Sor Constance




Nacida dentro de un hogar sin religión profesada, y ni siquiera confesada o meramente mencionada, Constance terminó siendo religiosa de clausura. 
Sus padres no la educaron en la fe, aunque tampoco en contra de ella. La niña de diez años, volviendo una tarde de la escuela, se paró frente a la Catedral Basílica de Saint Louis en Missouri y sintió que quería estar allí dentro. Maravillada ante el trabajo de mayólica en donde prepondera el verde veronés, se sentó en el tercer banco del lado izquierdo, en el sitio pegado al pasillo. Respiró primero algo arrítmicamente, quizás debido al impacto de encontrarse sola en un lugar desconocido y de dimensiones que la excedían. Cuando se acostumbró al entorno y al sordo ruido de un templo solamente habitado por las imágenes santas, se acostó en el banco, zambulléndose en la simbología para ella incomprensible representada en el domo. 
Cambió luego de lugar, pasó al grupo de bancos del lado derecho y eligió la séptima fila. Sus ojos chocaron con una inscripción en bronce aludiendo a una familia benefactora de la Catedral Basílica. Ella pensó que serían los dueños de la iglesia; el apellido archiconocido de estas personas tan ricas de Saint Louis no era ignorado por nadie. Dejó el bronce labrado en el olvido y pensó en qué cosa sería orar y por qué sus padres no le habían enseñado. Descubrió que en los bancos había himnarios y un librito con las partes de la misa. Leyó hasta que le picaron los ojos, y en ese momento decidió que iría allí todos los días un rato a estar sola y tranquila, lejos de sus padres que parecían vivir una dimensión paralela a la suya, una dimensión en donde la esencia de la pequeña Constance no era advertida ni tenida en cuenta.
Sus padres y amigos no le alcanzaban para vivir.
Creció y se cultivó. Fue una mujer bonita y sonriente que un día después de su cumpleaños número dieciocho, marchó con su valija hacia el claustro que se encuentra en las afueras de Maplewood, no muy lejos de la capital: un muro imponente de ladrillo tras el cual, luego de un parque fantástico, esmeradamente cuidado, se yergue un castillo de la época en que los franceses eran los pobladores de esa parte del medio oeste americano, antes de que los ingleses los quitaran del medio. 
Tras los muros y dentro de esa santa fortaleza rodeada de la naturaleza más vasta, Constance se convirtió en Sor y vivió, no sin tener algunas dudas a veces, desde sus dieciocho años hasta que murió a los ochenta y cuatro.
No existe una sola forma de felicidad. 



Comentarios

Jerónimo ha dicho que…
Esta historia me parece tan inverosímil que quizá se basa en una historia real (aunque parezca una contradicción). Es posible que una chica, educada en un hogar sin religión, y quien solamente por leer libros de oración en sus visitas a una iglesia, elija recluirse en un claustro, retirándose del mundo exterior para siempre? Sus padres y amigos no le alcanzaban, pero sabemos si le alcanzó la compañía de las monjas y la literatura religiosa? Supongo que esto no se sabrá nunca, quedó enterrado en el alma de Constance y en la imaginación del lector.
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Jerónimo,

¿Viste? Las historias más inverosímiles se basan en hechos reales, aunque la mía parte de una mezcla, sobre todo de inspiraciones porque conozco tanto la catedral basílica, como el convento. Yo fui la que se acostó en el banco a observar el domo y me quedé dormida.
Puedo asegurarte que no todas las religiosas provienen de hogares católicos. Y quizás, Constance se sentía más a gusto en compañía de las otras monjas y del campo, que de su familia.

Gracias por pasar y que tengas un buen día.
Jerónimo ha dicho que…
No tenés que agradecerme por pasar, sino yo (y todos tus lectores) tenemos que estar agradecidos por tus historias y cuentos tan imaginativos y variables que esparces en el mundo del blog desinteresadamente y con generosidad para el beneficio y deleite de los que pasan por este espacio. En cuanto a que no todas las religiosas proviene de hogares católicos, es evidente. Por ejemplo el arzobispo de París, el cardenal Lustiger, es hijo de un rabino. Qué sigas bien y con inspiración para que podamos disfrutar de los nuevos retoños salidos de tu pluma virtual.
Raquel Barbieri ha dicho que…
Qué lindo eso de "disfrutar de los nuevos retoños salidos de tu pluma virtual".
Seguiré, Jerónimo, yo siempre seguiré escribiendo y pintando, dibujando y cuidando plantas...

Cuidate y no cruces de espaldas
Beatriz ha dicho que…
Elegir, optar, decidir, que es lo que queremos hacer con nuestra vida es un derecho incuestionable. Constance la protagonista de tu relato eligió una manera para ser feliz. Hizo uso de ese don tan preciado que es la libertad de decidir.
Muy bueno tu texto.
Besos
Raquel Barbieri ha dicho que…
Beatriz,

Diste en el clavo de lo que quise expresar con este cuento: que Constance hizo prevalecer su libertad de decisión para construir su felicidad más allá de los cánones estándar.

Gracias y besos :)

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