Georgia on my mind

Él escucha Georgia on my mind y deja de oír los gritos pelados de las dominicanas de Washington Heights llamando a los niños, contándose cosas unas a otras, peleando con los maridos en un volumen ensordecedor para quien no está acostumbrado, y molesto aún para el acostumbrado, a menos que se provenga de una familia de gritones que no es el caso de Germán. Él se sienta en el alféizar de su ventana sobre la St Nicholas Avenue, enciende un cigarrillo, sólo uno al día para el momento elegido, y levanta la vista más allá, por encima de los negocios de la 181 y Broadway; entonces ve el cielo y en él, el infinito. Ese cielo que pareciendo una escenografía para una ópera de Wagner, cubre un caserío desprolijo de calles bastante sucias contrastantes con la parte superior de la obra divina. Esto convierte al panorama en un cuadro pintado por dos artistas distintos; por un lado, el que ha creado ese cielo perfecto en forma de tondo y por el otro, lo profano traducido en construccio...