La primavera de Vera


El otro día, cuando volvía entre extenuada, satisfecha y melancólica de dar una clase de canto, me encontré con Rodolfo y Vera en la puerta de mi casa. Venían a invitarme a tomar un helado. Saludé a mi perra, le abrí la puerta para que saliera a disfrutar de las plantas, dejé las cosas entre el perchero y el sofá, me cambié la sandalias altas por las bajitas y me fui con ellos a compartir un rato de vida.

La vi tan linda a Vera, tan florecida, tan tocada por el rayo del amor correspondido. Cómo cambia la gente ante el amor y el desamor. Un rostro pasa del esplendor a la opaquez en cuestión de horas. Vera brilla y tiene miedo de que le dure poco y yo le digo que no tiene por qué durar poco si todo está tan bien entre ellos. Y se pasa de la opacidad al brillo también de un momento a otro, y las miradas son otras, y el cuerpo expele ese aroma entre hormonal y lleno de vida que puja por salir por cada poro. La energía es positiva y el mundo parece menos hostil, menos hosco y más amable.
Él está mejor. No es que estuviera enfermo antes, sino que era un versero de aquéllos, que se ha dejado de contar macanazos a las damas del centro de jubilados, y de motu proprio después de un tiempo prudencial, blanqueó su situación con ella ante los demás: - Estoy de novio. (Dice a cada rato) y me da cierta esperanza en la vida al ver que ese hombre que sufría de escapismo emocional en cuanto a las parejas y su continuidad, se sacó la coraza, dejó de buscar lo superficial y fácil, y eligió a Vera, una persona sencilla que ha sufrido la desatención de un marido que siempre la tuvo en menos.

Hasta que Vera abra las puertas de su hogar de viuda, Rodolfo espera, y a veces, de nervios al esperarla, le sudan las manos como si fuera la primera cita de una virgen. Porque él la extraña y se lo dice, y cuando le toca trabajar los domingos, le envía el mensaje de texto “Qué garrón un domingo sin vos, mi reina”. Ella se hace la superada y le responde “No exagerés, ché”, con su modo extremadamente porteño. Pero cuando cuenta sobre esos mensajitos, le brillan los ojos de alegría. La miro, lo miro, me miro. Tomamos el helado y yo no hablo, sólo escucho y observo; contemplo la estampa de los enamorados que tengo al lado, y en momentos se me llenan los ojos de lágrimas, al punto que tengo que disimular porque me da vergüenza que me vean llorar, y sé que en un lugar dentro de mí, la envidio. Él la mira como si fuera imprescindible hacerlo, se ríe cuando ella ríe, y dice que la ama. ¿Habrá amado antes? Él dice que tuvo un metejón con su esposa cuando se pusieron de novios, pero se esfumó prontamente y no fue nada en comparación con lo que siente por Vera, que es la versión femenina de él mismo.

Y ella, aunque es abuela de cuatro, como no tiene experiencia en amores apasionados, se asusta y pone una de esas caras que le conozco bien. Y la miro diciéndole con mis ojos biónicos que traspasan paredes y pensamientos, que no tenga miedo, que confíe y disfrute de su tiempo, que ni se le ocurra perder medio día pensando pavadas, porque en la vida, el tren no pasa a cada rato y ciertos trenes, sólo pasan una vez.


El gran tren expreso de cada persona sólo pasa una vez. Algunos lo ven y lo toman, suben y viven; la mayoría lo pierde por diversas razones. Eso se los dije siempre a los dos, quizás por eso me invitaron con un helado.






Dedicado a una pareja del centro de jubilados con el cual colaboro.



Comentarios

Beatriz ha dicho que…
Si estamos atenta a los amaneceres , descubrimos el necimiento de nuevas flores, de fragancias desconocidas que nos ofrecen estímulos nuevos a nuestros sentidos. Por eso abramos los ojos a la vida, que es tan generosa con lo mucho que tiene para ofrecernos. Esa nuevas oportunidades aparecen , y la mayoría de las veces como premio a esa búsqueda.
Hermosa historia Raquel

Un saludo a Rodolfo y Vera. ¡si hasta me dan ganas de tomar un helado con ellos...y abrazarlos por esa ternura.!
Raquel Barbieri ha dicho que…
Beatrix,

Me alegra que te guste esta historia porque aunque ellos no se llaman Vera y Rodolfo sino I... y E..., existen y demuestran que existe el amor redentor para aquéllos a quienes no les llegó antes en un tiempo más "ortodoxo", en cuanto a lo que la edad se refiere.

Abrazo :)
Jerónimo ha dicho que…
Una historia muy simpática y conmovedora. Me encantó la descripción de la pareja y como se iba desarrollando la relación. Solamente dio un poco de lástima que si te invitaron a tomar helado, hayan dejado a Renata en casa. Por ahí le hubiera gustado chupetear un helado de manzana y zanahoria, su comidas preferidas.
Así que le cambiaste los nombres a los enamorados, supongo que para que puedas poner el título de la "Primavera de Vera". Claro, la primavera está asociada con el florecimiento de la naturaleza, el surgimniento del amor. Además no hubiera sido muy pertinente buscar un nombre con la parte final de la palabra invierno que nos recordaría el averno o con el otoño que en España sería coño y ni me animo a mencionar la estación faltante, porque sería criticado en tu blog.
Besos
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Jerónimo,

Con "verano", podría escribir:
"El verano de la Alfano".

Seriously, cambié los nombres de los agraciados porque no los quiero quemar en público.

¿Llevar a Renata a la heladería? No way! Se toma su helado en medio minuto y después se pone a babear mirándote con cara de desgraciada para que le convides más... jajajaja...

Qué bueno que te gustó la historia.
Gracias y un beso :)

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