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Mostrando entradas de 2014

Cucaracha

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Las manos y la cara le sudaban asquerosamente justo en el momento en que se encontró frente a frente con ella, Regina, la mujer que hacía años que lo volvía loco y quien sin embargo, lo ignoraba impunemente. Él pensaba que hasta valdría más la pena ser cucaracha que hombre invisible, ninguneado, simple papel de calcar berreta. Por lo menos, siendo cucaracha la asustaría y ella lo miraría bien hasta matarlo o hasta que él, escapando de los gritos, se metiera en una ranura o grieta para que ella dejara de sufrir. Tal vez, ella gustaba de las cucarachas y haría de él su mascota, lo bañaría en verano, le daría de comer en la boca, le peinaría los pelitos de las patitas. Pero no, era un hombre que pasaba inadvertido para todas y principalmente para ella; encima, le transpiraban las manos como si acabara de lavárselas y no encontrara una toalla para secarse. Sí, definitivamente era mejor ser la cucaracha de Regina antes que darse cuenta de que como hombre sólo le causaría lástima.

En el barrio judío de Praga

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En el barrio judío de Praga, al norte de la Ciudad Vieja, cerca de donde se encuentra la maravillosa estatua de Kafka en que un hombre enorme sin cabeza lleva al cuello a un pequeño Kafka completo, vivía Lenka con su madre. El departamento daba—como en tantos edificios de Europa central—a un corredor con pisos de mosaicos cuyos dibujos divertidos en blanco y azul cerúleo combinaban a la perfección con los herrajes de los grandes balcones que desembocaban al patio común.  Macetas tupidas de todo tipo de plantas suculentas, begonias, malvones y geranios aportaban vida a esos espacios compartidos cuya techumbre consistía en una galería alta con columnas de hierro ornamentado, en donde de vez en cuando trepaba alguna planta que en invierno desaparecía por completo.  Mirando hacia arriba se veía el cielo, un espacio abierto y cuadrado que en primavera y otoño era una bendición para todos los sentidos, pero en verano y sobre todo en invierno, devenía en caldera o heladera respect

El artista

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            En mi condición de amiga le sugerí, luego le rogué a Juan Pablo que dejara de vender sus geniales dibujos en la peor parte de Broadway y se fuera a donde pudiera ser apreciado, pero no; él sabe que tal lugar quizás no exista y que tenga que acomodar su vida, dado que los molinos de viento son regidos por una fuerza superior a la voluntad propia. De nada sirve intentar cambiar la dirección de un fenómeno que nos excede y que tal vez sea producto del karma.             Juan Pablo ha caído en una suerte de letargo al saberse poco apreciado en su labor; se ha metido para adentro y una coraza ha ido anquilosándose en él hasta tapar esa personalidad anterior, aquélla de la alegría de vivir que traía al nacer.             Lo aplastó la realidad que llevó a otros a volar a altos niveles. Su arte terminó destruyéndolo.