan a Punta del Este. Le pagan una indemnización que no es tal sino un mero paliativo que conducirá a esta familia a entrar en un círculo vicioso en donde no se consigue trabajo porque no hay un domicilio que dar, donde las chicas no se instruyen, una se prostituye y la otra, la mía, la que llamo Sola, se vuelve loca, con una locura que devino de las situaciones que tuvo que atravesar desde que su padre volvió hecho cadáver cuando ella tenía cuatro años. Y su locura fue dejándola sola porque la enfermedad mental aleja, espanta, produce terror, y sí, su misma familia fue dejándola de lado hasta que ella sola, fue tomando las calles y aceptando lo que quien pasara le quisiera dar. 
Ahora está en el hospital neuropsiquiátrico público y vive rodeada de locas y de cuerdas que no quieren salir porque afuera no hay quien las espere, pero ella no se asusta, ni se da cuenta de todo. Sólo sé que allí, por más miseria que existe, al menos come bajo un techo y alguien le habla aunque ella no hable desde hace un tiempo largo, desde el día en que dejaron la villa hace diez años después de vivir otros diez ahí.
Y todo empezó porque su padre, agotado, se cayó de un tren.


Comentarios

Jerónimo ha dicho que…
Dudé si comentar esta historia tan lúgubre y deprimente. Sola tiene una vida sin futuro, una existencia sin esperanza, por cierto es una historia tremenda, aunque en la vida real debe haber gente con este tipo de destinos,. Soy lector habitual de las historias de tu blog y por esto te envío esre comentario, pero a mí me gustan más ls historias en las cuales se puede vislumbrar aunque sea un rayito de luz. Aquí es todo oscuridad y no podría encontrar una continuación ni siquiera algo optimista.
Besos
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Yo te agradezco que luego de dudar, comentaras, porque sé cuánto te disgustan las historias sórdidas.

Lo que pasa es que yo tengo que poder escribir vidas diametralmente opuestas, abarcar la totalidad de situaciones posibles... de gente más feliz, de otras personas que no lo son tanto, y aún de gente desgraciada sin un rayito de esperanza... porque en la vida hay de todo.
Encontré la foto y la historia me vino sola.

Yo tengo una posible continuación en donde una arista de felicidad puede darse aún en la vida de Sola:

Sola, cómoda en el entorno en donde recibe comida, cama, medicación y alguna voz que le habla, ojos que la miran y que no la evitan, un día descubre (dentro de su insanía mental) que ése es su pedacito de cielo, un sitio en el que está más contenida que en la calle, en donde un médico la revisa, otras mujeres tienen su misma suerte y su cama da a una ventana que a su vez da al patio, que para nosotros no es lindo, pero en su cabeza es un hermoso patio, su patio, dado que como antes nunca tuvo uno, cualquiera es mejor que el que no llegó a conocer.

Besos
Maruja ha dicho que…
Me ha gustado mucho tu relato, es triste y conmovedor.
Feliz domingo Raquel.
Raquel Barbieri ha dicho que…
Muchas gracias, Maruja, por leerme y porque te gustó.

Cariños

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