Cucaracha
Las manos y la cara le sudaban
asquerosamente justo en el momento en que se encontró frente a frente con
ella, Regina, la mujer que hacía años que lo volvía loco y quien sin embargo,
lo ignoraba impunemente. Él pensaba que hasta valdría más la pena ser cucaracha
que hombre invisible, ninguneado, simple papel de calcar berreta. Por lo menos,
siendo cucaracha la asustaría y ella lo miraría bien hasta matarlo o hasta que
él, escapando de los gritos, se metiera en una ranura o grieta para que ella
dejara de sufrir. Tal vez, ella gustaba de las cucarachas y haría de él su
mascota, lo bañaría en verano, le daría de comer en la boca, le peinaría los
pelitos de las patitas. Pero no, era un hombre que pasaba inadvertido para
todas y principalmente para ella; encima, le transpiraban las manos como si
acabara de lavárselas y no encontrara una toalla para secarse. Sí,
definitivamente era mejor ser la cucaracha de Regina antes que darse cuenta de
que como hombre sólo le causaría lástima.
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