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Gregoria Samsa

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Le adjudicaron el nombre Gregoria sin dudar un segundo, y sin darle la chance de otro nombre detrás, en caso de que ella quisiera portar algún otro más sofisticado y de sonido suave. No, qué va. Los padres de Gregoria le estamparon un cartel en su dormitorio de bebé, de dos metros de ancho por uno de alto, con letras de imprenta agresivas y chillonas contrastantes con el verde loro barranquero de la pared, un cartel hecho de goma eva y lentejuelas pegadas a la que te criaste, mersa de acá hasta Chipre, un flor de cartel que decía nada menos que                                              ¡G R E G O R I A...  B I E N V E N I D A  A  E S T E  V A L L E  D E  L Á G R I M A S! Sí, eso mismo le pusieron y quedó ahí colgado, juntando tierra para siempre. El caso es que la chica ni siquiera pensaba en el cartel porque lo había visto desde s...

Edna

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Edna planeaba todas las noches lo que haría al día siguiente, pero al despertar, sentía un dolor en el estómago, que más que dolor era una molestia, un nervio vivo, como un ser moviéndose desde el abdomen superior hacia el pecho, provocando espasmos y la necesidad de cerrar los puños, hasta sin darse cuenta clavarse las uñas y lastimar sus preciosas manos que alguna vez tocaron el violín.  Qué lindas manos, suaves, delgadas y sin irregularidades en los nudillos... las manos de Edna. Se dormía tarde y casi sin sueño, con resignación y pastillas que la ayudaban a pasar de un estado de vigilia algo tormentoso, a una vida onírica aún peor, en donde siempre deambulaba desnuda, con ganas de hacer pis, sentada en un excusado con paredes transparentes alrededor, situado siempre en medio de la calle o de una plaza, generalmente sobre la Avenida Luis María Campos, y otras veces en Rivadavia y José María Moreno. Así nunca le salía el pis y su vejiga ardía intensamente.  E...

Luisa

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Luisa logró un asiento en el sesenta y dio gracias al cielo. Era muy raro que a la altura en donde ella subía, alguien se levantara y se bajara. Por suerte, ese día; mejor dicho, esa tarde, el hecho extraño sucedió y ella se adueñó de un asiento en buen estado y con formita tentadora, en donde apoyar sus nalgas sería algo así como meterse a un jacuzzi lleno de espuma de almendra, coco y miel. Con esa disposición hacia el placer, Luisa se sentaría de a poquito para poder disfrutar de la situación como si se tratara de un chocolate delicioso pero muy pequeño, al que uno quiere saborear y no tragárselo de una. Primero, se inclinó sobre el asiento para mirarlo de cerca y ver con cierto placer morboso que éste estaba realmente vacío y todavía con la forma hendida que había dejado el soberano culo de la mujer que se había bajado. Qué maravilla… ¿Para qué querría esa tipa dejar algo así? ¿Cómo se le ocurrió bajar siendo que estaba sentada en el 60? Luisa pensó que sólo una loca podrí...

Buena

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Buena como Lassie, más buena que el pan, buenaza la buena moza, buenísima a la hora de enamorar y hacerse desear, buena amante, buena mandarina, buena pieza… nadie tiene la total certeza de cómo pueda ser ella; sólo sospechas, alguna corazonada, una impresión teñida de la personalidad de quien la perciba malamente, o la idealice al extremo.   Buena mina, no jode, no grita, no contesta, no mató a nadie… como si la bondad se limitara a no matar, como si la bonhomía se tratara de tan poco. Buena para nada … así la llamaba su madre, una mujer por completo ajena al lenguaje de los sentimientos. Buena porta un nombre raro que no la acompleja tanto estéticamente, como el hecho de que la hace sentirse en extremo responsable y comprometida a llevar una vida santa que no le va del todo, que no le sale naturalmente. Ha confesado sentir como un palo incrustado en su columna que la obliga a estar siempre derecha y erguida, aún cuando querría tirarse en el suelo a descansar, a rodar, ...

Mala

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Ella era mala en el sentido más literal de la palabra, en ese sentido sórdido y profundo en el que podemos llegar a sentir desde una atracción animal hasta incomodidad física estando a su lado, porque la maldad le brotaba por los poros de todo el cuerpo y se sentía como una corriente de energía eléctrica a la vez helada sin siquiera rozarla. Sus ojos de mala taladraban al otro haciéndole doler la cabeza sólo con mirarlo fijo, y ese otro no sabía que era ella con sus pensamientos sucios quien contaminaba el ambiente. Sí, mala como la peste, bella como una rosa, pero sin aroma a flor, con un hedor entre azufre y metal corroído, una mezcla fría y áspera como su carácter, así era la desgraciada. Mala desde la cuna, la mala de la película... ella, hija de perra, la hija deseada de dos pobres seres que festejaron la llegada de la maldita a este mundo, en medio de una carcajada de felicidad explosiva, bombones de chocolate y ramitos de jazmín, pensando que traían un ángel a este mun...

Rossana después

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La energía estaba a punto de desbordar dentro del cuerpo de Marcos. Sintió que era capaz de amarla tan intensamente que de quererla, podría matarla, y de odiarla, podría reventarla contra la pared sin ninguna piedad;  penetrarla con ternura, y también violarla, no teniendo claro en qué orden lo haría. Él era así, contradictorio y ambiguo como toda persona demasiado inteligente; había en él algo de pathos, de personaje de ópera de Berg, de Britten o del infierno mezclado con paraíso en el que él vivía. Ese día se dio cuenta de que si ella muriera, no existiría más el problema. Era más fácil matarla que amarla. Pero Rossana no quería morir todavía, y eso él lo sabía. Él intuía que ella hacía lo que podía para estar contenta y disfrutar de lo que era posible, y que sus errores eran más handicaps de su personalidad que maldades hechas ex profeso. Entonces, Marcos Hyde se desvanecía  y se convertía de inmediato en Marcos Jekyll y hasta parecía más lindo. - Hoy no la voy ...

Rossana luego

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Mientras Rossana recuperaba su tamaño original,  Marcos sentía mariposas en la panza como cuando era adolescente. No estaba muy seguro de lo que le pasaba, pero evidentemente algo lo hacía sentir más vital, con la piel tirante y un estado de ánimo renovado… como con ganas de jugar al Ring-raje, hacer el amor dentro del auto al costado de la plaza de Barrancas de Belgrano, y tirarse en la cama a mirar el techo escuchando su música favorita, e imaginar un mundo mejor… y que ese mundo mejor fuera el suyo propio. Rossana había quedado llena de moretones de colores rosados y violáceos que con el transcurrir de los días iban tomando un verdor azulado que le recordaron el instante en que se bebió la tinta del diario de Marcos. Llevaba parte de ese hombre en ella, y si antes ya podía percibirlo con intensidad, ahora era como que lo tenía metido dentro, como si ella fuera una funda que contenía a un Marcos en lugar de contener órganos. Estaba segura de estar transitando entre ...