Popa





Y en su pequeña casa del barrio de Floresta, sucedían ese tipo de cosas que el que pasa por la puerta ni imagina. Es increíble la escasa capacidad de imaginación que tiene la gente en general, esa corriente que lleva a la masa a creer que la apariencia se corresponde necesariamente con el contenido y que las cosas son tal cual se muestran. 

Popa era inteligente y lúcida en un mundo mediocre. Ése era el karma que tenía que pagar, tener que darle la razón a personas mentirosas o falsas con tal de no seguir discutiendo y también para adaptarse al habitat, tal y como lo hacen las plantas que pasan del exterior al interior de una casa, o viceversa. 
Pensó en los pinos que plantó Carlos Gesell en la costa atlántica allá lejos y hace tiempo, y se identificó con ellos; se creyó un pino en un suelo arenoso, un pino al que le dio mucho trabajo prosperar en un suelo hostil, y al ser tan amante de la playa y del bosque, Popa se contentó por la identificación. Creo que fue en ese preciso momento que decidió salir en busca de otros pinos adaptados a la costa marítima, así no tendría que estar tan sola, o en su defecto, rodeada de gente hablando huevadas para matar el tiempo, como si no fuera el tiempo quien nos mata a nosotros.

No es que Popa pensara que ella tenía razón en todo, qué va. Era rara pero no anormal ni narcisista. A veces era demasiado realista, quizás porque en un pasado ya algo remoto había sido idealista hasta la médula.

Al menos, no era más narcisista que otros que se hacían los que no lo eran. 

Y sí, en su pequeña casa del barrio de Floresta pasaban cosas que nadie imaginaba y que yo, hasta que no las vi con mis propios ojos, dudé de su existencia. Luego, aflojé tensiones, me relajé y dejé mi escepticismo de lado.


Ahí comprendí que Popa era un milagro de Dios.





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