La mujer invisible



No sé en qué momento me sucedió, pero ante sus ojos, ante los del único hombre que me ha interesado desde la muerte de mi marido, me he convertido en una mujer invisible. Nada en mí parece llamar su atención. Ni siquiera se comunica conmigo para odiarme, para quejarse de algo, para criticarme.
Mis escritos, mis intentos fallidos de llamar su atención para llegar a conocernos más, mis miradas, de nada han servido, y siento que en cualquier momento podría sobrevenirnos la muerte y me quedaría sin el placer de haberlo tocado, besado, acariciado. Se me hace necesidad estar desnuda apretada a él, aunque sea una vez, aunque después solamente seamos amigos y nos una para siempre una mirada cómplice por haber hecho el amor y guardar el recuerdo, las imágenes táctiles, olfativas, gustativas, también las visuales y auditivas; todas las que emerjan del momento. Que nos quede también lo que pudo pasar por nuestras mentes en el momento de esa unión, lo que hayamos pensado y sentido, hacia qué lugar del cosmos nos haya transportado el sexo.
Hace poco me di cuenta de mi invisibilidad ante él; digamos que sucedió el último día de noviembre del año pasado. Hasta ese momento, soñaba al menos con ser su amiga. Será que vengo castigada desde hace un tiempo, que parece que no anhelase mucho más que ser considerada mujer ante sus ojos. Si él me sonreía, yo era feliz; pero la última vez que nos vimos, no me sonrió. Se mostró hostil, inclusive, como si leyendo mis pensamientos se hubiera ofendido conmigo por osar fijarme en él.
Es extraño porque siento por él emociones extrañas, como si lo conociera de siempre, como si tuviera que hablar con él cotidianamente o al menos, varias veces a la semana. Me encuentro, contrariamente, atrapada en una cárcel de la que no puedo salir, y no sé siquiera si quiero salir de ella, porque él me fascina y sé que yo podría fascinarlo, pero la invisibilidad me ha hecho desaparecer ante sus ojos que no me buscan.
Mi marido fue uno de los amores de mi vida, no el gran amor de mi vida, pero sí quizás a quien más amé en su momento. No soy de esas personas que sólo nacieron para amar a una persona, aunque reconozco que no estuve enamorada de todas mis parejas, pero de mi marido, sí, y de no haber muerto, seguramente estaría compartiendo con él mi vasto anecdotario en general gracioso, cuando no cómico. A él le gustaban mis historias y lo hacían reír. No dejaba de festejarme mis ocurrencias y lo que para otros habrían sido defectos de mi personalidad, para él constituían virtudes.
A veces pienso en cuán visible soy para hombres que no me interesan para nada; hasta rabia me da que se me acerquen cuando no tengo interés, porque me obligan a tener que decir que no quiero ni ir a tomar un café porque existe alguien que los opaca, y lo hace sin querer hacerlo, sin saber siquiera todo lo que sucede puertas adentro de mi existencia misma. Y cuando en la calle, hombres aún más jóvenes que yo me dicen algo sexual o simplemente me miran y sonríen, me doy cuenta de que mi invisibilidad es parcial, no total, que ha de ser algo que sucede por una falta desgraciada de coincidencia o porque el hombre que ocupa mis pensamientos y me erotiza, ni siquiera repara en mí; no le intereso, no estoy en su radar, no soy objeto de su interés masculino ni tampoco digna de su amistad.
Nunca me dolió tanto la indiferencia de alguien como la de él. Desde ese último día de noviembre, me duele el esternón, donde se aloja la angustia.
Si mi marido estuviera vivo, quizás me habría dejado.
Creo ineludible el hecho de haberme de todos modos, topado en la vida con el hombre al que admiro y deseo actualmente. Tiene aroma a destino y hasta el momento, me ha traído diversas sensaciones, desde la exaltación más extática hasta la melancolía más profunda. He pasado de imaginarlo mi amante, reiteradas veces, a pensar que moriré y él ni se enterará de todo lo que escribí en él pensando, él, como mi musa inspiradora; no otro, no alguien que tangible me demuestre que querría estar conmigo.
Es más, si muriera hoy, quizás él se enteraría recién mañana y su vida seguiría como si yo nunca hubiera nacido.
Váyanse, despejen mi aire porque yo no existo para otros; no quiero existir para alguien que no me inspire para escribir, pintar, bailar, todo lo que yo hago, que no es poco. Quiero existir para quien haga que mi cuerpo experimente el deseo sexual en su máxima expresión, la ternura de la mano de la sensualidad, el hambre animal de la mano de la sutileza femenina.
Quizás mañana, ya sea invisible para todos.

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