C H A R L E V O I X (crónicas de Québec)


Chéri... si supieras cuántas cosas tengo para contarte... no me alcanzan los renglones de esta hoja para decirte sobre todas las canciones que he compuesto en este tiempo, los poemas que he escrito, los cuentos que son tantos que ya ni vale la pena empezar a contarlos porque la vida se pasa y no puede uno estar leyendo in aeternum porque entonces dejaría de vivir para vivir leyendo, je ne sais pas.

Recuerdo con frecuencia un lugar en particular en donde viví algunos de los días más felices de mi existencia completa... ¿Te acordás de la ducha fuera del chalet en Charlevoix?… qué aventura más divertida, qué tranquilidad vivimos allí en el medio de la nada; me parece como si fuese hoy que salíamos corriendo de la casa porque hacía frío y nos bañábamos juntos para darnos calor. Qué maravilla el contacto de nuestros cuerpos tocándose mojados con la fragancia del jabón de glicerina. Solíamos reirnos en esa época, por todo, por nada, reirnos a carcajadas que hoy sólo resuenan en mi cabeza. Me hubiera quedado para siempre ahí con vos.

Aún siento tu piel junto a la mía y me parece que seguimos bajo el agua caliente de ese lugar al que pagaría todo el dinero que tengo para volver en tu compañía.
Si te dijera que esa aventura de unos días y el concierto de Patrick Bruel fueron las mejores cosas que me pasaron, no me creerías;pensarías que he perdido la memoria, Chéri, y que olvidé óperas, otros amores, viajes, compras, logros académicos, alguna fiesta, pero no, no he olvidado nada; nada. Por eso sé que esos días sobre un colchón duro, con la ducha a la intemperie y la playa desierta, llena de piedras y troncos secos, extrañamente fría y brumosa en un verano invernal fueron la gloria por la que valió la pena esperarte tantos años. Nadie podrá quitarme mi tesoro, porque en esa época, me amabas y yo te amaba, y quería cuidarte de todo mal y sentía que me cuidabas también, incluso enjabonándome el cuerpo desde el cuello hasta los pies, mientras yo hacía otro tanto con vos. 
Éramos dos niños grandes bañándonos mutuamente como otro modo de darse cariño, respeto, camaradería, erotismo, energía vital.
Charlevoix sigue estando. Qué consuelo me da cuando pienso que un lugar amado existe en una zona fuera de mi imaginación; qué felicidad siento al pensar que el cielo nos cubre a los dos al mismo tiempo, que vivimos en el mismo planeta, que ninguno de los dos ha muerto. Me aferro a ese recuerdo de cuando me bañabas como a una niña que debe ir pronto a la escuela y me dabas el desayuno como si fuese a llegar tarde a alguna parte. 

Charlevoix será siempre para mí sinónimo de una ducha que en su precariedad, albergó los dos cuerpos amantes pertenecientes a dos almas frágiles. 


Foto original tomada en Cap-aux-oies por el protagonista masculino de la historia.

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