Hasta el día en que me muera



Cuando me levanté esta mañana, ciertamente no me di cuenta de que él estaba mirándome con esos ojos, no con los amorosos y gentiles ojos que había conocido hace tiempo, sino con esa mirada fría y punzante que empezó a tener hacia mí una tarde en particular que preferiría olvidar. Así que cuando me levanté tarde hoy, casi a las once, sentí que algo valioso había cambiado, y no precisamente para mejor. Ya no tenía ese sentimiento fantástico dentro de mí; hasta mi cuerpo parecía pesar menos, no tener esa dulce sensación del toque del amante, el mágico soplo de vida, y mi mundo interior era como un cuenco vacío sin prospecto de ser rellenado. Quizás, estaba vacía y eso me hacía ver la vida como si ya estuviera muerta. Podía ver el afuera desde la distancia, aún cuando yo estaba allí, algo aterrorizante pero no al extremo de hacerme comenzar un ataque de pánico. No tenía hambre, ni sed, ni frío ni calor.
Con sus ojos sobre mí y por encima de mí, mi mente repetía “Hasta el día en que me muera, siempre estaré contigo; hasta el día en que me muera, te amaré.” Esas palabras entre lo maravilloso y lo oscuro habían sido siempre los basamentos de nuestro lazo emocional y físico: “Hasta el día en que me muera, hasta el día en que me muera”. ¿Por qué pronunciar palabras sobre la muerte cuando se celebra el amor?
Estoy segura de que él cambió la tarde en que conocí a ese tipo en el bosque cuando fui a correr. Él vio mi pecado. Había sido sólo un par de veces, sí, no estoy mintiendo, un destello de lujuria en el medio de nuestra hermosa rutina, nada de importancia, simplemente un olor diferente, otra piel, una locura temporal. Pero él me había visto y desde aquel momento, todo estaba condenado a cambiar.
Tan pronto como me levanté, sentí un soplo de aire sobre mi espalda. Caí al suelo, mi pecho contra el piso de madera, donde el olor a sangre me obligó a darme cuenta de que estaba sangrando rápidamente. Estaba mojada, a ese punto ya degustando sangre, respirando con dificultad, tratando de rezar. Levanté mis ojos hacia él en el momento en que dijo “Hasta el día en que muera, te amaré” y se disparó.
Él murió primero.


Link hacia la versión en idioma inglés: 

http://autoresargentinosenotrosidiomas.blogspot.com/2011/11/till-day-i-die-raquel-barbieri.html

Comentarios

Jerónimo ha dicho que…
Ya leí este cuento de celos y locura en inglés y ahora, ya concoido el final, lo releí en castellano. No surge de la historia si ella era realmente infiel con el corredor del bosque, si sólo se vieron y a ella se le despertó un deseo que el detectó o si todo era solamente fruto de la imaginación de él. De una manera u otra, él no toleró la idea de no tenerla al 100% y prefirió matarla antes de compartirla siquiera con un pensamiento que quizás ni haya existido. Y claro, cómo soportar la vida sin ella? Se tenía que matar él también. Qué manera de desperdiciar la vida, los placeres que aún les esperaban, las horas hermosas que podían haber pasado juntos, las experiencias que aún debían haber compartido. Los celos exagerados causan estados de locura y ambos pagaron un alto precio por ello.
Besos
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Hola Jero,

Yo creo que ella sí tuvo un par de encuentros sexuales con el del parque, y su pareja se lo olfateó como un sabueso. Fijate que está narrado en primera persona.
Mucho karma en esta historia... hay amores que matan.

Besos y gracias :)

Entradas populares de este blog

Sor Constance

Breve encuentro

Pigmalión y la puta de turno