Mimì cantante



Mimì tenía la suerte de poseer una voz privilegiada, de gran caudal, timbre bello y agilidad para pasar de una nota grave a una aguda sin cambiar el color, y viceversa. Esa voz preciosa y aterciopelada, combinada con una técnica vocal bien resuelta, había hecho que Lucía Della Valle fuera una mujer muy atractiva, amén de que lo era aún estando callada. Así cruzó caminos con el innombrable, un tenor con el que compartió varias producciones en el Colón, La Plata y Montevideo. Él la persiguió diciéndole que nunca había sentido por ninguna fémina lo que por ella,  que por fin conocía el amor, bla bla bla, y empezó a acosarla por teléfono, en persona y telepáticamente. Se le aparecía en todas partes y le escribía cosas todo el día, la llamaba diez veces al teléfono de su casa y dejaba mensajes babosos en el contestador, además de incluir algún mensaje cantado, lo cual es ya bastante deprimente, al menos para gente como yo y como era ella antes de sucumbir ante este sátrapa.

Todavía no entiendo por qué a ella no la espantó que el innombrable fuera tan pesado e insistente. Pensé que una mujer bonita e inteligente no sería capaz de fijarse en un hombre que por más que cantara mejor que la mayoría--lo cual no es poco decir--y que además fuera bastante agraciado físicamente y de una cultura relativamente interesante, tuviera ese comportamiento digno de un pobre tipo, de un inseguro que busca reafirmarse a cada instante; y eso que a ella no le gustaban los babosos, pero se ve que éste, el choto, la agarró en un momento de blandura, de soledad extrema, de estudio de La Bohème. Y justo les tocó coprotagonizar a Rodolfo y Mimì en una producción divina ambientada en época, en estilo puramente naturalista. La madera del piso de la buhardilla emanaba un aroma que invitaba a quedarse, y la indumentaria era soñada, como salida de una estampa o de una postal del siglo diecinueve. Entonces, Lucìa Della Valle miró al innombrable vestidito y peinado como Rodolfo, bajo las luces azuladas del Teatro Colón, en medio de la instrumentación de Puccini… y se dejó llevar muy lejos, tan lejos, que no supo en qué momento exacto perdió la cordura para salir a perseguir al choto por las calles, por ensayos, por teléfono y vía Internet. Ella se volvió la acosadora que tiempo antes hubiera desdeñado y condenado sin piedad a la internación en un hospital neuropsiquiátrico. Ella, que era tan coherente, tan correcta, se había dejado seducir por un inescrupuloso que salía con cuanta mujer se le cruzaba por el camino y no siempre del nivel de ella, qué va. El innombrable jugaba con las mujeres, pero decía no darse cuenta. Él se enamoraba a lo bestia, pero el amor le duraba sólo hasta que le correspondían; ya después, tenía que buscar a otra que al principio se le negara, alguna a quien acosar y tomar como presa. Una vez que se sacaba el gusto, se aburría y así transcurría su vida miserable de pobre tipo inmaduro.

Cuando Lucía perdió a su hijita, le brotó un odio desconocido desde sus tripas y ese odio se dirigió todo al innombrable, quien alardeaba de sus nuevos amores sin después recordar la mayoría de los nombres de las idiotas con las que se metía. Entonces, la soprano lo llamó para hablar, lo citó en su casa y cuando él estaba distraído escuchando música, ella le pegó en la cabeza con un bate de béisbol, él cayó al suelo y ella le pisó la cara con fuerza hasta que sonaron huesos quebrados, quizás la nariz. Luego lo desvistió y cortó el pene erecto del desgraciado, lo guardó en una bolsita Ziploc y lo metió en el freezer para decidir después a quién se lo enviaría como regalo. 

El infame seguía vivo, pero murió quince minutos después de la mutilación. Imagino que no querrán saber los detalles que siguieron…


Comentarios

Aronson ha dicho que…
Sí! Detalles!!!!
Perdón, pero estas historias me encantan!
Raquel Barbieri ha dicho que…
Ay, qué bueno... (pero mirá que no está muy lejos de Hannibal Lecter)

Gracias, Gi :)
Jerónimo ha dicho que…
Es ciero, esta historia de terror no está lejos de Hannibal Lecter, aunque él disfrutaba comiendo partes arrancadas con los dientes de sus víctimas. Pero nunca llegó a comer un pene. Lo que me intriga, qué habrá hecho Mimi con el cadáver del galán desgraciado. La verdad que enviar de regalo un pene erecto congelado no es una idea muy refinada. Encima, si no lo manda envuelta en trozos de hielo, tendría el riesgo que llegue fláccidoy chorreando, un asco. Es una historia de terror, sin un fin previsible.
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Debo confesar que Hannibal Lecter me cae muy bien; todo está en ver "Hannibal, el origen" para entender por qué él hizo lo que hizo.

El caso de Mimì es distinto porque nadie se comió a su hermanita (como sí le pasó a Hannibal en Rumania).
Por eso Mimì es más preocupante aún que Hannibal. Ella sólo fue víctima de un mujeriego y en vez de dar vuelta la página y volver a empezar, vivió la situación al extremo y esto le produjo un odio que llevó al brote psicótico.

Creo que el pene marchó de regalo a la última conquista del morto.

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