La estatua


Siempre había sentido escalofríos al pasar delante de la estatua situada en el foyer del Teatro Colón; no era algo que pudiera razonar, mucho menos explicar, pero una morbosidad personal me llevaba a pararme delante de ella y mirarla cuando a la vez, quería salir corriendo de allí. 
Al pasar por delante de esta estatua y no de otras, un vientecito frío me corría por el cuello, por la oreja izquierda, luego por la pantorrilla y el brazo. 
Nuestro primer encuentro fue cuando era chica y me le quedé mirando mientras mi padre hablaba con un amigo en las escaleras que llevan a platea. Sentí que no era sólo mármol, que había una presencia ahí. No le dije nada a nadie y me alejé hacia el ángulo opuesto para observar la estatua de Margarita, en donde no tuve estas sensaciones.
Miles de veces pasé delante de esta escultura tan perfecta, tan dotada de armonía, proporción y belleza, dueña de un dinamismo que hace parecer que la dama se desliza, adquiere movimiento, existe, aún cuando está ahí parada desde hace tanto tiempo. 
Por años guardé el secreto y lo hice con éxito. No violé mi silencio porque tenía miedo de que me consideraran una demente o que realmente sí me creyeran y terminaran llevándosela del teatro. Entonces decidí volver a empezar, pasar por delante de ella, desafiarla, rodearla, tomarle muchas fotos, invadirla para demostrarle coraje. Me sentí una idiota enfrentando a una estatua, tal vez influenciada por Don Giovanni ante la llegada del Convidado de piedra. Sentí que algo así me ocurriría y que esa figura me llevaría consigo o me echaría algún mal encima.
Me fui. Caminé las frías y húmedas calles de Buenos Aires hasta llegar a la parada del 146 en Sarmiento y Libertad, en donde no había un alma. Llegué a mi casa, tomé un té y me metí en la cama hasta quedarme dormida. Al día siguiente decidí regresar al teatro y ver si me pasaba lo mismo. 
Me pasó. Justo en el instante en que el airecito frío me recorría el cuello, una voz casi imperceptible me habló desde el mármol. Miré hacia todos lados y no vi a nadie, miré la estatua y por primera vez en tantos años sentí que vibraba; se me secó la garganta, no pude hablar, sólo me quedé impávida con mis manos apoyadas sobre el pedestal. Me aterró.
La voz nuevamente salió de adentro de la estatua y sólo alcancé a entender que huyera, que ella era parte de mi alma que había sido atrapada cada vez que le dediqué un momento.
Minutos más tarde comprendí por qué al irme de allí, pude verme desde enfrente, desde la plaza... desde esa plaza y no desde mí misma vi mi figura escapando del Teatro Colón aterrada, con mi tapadito violeta y mi chalina rosada. 




Comentarios

Jerónimo ha dicho que…
La estatua que asusta, la estatua que tiene alma, la estatua que puede hablar. Qué extraño, yo vi esta estatua tantas veces y nunca me fijé en ella. Será una comunicación exclusiva y personal tuya o hay que tener una percepción muy especial para que otros también sientan esta vibracióm que surge del mármol hacia su observador. Menos mal que no lo comunicaste a las autoridades del Colón, podría haber sido que remuevan la estatua y la manden al cuarto subsuelo. Siempre mejor que si te huieran confinado a vos al cuarto subsuelo.
De todas maneras en el futuro miraré esa estatua con otros ojos, quizás me hable también o por lo menos me mande extrañas vibraciones. Uyyy, volví a mirar la foto y salieron unos destellos de la pantalla de la computadora. Será verdad o es mi imaginación?
Besos
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Jero,

Con las estatuas nunca se sabe. No olvidemos que llevan consigo parte del alma del escultor, sus risas y sus lágrimas.
Cuando vayas por ahí, por las dudas tené cuidado.

Quizás próximamente me dedique a contar algo de la de Margarita...

Besos ;)

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