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Mostrando las entradas etiquetadas como pobreza

Sola

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Vivió en la calle desde que tenía cuatro años, edad en que su padre fue pisado por un tren al caerse del mismo cuando volvía cansado y dormido del trabajo, sentado en los malditos escalones que uno ocupa cuando muy lejos de haber un asiento libre dentro, la gente parada viaja como sardinas sin aceite. Y él necesitaba sentarse y respirar aire puro, no el tufo de los demás; él necesitaba oxígeno. Ella pensaba en el regreso de su viejo que le traía algún caramelo, cuando su querido viejo murió joven, con la piel curtida por el viento y el sol, con las manos cuarteadas del albañil que siempre lo ha sido y que siempre lo será hasta que lo pise el mismo tren que lo lleva al hogar, arrastrándolo cincuenta metros por quedar enganchado el bolso cruzado en un fierro maldito.  Y la madre, linda mujer, de esas inmigrantes de Europa del Este; no estoy segura si de Ucrania o de Lituania, con esos pómulos eslavos y esa mansedumbre eslava que aguanta todo quedamente. Esa madre quedó ausent...

Adagia vive

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Uno de esos tantos grises días pesados en la fábrica textil, Adagia cantaba para sus adentros algunas canciones que se sabía por la mitad. No sé tú, pero yo no dejo de pensar… ni un minuto me logro despojar… de tus besos, tus abrazos,  de lo bien que la pasamos la otra vez… y como acompañamiento, indefectiblemente tenía el ruido de las máquinas calando en su cerebro, un ruido que trascendía el poder de los tapones de silicona en los oídos… trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra… No sé tú, pero yo quisiera repetir el cansancio que me hiciste sentir… trátratratra, trátratratra, trátratratra… ese ruido, ese ruido durante años que iba dejándola sorda y a veces hasta idiota, y la vibración permanente, alterando desde sus vértebras hasta el sistema nervioso, causando efectos extraños que otra gente no podría comprender a menos que caminara en los zapatos de Adagia durante algún tiempo. Trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra…...

Adagia Ramos

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Desde las cuatro de la mañana en adelante, Adagia era un ir de acá para allá, primero dejando todos los desayunos de sus cinco hijos a medio preparar y las tazas dispuestas sobre el mantelito a cuadros limpísimo aunque viejito. Se preocupaba de dejarles siempre el almuerzo listo para ser recalentado al mediodía, y el café en el jarrito enlozado para su marido que no hacía otra cosa que estar acostado hasta las once y media para luego tirarse en el sofá destartalado a despotricar contra los noticieros, hablando solo, sin advertir vida a su alrededor, sin colaborar, simplemente ensuciando y emitiendo al mundo con su voz áspera, los improperios más desagradables que un idioma pueda tener, amén de algún eructo desproporcionado delante de los chicos, y sus acostumbradas flatulencias que sólo a él le hacían gracia.  Antes de que toda esta deprimente escena empezara, horas antes de que la chatura fuera tomando su forma cotidiana, Adagia ordenaba todo, se ponía un pañuelo inmacul...

Zoila

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Zoila se levanta a las cinco, entra al baño y par ada sobre una palangana enlozada,  se hace sus abluciones matutinas con una toallita áspera empapada en agua tibia tirando a calentita, previo enjabonamiento cuidadoso y metódico de su cuerpo entero, como en un ritual.  A su lado tiene dos jarras de agua para enjuagarse y una toalla blanca prístina. Así, la sirvienta se dispone a comenzar su día estando limpia y lozana; son para esto las cinco y media, y a esa hora ya está vestida con su uniforme azul lavanda, delantal gris y zapatillas blancas inmaculadas. Se ha peinado con un rodete prolijo y tirante que oculta su hermosa cabellera rojiza que ya deja ver alguna cana o dos, quizás tres pero no más. De su piel y su pelo irradia el aroma a limpio del jabón de lavanda. Ella tiene el olor de la ropa recién planchada y parece recortada de un catálogo. Zoila cumple. Habla y come poco, lee, no roba, ni piensa siquiera en tomar lo ajeno. Sólo vive para cumplir con su ...

Nunu

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Nunu caminó las calles mal alimentada y muchas veces tan agotada físicamente, que hasta se olvidaba del hambre que tenía. Al haber nacido más chiquita que el resto de sus hermanos, la supervivencia se convirtió en su objetivo. Ella sabía que tenía que vivir y además, quería hacerlo porque le encantaba estar viva aunque sus circunstancias fueran bastante adversas. Le gustaba cuando veía a las madres llevando el cochecito con los bebés, chicos corriendo, muchachos jugando al fútbol en el baldío, una pareja besándose, las plantas, las lauchas, el sol...  Algo instintivo la preservaba siempre de darse por vencida.  Con sus ojos distintos, uno azul y el otro verde, así era su personalidad o mejor dicho, su gatonalidad con matices. Ella era juguetona, pero cuando se cansaba, disfrutaba de unos ratos de soledad, panza arriba tomando sol en algún sitio tranquilo. Era tranquila, pero cuando la atacaban, se defendía como buena hembra y aunque saliera herida, masticada, raspada, Nu...