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Mostrando las entradas etiquetadas como muerte

Breve encuentro

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Siempre fui raro, en el mejor y en el peor sentido de la palabra, y no era ahora cuando mejoraría alguno de los síntomas que me hacían sentir esa extrañeza que a los otros parecía hacérseles evidente con solo conversar conmigo un rato. Yo quise ser más convencional, pero mi naturaleza se impuso y me rendí. Recuerdo que la primera vez que me sentí extraño, como salido de mi propio cuerpo, fue hace veinte años, cuando terminé la carrera de filosofía y nadie me felicitó. El hecho de no recibir siquiera un solo saludo me inquietó, pero, aun así, no terminé de darme cuenta de que había algo mío que provocaba sentimientos negativos en los demás. Solía querer a mucha gente, a personas que hoy me son indiferentes y a otras que odio. Ahora no siento amor por nadie. Me tildaron de raro y decidí vivir acorde a la rareza; dediqué mi vida a incomodar al prójimo, a hacer exactamente lo opuesto a lo que se esperase de mí, y le tomé el gusto. Me convertí en el sujeto a quien los demás temen...

La mujer invisible

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No sé en qué momento me sucedió, pero ante sus ojos, ante los del único hombre que me ha interesado desde la muerte de mi marido, me he convertido en una mujer invisible. Nada en mí parece llamar su atención. Ni siquiera se comunica conmigo para odiarme, para quejarse de algo, para criticarme. Mis escritos, mis intentos fallidos de llamar su atención para llegar a conocernos más, mis miradas, de nada han servido, y siento que en cualquier momento podría sobrevenirnos la muerte y me quedaría sin el placer de haberlo tocado, besado, acariciado. Se me hace necesidad estar desnuda apretada a él, aunque sea una vez, aunque después solamente seamos amigos y nos una para siempre una mirada cómplice por haber hecho el amor y guardar el recuerdo, las imágenes táctiles, olfativas, gustativas, también las visuales y auditivas; todas las que emerjan del momento. Que nos quede también lo que pudo pasar por nuestras mentes en el momento de esa unión, lo que hayamos pensado y sentido, hacia ...

Pigmalión y la puta de turno

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Rosa, vestida de novia, con su piel cetrina y fría, con su flacura exacerbada por la falta de alimento y líquido, recién salida de la morgue, se presentó en la iglesia en donde supuestamente tenía que casarse ella con Edgardo... ella y no la otra, la que ahora estaba al lado de su amado novio a punto de dar el "Sí". Rosa llevaba puesto un vestido hecho por ella misma, con sus propias manos cargadas de amor por ese hombre que ahora se casaba con una mujer totalmente distinta a ella.  El vestido de Rosa tenía bordados, puntillas, detalles personales; era sencillo y sofisticado a la vez. Cada costura había sido dada pensando en la emoción que Edgardo le producía cuando hablaba, cuando comían juntos, cuando hacían el amor. Edgardo, su sueño hecho realidad. La nueva mujer del ut supra mencionado era una rubia teñida más, una mina común y corriente que hablaba de temas triviales, sin sustancia al igual que ella. Se planchaba el pelo, usaba las uñas esculpidas, se maquillab...

Isidro

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Isidro nació una tarde soleada, cálida y hermosa de mayo en el otoño porteño de hace unas cuantas décadas, y como tantos de su generación, el hecho no se sucedió en un hospital sino que su madre parió en la casa, en la cama matrimonial vestida con sábanas inmaculadas con aroma a lavanda.  Al verlo, el padre se dio cuenta de que nunca algo lo haría más feliz que tener un hijo, pero la madre, contrariamente a lo que se esperaba de ella, no sintió nada por Isidro. Tal fue el desencanto al tenerlo en brazos, que se lo entregó rápidamente al marido como quitándose un peso de encima y decidiendo ya en ese momento que el pequeño se alimentaría con biberón y no de su pecho. Nadie entendió a la mujer; sintieron rechazo y fastidio hacia ella a partir de ahí, cuando la vida de todos cambió de rumbo para siempre.  Esa madre había esperado tan contenta durante los nueve meses de embarazo, había tejido, cosido, comprado, decorado, cantado... y ahora, que por fin tenía frente a ella ...

Sor Francesca

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Desde la pila bautismal no dio pie con bola con los hombres. Francesca recibió accidentalmente del cura, un golpe en la frente porque una mosca molestó al sacerdote en el ojo izquierdo mientras le vertía el agua del bautizo a la pobre beba. En un acto reflejo le dio algo así como un manotazo y la pequeña flamante cristiana se largó a llorar desesperadamente. Y a partir del mal comienzo con el género masculino, todo se fue por esa canaleta, y cada vez que Francesca conocía a un chico, de un modo extrañísimo… todo se derrumbaba de la noche a la mañana. Entonces, ella pensaba que la próxima vez sería mejor, pero era peor, y si el muchacho en cuestión no era un neurótico sin remedio, resultaba ser un tarado que sólo hablaba del tamaño del pene de todo el mundo o se miraba el trasero en el espejo preguntando si no era lindo, cosa rara en un hombre heterosexual. Dejando entonces de lado a los neuróticos obsesivos, a los que tenían olor axilar, a los de la halitosis crónica, a los ...

Umbria

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Umbria está sola, triste y sin ganas. Los años han ido pasando sin que se diera real cuenta de que la última década se consumió como cigarrillo fumado al viento, así de veloz, casi violentamente. Y ahora que se ha dado cuenta de que el tiempo no vuelve atrás, que ningún día perdido se recupera, Umbria ha decidido morir porque no hay quien la quiera profunda y verdaderamente.  Hasta ayer sintió que alguien la amaba, y hoy sabe que no es así, que ella es prescindible, no digo descartable pero sí cambiable, olvidable, innecesaria, y con esos atributos por demás deprimentes, no tiene voluntad de seguir viviendo. Ella se siente como esos regalos que no gustan tanto, que no parecen merecer que el agasajado los estreche contra su pecho y sonría, esos presentes que la gente guarda envueltos en el fondo de un ropero y olvida, hasta que se muda y encuentra el objeto sin recordar quién se lo había dado con ilusión. Umbria sabe que el día menos pensado, cuando nadie lo presienta, quizás...

Eunice

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Odila teje, Naralia cose, Nicolasa borda y Eunice le arruina la vida a todas las previamente mencionadas. Ella se limita a aprovecharse del tejido de la primera, de la costura de la segunda, del bordado de la tercera y de los hombres de todas. Con sus malas artes, consigue que el novio eterno de Odila le compre cositas a escondidas, que el amante de Naralia la lleve a los mejores restaurantes de Buenos Aires, que el marido de Nicolasa le pase una mensualidad nada desdeñable por acostarse con ella dos jueves al mes. Odila teje al crochet, Naralia cose al bies, Nicolasa borda monogramas y Eunice sale a la calle a comprarse zapatos de diseñador, a almorzar comida gourmet, a comprarse perfumes importados, a señar una joya divina, a reírse de sus hermanas que quedan en la inmensa casa del barrio de Flores, ganándose la vida. Odila teje una tira larga de lana gruesa color caca, Naralia cose un saco de lienzo, Nicolasa borda unas letras sobre el saco. Llega Eunice cargada ...

Hasta el día en que me muera

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Cuando me levanté esta mañana, ciertamente no me di cuenta de que él estaba mirándome con esos ojos, no con los amorosos y gentiles ojos que había conocido hace tiempo, sino con esa mirada fría y punzante que empezó a tener hacia mí una tarde en particular que preferiría olvidar. Así que cuando me levanté tarde hoy, casi a las once, sentí que algo valioso había cambiado, y no precisamente para mejor. Ya no tenía ese sentimiento fantástico dentro de mí; hasta mi cuerpo parecía pesar menos, no tener esa dulce sensación del toque del amante, el mágico soplo de vida, y mi mundo interior era como un cuenco vacío sin prospecto de ser rellenado. Quizás, estaba vacía y eso me hacía ver la vida como si ya estuviera muerta. Podía ver el afuera desde la distancia, aún cuando yo estaba allí, algo aterrorizante pero no al extremo de hacerme comenzar un ataque de pánico. No tenía hambre, ni sed, ni frío ni calor. Con sus ojos sobre mí y por encima de mí, mi mente repetía “Hasta el día en q...

Mimì cantante

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Mimì tenía la suerte de poseer una voz privilegiada, de gran caudal, timbre bello y agilidad para pasar de una nota grave a una aguda sin cambiar el color, y viceversa. Esa voz preciosa y aterciopelada, combinada con una técnica vocal bien resuelta, había hecho que Lucía Della Valle fuera una mujer muy atractiva, amén de que lo era aún estando callada. Así cruzó caminos con el innombrable, un tenor con el que compartió varias producciones en el Colón, La Plata y Montevideo. Él la persiguió diciéndole que nunca había sentido por ninguna fémina lo que por ella,  que por fin conocía el amor, bla bla bla, y empezó a acosarla por teléfono, en persona y telepáticamente. Se le aparecía en todas partes y le escribía cosas todo el día, la llamaba diez veces al teléfono de su casa y dejaba mensajes babosos en el contestador, además de incluir algún mensaje cantado, lo cual es ya bastante deprimente, al menos para gente como yo y como era ella antes de sucumbir ante este sátrapa. T...

Rossana después

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La energía estaba a punto de desbordar dentro del cuerpo de Marcos. Sintió que era capaz de amarla tan intensamente que de quererla, podría matarla, y de odiarla, podría reventarla contra la pared sin ninguna piedad;  penetrarla con ternura, y también violarla, no teniendo claro en qué orden lo haría. Él era así, contradictorio y ambiguo como toda persona demasiado inteligente; había en él algo de pathos, de personaje de ópera de Berg, de Britten o del infierno mezclado con paraíso en el que él vivía. Ese día se dio cuenta de que si ella muriera, no existiría más el problema. Era más fácil matarla que amarla. Pero Rossana no quería morir todavía, y eso él lo sabía. Él intuía que ella hacía lo que podía para estar contenta y disfrutar de lo que era posible, y que sus errores eran más handicaps de su personalidad que maldades hechas ex profeso. Entonces, Marcos Hyde se desvanecía  y se convertía de inmediato en Marcos Jekyll y hasta parecía más lindo. - Hoy no la voy ...

Enamorada del amor

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No tengo el hábito de escribir lo que me pasa por la cabeza todos los días de mi vida; más vale tengo tendencia a una cierta facilidad para escribir historias, pequeñas novedades, algunas anécdotas cómicas…quizás un día se las haga leer al que sea mi amor, no lo sé. Muchas cosas para decir hoy. La primera es que amé hasta morir a la persona con la que compartí mi vida durante casi dos años, Pascal, quien todos los días me mostraba una nueva faceta de su personalidad que iba subyugándome más y más. Él era un artista, un hombre silencioso y de presencia fuerte a la vez. Pascal, eras excepcional, todo en vos lo era, el sonido de tu voz, tus gestos, tu manera de explicarte, tu rostro, tus ojos, tu olor… Mi Pascal amado, mi Pascal perdido. El azar hace bien las cosas. Mi vida sería tan diferente si no te hubiera conocido. Yo sería aún una adolescente, una pobre colegiala, perdida en sus libros y en sus gafas, riendo y llorando a la vez.  De vez en cuando, l...

Timotea

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Timotea, morena y fría; madre de un asesino, cerebro del asesinato perpetrado por su vástago. Timotea gimotea, ahora que el nido le ha quedado vacío, ahora que el títere colgado de su ombligo envió a su mujer al otro mundo, vaya uno a saber qué mundo. No fue abusada por su padre ni golpeada por la madre, explotada por su abuelo ni humillada en el colegio. Los únicos recuerdos que nos llegan de ella son de mezquindad para con sus hermanos, de exacerbación del placer en causar discusiones entre sus padres para ser ella la ganadora: Dividir para reinar. Si no existía motivo para que sus padres pelearan, ella inventaba un rumor, que papito querido, te vi con la Rosalba el otro día acá a la vuelta... ¿Qué hacías? Yo no, m'hija, quién es Rosalba? Me pareció que estaban como novios, papito. M'hija, que sería otro. Mamita querida, me pareció escuchar al papi decir qué tetas que tiene la Rosalba... y que usted estaba un poco dejada... pero no estoy muy segura. Ni el padre h...

Santa

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Santa nació en un pueblo de Calabria, acostumbrada a que la mafia fuera parte de su cotidianidad... precisamente esa mafia que supera a cualquier otra en poder y estrategia. Proveniente de una ex familia acaudalada y educada originaria del Reggio di Calabria, Santa era propriamente una regina, una mujer con rasgos faciales de la realeza; nariz, frente y labios principescos, portadora de uno de esos rostros esculpidos en mármol de Carrara y exhibidos en los museos más selectos. En la intimidad, la llamaban Santina. En la escuela, sus compañeras la habían llamado Tina, Ina, Tuzza, pero ella no llamaba a nadie porque hablaba poco, raro en una italiana, pensarán algunos; sin embargo, les diré que no es raro en una sureña. Santa poseía la sabiduría ancestral que se transmite a veces sin palabras, esa riqueza álmica que hace a las personas más fuertes y no por eso más duras... Santa, Santina, Santuzza... ¿De qué estás hecha, querida? Su cultura era vasta y no por herencia sino por gusto...

Luna

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Quedó encinta en su única relación sexual con un hombre al que no le vio la cara jamás, pero del que sin embargo se enamoró hasta el final de sus días. No pudo ni quiso olvidarlo porque ella tenía una ferviente voluntad. Aún si hubiera tenido la más mínima sensación de que empezaba a dejarlo ir, ella habría añadido leños a la llama de su memoria. Sus encuentros habían sido siempre a oscuras porque ambos vivían bajo las alcantarillas de la Avenida Juan B. Justo, por donde pasa el arroyo Maldonado. Así sucedió, patéticamente, de modo para muchos inverosímil: Luna conoció a un hombre bajo el asfalto y de él se enamoró, conversaron durante semanas, se acariciaron en varias ocasiones, se besaron algunas veces y una noche más oscura que las mañanas y tardes oscuras de su mundo paralelo, consumaron el sexo y ella supo de inmediato que ese ser masculino había sembrado en ella al hijo que viviría en su vientre por treinta años… todos los años que vivió Luna luego de embarazarse, porque sig...