Luisa

Luisa logró un asiento en el sesenta y dio gracias al cielo. Era muy raro que a la altura en donde ella subía, alguien se levantara y se bajara. Por suerte, ese día; mejor dicho, esa tarde, el hecho extraño sucedió y ella se adueñó de un asiento en buen estado y con formita tentadora, en donde apoyar sus nalgas sería algo así como meterse a un jacuzzi lleno de espuma de almendra, coco y miel. Con esa disposición hacia el placer, Luisa se sentaría de a poquito para poder disfrutar de la situación como si se tratara de un chocolate delicioso pero muy pequeño, al que uno quiere saborear y no tragárselo de una. Primero, se inclinó sobre el asiento para mirarlo de cerca y ver con cierto placer morboso que éste estaba realmente vacío y todavía con la forma hendida que había dejado el soberano culo de la mujer que se había bajado. Qué maravilla… ¿Para qué querría esa tipa dejar algo así? ¿Cómo se le ocurrió bajar siendo que estaba sentada en el 60? Luisa pensó que sólo una loca podrí...