Estrella de mi alma


Tesorito precioso, estrella de mi alma,

(...) Anteanoche no me acuerdo de haber soñado. Ayer hice un esfuerzo y sí, soñé con vos. Entré a una alcoba, no era la tuya, sino desconocida. Estaba oscura, pero ardía una vela. Me acostumbré rápidamente. Estabas acostada en la cama dormida, desnuda, sin tapar, sobre la espalda. Me incliné, separé con cuidado tus piernas y noté con asombro que tenías un tupido pelo negro, enrulado, donde te depilás que me excitó mucho, y me pareció super-sexy. Empecé a pasar la lengua y noté que disfrutabas, pero aún dormida. Hasta sentí orgasmos varios tuyos y seguías como soñando, con gemiditos placenteros, pero sin desperarte. Me acosté con cuidado para que no te despiertes y ahí sí me desperté yo, con ganas de seguir en vivo el sueño.  

Principessa bella, drága hercegnöm, besos mil de los nuestros

Así eran las cartas que él le enviaba cada día, no cada tanto, sino diariamente, inyecciones cotidianas de romance, sobredosis de erotismo y ternura, algo perfecto. Ella era feliz de ser la inspiración para él, la primera imagen que el veía al despertar por las mañanas, y la última antes de que entrara a su sueño nocturno después de su activa jornada. Él se lo había dicho varias veces, una de ellas, con lágrimas en los ojos, lo cual hizo que ella quisiera entregarle su vida entera.
Y ella guardó siempre sus cartas, aún las no tan bellas, las menos apasionadas, también en las que había peleas por esas cosas de las parejas porque toda la correspondencia que ellos mantenían era como un cordón umbilical que los unía durante las horas en que la vida los obligaba a estar separados.
De todo lo que él le había dicho en esos años, era Estrella de mi alma lo que más extrañaba no escuchar ni leer más. Habría que poder perder la memoria para no sufrir comparando el presente con aquel pasado tan añorado; habría que poder hacerse operar del cerebro para borrar la memoria de un tiempo a esta parte, como en aquella película de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.
¿Qué le habría pasado a él para llegar de un extremo al otro? Quizás un hechizo, un trabajo de magia negra, las energías de los que estando en contra de la pareja, conspiraron para que él terminara siendo un ente regulador de sentimientos y ella, un farol cuya luz empezaba a extinguirse hasta empalidecer tanto, que ya no se reconocía como la misma mujer que había inspirado una historia apasionante en veintidos capítulos, ocurrida en la Mesopotamia hace tres mil doscientos años.

Uno tendría que poder oprimir un botón de apagado y dejar de existir allí en el mismo instante en que su amor dejó de amarlo.

Comentarios

Jerónimo ha dicho que…
La herencia de Eszter, uno de los libros más hermosos de Sándor Márai. Transformado en película, cuyo afiche veo por primera vez en esta ilustración. Qué lástima que este film no se dio en Buenos Aires, me hubiera gustado revivir las escenas de la novela que lo originó. Qué sueño tan erótico, y al mismo tiempo tan romántico, que describe la escena inicial de tu historia.
Beso
Jerónimo
Raquel Barbieri ha dicho que…
Tengo este afiche desde hace un par de años porque me encantaría ver la película, ya que la novela es una de mis favoritas de Márai.

En este caso lo puse como ilustración, por ser un lazo de unión entre los dos protagonistas de mi relato. En cuanto al erotismo y el romanticismo del fragmento de la carta de él, creo que es algo que nunca debería perderse en una pareja. Es lo que hace que se la diferencie de otro tipo de vínculo. Es magia.
El erotismo y romanticismo escritos son un estímulo vital que hace que el otro se nos vuelva único, necesario y complementario, aún cuando no siempre todo se traduzca en relaciones sexuales. Es más completo.
Cartas así son la sal del futuro encuentro con el otro, el estímulo para el alma y el cuerpo, algo que diferencia diametralmente las cartas escritas a los demás.

Al menos, creo que así siente la protagonista.

Beso

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