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El hombre inasible

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Un día gris de mayo, cuando el hombre inasible se despertó y miró su cuarto como cada mañana, en vez de ver sus muebles, su colcha, sus sábanas, la ropa de él y de su mujer sobre la silla al lado de la cómoda… no vio más que el rostro de aquélla a la que tiempo atrás le prometiera una cita que nunca cumplió. No es que en principio no hubiera pensado en ir y verla un ratito en un lugar neutral y cumplir—digamos, en un café céntrico, ocupando una mesa al lado de la calle, por si ella era una loca—es que en realidad no lo había entusiasmado nunca esa cita, pero no supo decirle que no de algún modo, fuera ese modo elegante o no. Y fue dilatándola, hasta hacerla desaparecer por omisión. Sucede que ella era tan amorosa y complaciente, tan llena de entusiasmo, que a él le daba pena infligirle el ninguneo explícito; ninguneo que de todos modos llevó a cabo y fue peor, porque acorde pasaba el tiempo y la cita no se producía, ella se daba cuenta de que él nunca había querido ese e...

La Ruelle de l'Ancien Chantier (crónicas de Québec)

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Me perdí bajando por la calle Côte du Palais, exactamente al desembocar en el codo que forman la Rue du Saint-Vallier y el comienzo de la Rue des Vaisseaux du Roi. No sé por qué, pero ya no supe por cuál calle tomar y hasta las piedras que siempre me habían enamorado parecían en ese momento algo frío y triste. Me faltaba algo y no sabía qué. Sentí que un velo se me había quitado de los ojos y podía entonces ver lo que hay detrás de las fachadas, no solamente de las casas sino de los edificios públicos y, sobre todo, de la gente. Me perturbó tal descubrimiento, al mismo tiempo que me fascinó porque ahora no idealizaría más nada. Si había de amar, tendría que ser lo real y no la imagen proyectada de un sueño. Sí, algo así tendría que ser porque si no, no sé cómo explicar el fenómeno acaecido aquel mediodía en que bajando con mi bicicleta—era el mes de agosto, si mal no recuerdo—quedé azorada al ver todo tan distinto. Miré hacia un lado, hacia el otro, y decidí remontar mi camin...

Raquel en Québec (crónicas de Québec)

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Años después de haber visto en sueños o como en sueños este lugar, logré llegar en cuerpo y alma de la mano de un gran amor que precisamente nació en estas tierras gélidas y hermosas, de una naturaleza primigenia y arquitectura generosa, de un clima que produce en sus nativos una suerte de bipolaridad emocional y un pragmatismo que me es ajeno. Mi mejor viaje, mi ciudad en el mundo, el sitio en donde arrojé monedas para poder regresar porque existe algo que proviene de vidas pasadas. Yo nací en Québec , no sé cuándo ni cuántas veces, ni siquiera sé si lo he hecho como mujer o como hombre, pero es mi tierra ancestral, y Venecia es la otra parte que me completa.  Y el amor que allí me condujo sin saber de mis vidas pasadas ni de las de él mismo, también fue quien de mi mano viajó a Venecia en donde hemos tenido una vida anterior. Ambos vestíamos atuendos del carnaval y tras las máscaras nos reconocimos.  En Québec, tal reconocimiento fue en el Vieux-Port, lugar en d...

En el barrio judío de Praga

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En el barrio judío de Praga, al norte de la Ciudad Vieja, cerca de donde se encuentra la maravillosa estatua de Kafka en que un hombre enorme sin cabeza lleva al cuello a un pequeño Kafka completo, vivía Lenka con su madre. El departamento daba—como en tantos edificios de Europa central—a un corredor con pisos de mosaicos cuyos dibujos divertidos en blanco y azul cerúleo combinaban a la perfección con los herrajes de los grandes balcones que desembocaban al patio común.  Macetas tupidas de todo tipo de plantas suculentas, begonias, malvones y geranios aportaban vida a esos espacios compartidos cuya techumbre consistía en una galería alta con columnas de hierro ornamentado, en donde de vez en cuando trepaba alguna planta que en invierno desaparecía por completo.  Mirando hacia arriba se veía el cielo, un espacio abierto y cuadrado que en primavera y otoño era una bendición para todos los sentidos, pero en verano y sobre todo en invierno, devenía en caldera o helader...

El artista

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            En mi condición de amiga le sugerí, luego le rogué a Juan Pablo que dejara de vender sus geniales dibujos en la peor parte de Broadway y se fuera a donde pudiera ser apreciado, pero no; él sabe que tal lugar quizás no exista y que tenga que acomodar su vida, dado que los molinos de viento son regidos por una fuerza superior a la voluntad propia. De nada sirve intentar cambiar la dirección de un fenómeno que nos excede y que tal vez sea producto del karma.             Juan Pablo ha caído en una suerte de letargo al saberse poco apreciado en su labor; se ha metido para adentro y una coraza ha ido anquilosándose en él hasta tapar esa personalidad anterior, aquélla de la alegría de vivir que traía al nacer.             Lo aplastó la realidad que llevó a otros a volar a altos niveles. Su arte terminó destruyéndolo.  ...

Isidro

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Isidro nació una tarde soleada, cálida y hermosa de mayo en el otoño porteño de hace unas cuantas décadas, y como tantos de su generación, el hecho no se sucedió en un hospital sino que su madre parió en la casa, en la cama matrimonial vestida con sábanas inmaculadas con aroma a lavanda.  Al verlo, el padre se dio cuenta de que nunca algo lo haría más feliz que tener un hijo, pero la madre, contrariamente a lo que se esperaba de ella, no sintió nada por Isidro. Tal fue el desencanto al tenerlo en brazos, que se lo entregó rápidamente al marido como quitándose un peso de encima y decidiendo ya en ese momento que el pequeño se alimentaría con biberón y no de su pecho. Nadie entendió a la mujer; sintieron rechazo y fastidio hacia ella a partir de ahí, cuando la vida de todos cambió de rumbo para siempre.  Esa madre había esperado tan contenta durante los nueve meses de embarazo, había tejido, cosido, comprado, decorado, cantado... y ahora, que por fin tenía frente a ella ...

Georgia on my mind

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Él escucha Georgia on my mind y deja de oír los gritos pelados de las dominicanas de Washington Heights llamando a los niños, contándose cosas unas a otras, peleando con los maridos en un volumen ensordecedor para quien no está acostumbrado, y molesto aún para el acostumbrado, a menos que se provenga de una familia de gritones que no es el caso de Germán.  Él se sienta en el alféizar de su ventana sobre la St Nicholas Avenue, enciende un cigarrillo, sólo uno al día para el momento elegido, y levanta la vista más allá, por encima de los negocios de la 181 y Broadway; entonces ve el cielo y en él, el infinito. Ese cielo que pareciendo una escenografía para una ópera de Wagner, cubre un caserío desprolijo de calles bastante sucias contrastantes con la parte superior de la obra divina. Esto convierte al panorama en un cuadro pintado por dos artistas distintos; por un lado, el que ha creado ese cielo perfecto en forma de tondo y por el otro, lo profano traducido en construccio...

Gerardo

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Las historias sólo les suceden a quienes son capaces de contarlas. -Paul Auster- Gerardo leía en el subte, en el tren, en la plaza de su barrio cuando había un poco de sol, en la cama, tirado en el suelo, en cualquier parte en donde hubiese al menos un hilo de luz que permitiera a sus ojos descifrar el escrito. Era lo que se dice, un ávido lector, uno de ésos que no levantan la vista para ver qué pasa a su alrededor. El vivía enfrascado entre las hojas de alguna novela apasionante y sólo salía de ese estado cuando una mujer le atraía por el olfato, dado que rara vez alzaba la vista. Lo que él no lograba, era escribir. Tanta lectura de años, tanto dominio del idioma y sin embargo, la musa parecía no aparecérsele ni aunque se bajara la botella de escocés que tenía en el bargueño. No había manera de que lograra pasar de los tres renglones, con suerte, y tampoco sabía contarles algo a los demás, aunque fuese una anécdota del colectivo, de la calle, del cine, y ni siquiera l...

Marlene

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Tras estas puertas vive Marlene, lamentablemente pronunciado su nombre así como se lee en castellano, sin quitarle la e final, lo que hace que todo quede cursi, como cuando a la calle Molière se la pronuncia como se escribe y pierde la dulzura natural. Y Marlene, pronúnciese como se pronuncie, espía por detrás de las cortinas de voile de la puerta de doble hoja, a ver quién pasa, no sea cuestión que algún día le diera por volver a Santiago y ella no esté preparada. Desde que él dijo que se tomaría un tiempo para pensar, ella lo tomó al pie de la letra y se dedicó a esperar que ese lapso de tiempo pasara, sin saber exactamente en dónde poner el límite.  Si Santiago no pensara en regresar, le habría avisado de algún modo, así que mientras no avise, él puede llegar de un momento a otro y para eso, Marlene sale lo mínimo indispensable, no vaya a ocurrir que a Santiago le dé por aparecer y ella no estar.  Todas las mañanas, sin excepción, Marlene se levanta a las siete y des...

Adagia vive

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Uno de esos tantos grises días pesados en la fábrica textil, Adagia cantaba para sus adentros algunas canciones que se sabía por la mitad. No sé tú, pero yo no dejo de pensar… ni un minuto me logro despojar… de tus besos, tus abrazos,  de lo bien que la pasamos la otra vez… y como acompañamiento, indefectiblemente tenía el ruido de las máquinas calando en su cerebro, un ruido que trascendía el poder de los tapones de silicona en los oídos… trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra… No sé tú, pero yo quisiera repetir el cansancio que me hiciste sentir… trátratratra, trátratratra, trátratratra… ese ruido, ese ruido durante años que iba dejándola sorda y a veces hasta idiota, y la vibración permanente, alterando desde sus vértebras hasta el sistema nervioso, causando efectos extraños que otra gente no podría comprender a menos que caminara en los zapatos de Adagia durante algún tiempo. Trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra…...

Adagia Ramos

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Desde las cuatro de la mañana en adelante, Adagia era un ir de acá para allá, primero dejando todos los desayunos de sus cinco hijos a medio preparar y las tazas dispuestas sobre el mantelito a cuadros limpísimo aunque viejito. Se preocupaba de dejarles siempre el almuerzo listo para ser recalentado al mediodía, y el café en el jarrito enlozado para su marido que no hacía otra cosa que estar acostado hasta las once y media para luego tirarse en el sofá destartalado a despotricar contra los noticieros, hablando solo, sin advertir vida a su alrededor, sin colaborar, simplemente ensuciando y emitiendo al mundo con su voz áspera, los improperios más desagradables que un idioma pueda tener, amén de algún eructo desproporcionado delante de los chicos, y sus acostumbradas flatulencias que sólo a él le hacían gracia.  Antes de que toda esta deprimente escena empezara, horas antes de que la chatura fuera tomando su forma cotidiana, Adagia ordenaba todo, se ponía un pañuelo inmacul...

Zoila

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Zoila se levanta a las cinco, entra al baño y par ada sobre una palangana enlozada,  se hace sus abluciones matutinas con una toallita áspera empapada en agua tibia tirando a calentita, previo enjabonamiento cuidadoso y metódico de su cuerpo entero, como en un ritual.  A su lado tiene dos jarras de agua para enjuagarse y una toalla blanca prístina. Así, la sirvienta se dispone a comenzar su día estando limpia y lozana; son para esto las cinco y media, y a esa hora ya está vestida con su uniforme azul lavanda, delantal gris y zapatillas blancas inmaculadas. Se ha peinado con un rodete prolijo y tirante que oculta su hermosa cabellera rojiza que ya deja ver alguna cana o dos, quizás tres pero no más. De su piel y su pelo irradia el aroma a limpio del jabón de lavanda. Ella tiene el olor de la ropa recién planchada y parece recortada de un catálogo. Zoila cumple. Habla y come poco, lee, no roba, ni piensa siquiera en tomar lo ajeno. Sólo vive para cumplir con su ...

Luisa

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Luisa logró un asiento en el sesenta y dio gracias al cielo. Era muy raro que a la altura en donde ella subía, alguien se levantara y se bajara. Por suerte, ese día; mejor dicho, esa tarde, el hecho extraño sucedió y ella se adueñó de un asiento en buen estado y con formita tentadora, en donde apoyar sus nalgas sería algo así como meterse a un jacuzzi lleno de espuma de almendra, coco y miel. Con esa disposición hacia el placer, Luisa se sentaría de a poquito para poder disfrutar de la situación como si se tratara de un chocolate delicioso pero muy pequeño, al que uno quiere saborear y no tragárselo de una. Primero, se inclinó sobre el asiento para mirarlo de cerca y ver con cierto placer morboso que éste estaba realmente vacío y todavía con la forma hendida que había dejado el soberano culo de la mujer que se había bajado. Qué maravilla… ¿Para qué querría esa tipa dejar algo así? ¿Cómo se le ocurrió bajar siendo que estaba sentada en el 60? Luisa pensó que sólo una loca podrí...

Rossana luego

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Mientras Rossana recuperaba su tamaño original,  Marcos sentía mariposas en la panza como cuando era adolescente. No estaba muy seguro de lo que le pasaba, pero evidentemente algo lo hacía sentir más vital, con la piel tirante y un estado de ánimo renovado… como con ganas de jugar al Ring-raje, hacer el amor dentro del auto al costado de la plaza de Barrancas de Belgrano, y tirarse en la cama a mirar el techo escuchando su música favorita, e imaginar un mundo mejor… y que ese mundo mejor fuera el suyo propio. Rossana había quedado llena de moretones de colores rosados y violáceos que con el transcurrir de los días iban tomando un verdor azulado que le recordaron el instante en que se bebió la tinta del diario de Marcos. Llevaba parte de ese hombre en ella, y si antes ya podía percibirlo con intensidad, ahora era como que lo tenía metido dentro, como si ella fuera una funda que contenía a un Marcos en lugar de contener órganos. Estaba segura de estar transitando entre ...

Venérea

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Simón T. había concebido a su hija teniendo sífilis. Él no había contado nada porque el egoísmo era mayor que el amor que sintiera por su mujer. Rita, por su parte, según sus cálculos, había quedado embarazada del sodero, con quien tuvo una aventura fugaz, pero como Simón T. era tan severo y categórico, ella pensó que si le contaba la verdad, él la mataría sin piedad con un cuchillo Tramontina, y la verdad es que ella no tenía intención alguna de fugarse con el muchacho que repartía la soda, y menos aún ganas de morir tajeada. Entonces empezó la escalada inevitable: Simón vivía nervioso pensando en la sífilis que haría estragos en el embarazo de Rita, y Rita, miraba a Simón con cara de culpa porque el hijo que llevaba en el vientre no tenía ni un gen de su marido. La preocupación creciente de Simón fue minando sus ganas de comer, por lo que adelgazó diez kilos, y con el tema recurrente hirviéndole el seso, veía los subtítulos de las películas sin leerlos porque las palabras p...

Roberta

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Compré este cuaderno para descargarme cuando me siento sola y triste. No sé cómo empezar a escribir algo porque hoy precisamente, no siento la inspiración, pero desde aquel viaje a India, si bien sigo siendo tan occidental como antes y el olor del Ganges me trajo reminiscencias del Riachuelo y en consecuencia alguna náusea, algo nuevo y divino ha aflorado en la persona que soy. De otro modo, encontrándome en donde me encuentro hoy, ya estaría completamente desquiciada.  Es como si antes sintiera casi permanentemente una revolución interna caótica y ahora ese caos hubiera mermado y tomado forma; como si de un cuadro cubista, se llegara a uno de Leonardo por mutación natural. En mi interior reinaban el cubismo y la forma abstracta, y ahora sé concretamente qué me lastima, qué me duele y qué me hace gozar, vibrar y llenarme. Me conozco. Pensando en la escritura como camino hacia el autoconocimiento, empecé a escribir en forma poética para probar, pero mis poesías son p...