Ornella

¿Qué barrio era? Alguno, pero alguno bien desconocido.
¿Por qué estaba allí? Recordaba haber discutido con alguien minutos antes, algo acerca de canto, nada personal. La casa en la que previamente había permanecido para sostener dicha charla tan poco amable, estaba pintada (por dentro) de un verde chillón contrastante con el gusto de Ornella. Mientras sentada a la mesa llena de trapos y migas que otros habían dejado, ella miraba esos muros, tenía ganas de salir corriendo.
Evidentemente salió corriendo por unas escaleras angostas de madera semi podrida que cada tres o cuatro peldaños amenazaban con sucumbir. Ornella temía por sus piernas, tenía miedo de lastimarse, de sentir dolor otra vez.
Una vez en la calle, vino a descubrir que estaba demasiado bien vestida para el sitio en el que se encontraba. Se le acercaban personas que no le gustaban, que olían a peste, que con miradas torvas se volvían amenazantes. Ornella no podía correr por la pegajosidad de ese suelo inmundo y para alivianar peso y distraer a un hombre que parecía estar siguiéndola, arrojó su cartera enorme y llena de cosas valiosas para ella, sin prever que su teléfono celular y el dinero estaban allí dentro.
No importa, más miedo le daba que pudieran violarla, siquiera... tocarla.
Llegó a una de esas estaciones de tren que están semicubiertas, que parecen más de metro que de un tren común. Presa del espanto, ingresó a un andén solitario en donde una gotera obstinada golpeteaba sobre un caño que era más herrumbre que otra cosa. ¿Por qué estar ahí, sola y ahora sin cartera, sin teléfono y sin dinero? ¿Se podía ser tan tonta? ¿Se puede ser tan imbécil como para dejarse llevar por el terror y hacer estupidez tras estupidez?
Ornella, aterrada al ver que el tren que se acercaba no era de este mundo, sino algo demasiado enorme, veloz, humeante y fatal... intentó dar marcha atrás.
Nadie más que ella y el tren; tras de sí, una reja había sido cerrada con candado en los pocos minutos que llevaba en ese sitio.
Y acorde el tren se acercaba y la dejaba sorda con su pitido, desaparecía el andén convirtiéndose en vía...
Comentarios
Pero entiendo a Ornella, la sordidez me espanta, y no siempre aparece retratada con colores desvaídos, ni anunciada con goteras y herrumbre.
UN besote querida Raquel
Jerónimo
No he hecho más que narrar mi última pesadilla...
Besos
Besos
Besos y gracias, Gi
Besos.
Besos y gracias, John