Monna Lisa

Para la nena de cinco o seis años que yo fui, La Gioconda era la señora que fundó la fábrica de dulces y ni se me ocurrió preguntarle a nadie si tal hipótesis era correcta, así que con mi teoría marché al colegio y escribí con total disposición, una redacción acerca de la vida de una viuda rica que se dedicó a fabricar dulce de membrillo, de batata, batata con chocolate y batata con guindas para no pensar en el marido muerto. Esa tarde o la siguiente, mi padre reveló el secreto y no me gustó que la de mi lata fuera una impostora.
Muchos años después, cursando la materia Historia del Arte y analizando precisamente esa mañana la genial obra de Leonardo, me pasó algo extraño e intenso cuando vi la imagen ampliada al cuatrocientos por ciento. Ver el rostro en grande, para poder ser analizado en cada detalle, me dejó perpleja; vi una mirada triste que antes me parecía de altivez. Entonces, la sentí un poco mía, aquella dueña viuda de una fábrica de dulces, compañera de mis postres, amiga callada, la señora de la latita redonda anhelada, la verdadera.
Durante la clase, la doctora en arte que dictaba el curso, dijo que contrariamente a ciertas hipótesis acerca de que la Monna Lisa sería Leonardo travestido, ya que muchos aseveran que es el mismo rostro de Santa Ana y se dice que Santa Ana era él mismo como solía andar por la vida, lo cual no sé qué relevancia puede tener ante semejante belleza... ella, la profesora que estudió en Bologna, nada menos, dijo que la Madonna Elisa Gherardini era la viuda de un banquero llamado Bartolomeo del Giocondo. La mujer de la sonrisa figurada sufría durante la realización de la obra de arte, la reciente muerte de su hijo. Se encontraba de doble luto por el figlio y por el esposo, y aparentemente endeudada por malos consejos de su entorno, convocada por Leonardo para posar para la eternidad redentora, al verla él caminar con la mirada ausente. Y por eso no porta joyas en el retrato, por el duelo, a la usanza de la Italia del Renacimiento, mi época amada, en donde las artes florecieron por doquier hasta conseguir que una niña (medio extravagante, para qué negarlo) de Buenos Aires pensara que esta mujer era la que fabricaba el dulce que ella comía.
Comentarios
Gracias por tu comentario, seas quien seas. Me viene bien tu saludo porque estoy demasiado triste desde el viernes.
Por supuesto la queen por mucha queen que sea no le llega ni al marco de la Mona.
Besos.
Qué gracioso cómo aparecen en logotipos de dulces, reinas y madonnas; evidentemente no se andan con chiquitas.
Yo hago dulce de batata en forma periódica, así que no descarto ponerle el nombre del pontífice con el retrato dentro de un óvalo. Quizás haga fortuna.
un beso :)