Isidro



Isidro nació una tarde soleada, cálida y hermosa de mayo en el otoño porteño de hace unas cuantas décadas, y como tantos de su generación, el hecho no se sucedió en un hospital sino que su madre parió en la casa, en la cama matrimonial vestida con sábanas inmaculadas con aroma a lavanda. 
Al verlo, el padre se dio cuenta de que nunca algo lo haría más feliz que tener un hijo, pero la madre, contrariamente a lo que se esperaba de ella, no sintió nada por Isidro. Tal fue el desencanto al tenerlo en brazos, que se lo entregó rápidamente al marido como quitándose un peso de encima y decidiendo ya en ese momento que el pequeño se alimentaría con biberón y no de su pecho.
Nadie entendió a la mujer; sintieron rechazo y fastidio hacia ella a partir de ahí, cuando la vida de todos cambió de rumbo para siempre. 
Esa madre había esperado tan contenta durante los nueve meses de embarazo, había tejido, cosido, comprado, decorado, cantado... y ahora, que por fin tenía frente a ella ese cuerpito tierno y rollizo vulnerable, sediento de amor, esa personita divina no le producía sentimiento alguno. 
Isidro lloró de hambre. Entre la partera y el médico le enseñaron al padre a preparar el biberón que seguiría haciendo durante tres años.
Nunca más la madre tocó al niño y pocas veces le dirigió la palabra. En alguna ocasión, ella escapó durante dos o tres días y luego regresó callada a su casa en un estado bastante deplorable. 
Desde el instante en que Isidro nació, el matrimonio no se consumó más y el marido se mudó a la habitación de huéspedes, en donde guardó todas sus pertenencias y día tras día fue olvidando que tenía mujer, cuando hasta hacía poco la había amado tanto y creía que la vida sin ella carecía de sentido.
La madre ausente, siempre sombría y pálida, era la antítesis de la rosagante y sonora mujer que andaba de aquí para allá cantando o contando anécdotas, horneando pancitos y haciendo planes para el futuro. 
Por las noches, caminaba a lo oscuro por la casa en forma obstinada y susurraba algo. Rara vez dormía. Alguna vez se asomó al dormitorio de Isidro y al verlo resplandecer bajo un destello de luna que entraba por los agujeritos de la persiana, pensó en qué extraña le era esa presencia en su casa y en su vida. 
Ella estaba vacía.
El marido había llamado primero a un médico de familia para que diera alguna opinión sobre lo que le pasaba a Estela. Luego, vino un psiquiatra y después otro, hasta que la última opción ante la falta de respuestas fue una curandera, quien dijo que lo que pasaba era tan claro como terrible... que la madre había perdido su alma al parir y el alma había sido tomada por el niño, quien al poseerla y conocer de donde provenía, nunca necesitó de explicaciones, ni del abrazo materno ni de sus lindas palabras, ya que él la llevaba consigo en su interior y sabía que no era mala voluntad de la desgraciada, sino el producto de la abducción de un alma que al menos en esta vida no podría recuperar.
El padre se cansó de esa mujer torva, y comprensiblemente, un día se enamoró de otra que estaba viva. 
Poco a poco, él fue olvidando a la mujer ausente que tenía viviendo en su casa y empezó una vida feliz junto a Lorena, quien sabiendo lo que pasaba en esa familia, llevaba a pasear a Isidro, lo acompañaba a los actos escolares, le compraba chucherías y confites y hacía un poco de madre. Pero Isidro era feliz aún sin Lorena y eso era lo que nadie entendía. 
Ya siendo adolescente trataba de explicarles a su padre, abuela y a la misma Lorena que no necesitaba más de lo que tenía y recibía, pero parecía no hacerse comprender. Ellos pensaban que Isidro hacía negación del problema para pasarla mejor, pero el muchacho tenía un nexo con su madre aunque ella no lo tuviese con él. Isidro tenía el alma de su madre consigo, palpitando en su interior, y al tenerla, él era ella y conocía sus secretos, sus recuerdos, sus tristezas y sus pasiones ya apagadas; entonces, él sabía que había sido un hijo deseado y amado, y que lo que sucedió luego, fue una jugarreta vil del destino, algo que no se espera que suceda, que el alma de la madre sea fagocitada por el hijo.
Entonces, el día en que murió la pobre mujer que parecía veinte años mayor de la edad que realmente tenía, sólo su hijo la lloró como si se hubiese tratado de la madre más amorosa del mundo, la enterró y le llevó flores hasta el día que él mismo ya no pudo ir más al cementerio porque sus huesos cansados y sus articulaciones secas no le permitieron seguir saliendo a la calle.

Cuando Isidro murió, el alma se le salió, y al llegar al cielo, se dividió en dos. Una parte retornó a él, y la otra, entró en una mujer que al recibirla, comenzó a sonreír, una mujer vivaz que se puso a cantar, una cara conocida, un pelo ondulado que él había acariciado alguna vez.
Era su madre que ahora pasaría con él toda la eternidad.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me impresionó esta historia, extraña y con final hermoso e inesperado. Una madre que perdió su alma al nacer su hijo, porqu el alma de ella se fundiò en el ser del hijo. Entonces ella se transformó en un ser sin alma y sin vida, sólo el hijo mantuvo un contacto espiritual con ella, sin que nadie lo haya detectado. Ella tuvo una vida miserable, abandonada y despreciada por todos, marchitando poco a poco hasta llegar a la tumba. Quizás ni su hijo sabía que al morir él, sus almas se reunirán para siempre, pero al ocurrir esto estarán juntos para siempre.
Aunque tal reunión parecería más habitual de una pareja de enamorados, entre una madre y un hijo es uan especie de historia de Edipo.
De todas maneras es una historia muy original e imaginativa.
Besos
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Me alegra que te gustara la extraña historia de Isidro. En verdad, empecé a escribir la primera línea sin saber a dónde quería llegar (como me pasa la mayoría de las veces).
Sentí que la vida tenía que redimir a la madre de Isidro por haber perdido tantos años y como vos dijiste, llevar una vida miserable.
Nada edípica, por suerte. Sólo un hijo disfrutando de su madre que no tuvo de la manera convencional en su momento, y una madre que podrá ser madre en serio.

(Ya vendrá una de enamorados, jeje)
Te mando un beso y gracias :)

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