Sor Augustine
Ella iba emponchada hasta el cuello conduciendo su carcacha fría por la autoroute Duplessis, trayecto que hiciera por más de dos años a partir de su llegada a Québec desde Trois-Rivières, Mauricie.
Al ver el cartel recordó que ese apellido Duplessis había pertenecido a la verdadera dama de las camelias, la que tiene su tumba en París, la que inmortalizaron en la ópera bajo el nombre de La Traviata... traviata, la extraviada, la perdida, l'égarée... una mujer que en la realidad fue Alphonsine Plessis o Marie Duplessis... qué importaba ahora si eran esos exactos nombres u otros nombres como Marguerite Gautier o Violetta Valéry, de la novela y la ópera respectivamente, si solamente son nombres... y fuera Alphonsine, Marie, Marguerite o Violetta, enfermó y murió sola en invierno.
Eso sí que importaba. E importaba en cierto modo que la senda que la conducía a su convento, le dijera entre líneas que estaba perdida, extraviada.
¿Por qué después de dos años de transitar esa ruta comenzaba a llamarle la atención el nombre? ¿Qué pasaba ahora en su interior que antes había quizás sido tapado, llenado, soldado o lacrado con algún entretenimiento o con alguna convicción que comenzaba a flaquear?
Augustine se metió por el Boulevard Laurier pensando en camelias, candelabros y amores frustrados. Pese a no hablar italiano, por fonética canturreó partes de la ópera, se acomodó la cofia de zarga de lana que le hacía picar la cabeza. Luego giró a la izquierda por Saint Sacrament y en algún momento tuvo que detenerse porque Québec le quedaba demasiado grande ese día para movilizarse como siempre, y demasiado pequeño para el ahogo que provenía de su interior y que no se debía a ninguna falla técnica de su anatomía sino a una sensación de estar viviendo la más absoluta de las confusiones.
Era invierno, hacía el frío usual allí, pero ésta era la primera vez que Sor Augustine pensaba en que su decisión no había sido quizás la más acertada, cuando Claude vivía aún en el Vieux-Québec y solamente los separaban los muros del convento...
Comentarios
Jerónimo
Un placer leerte.
Fah, cómo estoy!!!
Sigo viva y espero recuperar pronto este trajín que tan buenas vibraciones me da.
Un beso fuerte
Sí, tuve el placer de disfrutar de La dama de las camelias con la Garbo, y no recordaba que el director era húngaro ("porque húngaros hay" como dice el personaje de China Zorrilla en Esperando la carroza), y yo agrego que Everybody is Hungarian, como afirmaba el escritor húngaro György Mikes.
Anyway... te digo lo que creo: Sor Augustine se enamoró de aquel hombre y por alguna razón equis, era un amor difícil. Quizás pensó que en el convento lo olvidaría o sublimaría su sentimiento, pero creo que ahora duda y la duda va in crescendo.
Gracias y un beso :)
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Salvador,
Se agradece y eres bienvenido. El placer es mío de recibir lectores.
Saludos :)
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Gi,
YO TAMBIÉN A TODO LO QUE DIJISTE.
Besísimos :)
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Isabella,
Te extraño y me alegra que estés viva, guapa. Yo estoy un poco out of computer últimamente porque tengo otras vainas que me ocupan, pero también retomaré en breve.
Un beso fuerte :)
FELIZ NAVIDAD PARA TODOS