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Adagia vive

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Uno de esos tantos grises días pesados en la fábrica textil, Adagia cantaba para sus adentros algunas canciones que se sabía por la mitad. No sé tú, pero yo no dejo de pensar… ni un minuto me logro despojar… de tus besos, tus abrazos,  de lo bien que la pasamos la otra vez… y como acompañamiento, indefectiblemente tenía el ruido de las máquinas calando en su cerebro, un ruido que trascendía el poder de los tapones de silicona en los oídos… trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra… No sé tú, pero yo quisiera repetir el cansancio que me hiciste sentir… trátratratra, trátratratra, trátratratra… ese ruido, ese ruido durante años que iba dejándola sorda y a veces hasta idiota, y la vibración permanente, alterando desde sus vértebras hasta el sistema nervioso, causando efectos extraños que otra gente no podría comprender a menos que caminara en los zapatos de Adagia durante algún tiempo. Trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra, trátratratratra…...

Adagia Ramos

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Desde las cuatro de la mañana en adelante, Adagia era un ir de acá para allá, primero dejando todos los desayunos de sus cinco hijos a medio preparar y las tazas dispuestas sobre el mantelito a cuadros limpísimo aunque viejito. Se preocupaba de dejarles siempre el almuerzo listo para ser recalentado al mediodía, y el café en el jarrito enlozado para su marido que no hacía otra cosa que estar acostado hasta las once y media para luego tirarse en el sofá destartalado a despotricar contra los noticieros, hablando solo, sin advertir vida a su alrededor, sin colaborar, simplemente ensuciando y emitiendo al mundo con su voz áspera, los improperios más desagradables que un idioma pueda tener, amén de algún eructo desproporcionado delante de los chicos, y sus acostumbradas flatulencias que sólo a él le hacían gracia.  Antes de que toda esta deprimente escena empezara, horas antes de que la chatura fuera tomando su forma cotidiana, Adagia ordenaba todo, se ponía un pañuelo inmacul...

Hasta el día en que me muera

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Cuando me levanté esta mañana, ciertamente no me di cuenta de que él estaba mirándome con esos ojos, no con los amorosos y gentiles ojos que había conocido hace tiempo, sino con esa mirada fría y punzante que empezó a tener hacia mí una tarde en particular que preferiría olvidar. Así que cuando me levanté tarde hoy, casi a las once, sentí que algo valioso había cambiado, y no precisamente para mejor. Ya no tenía ese sentimiento fantástico dentro de mí; hasta mi cuerpo parecía pesar menos, no tener esa dulce sensación del toque del amante, el mágico soplo de vida, y mi mundo interior era como un cuenco vacío sin prospecto de ser rellenado. Quizás, estaba vacía y eso me hacía ver la vida como si ya estuviera muerta. Podía ver el afuera desde la distancia, aún cuando yo estaba allí, algo aterrorizante pero no al extremo de hacerme comenzar un ataque de pánico. No tenía hambre, ni sed, ni frío ni calor. Con sus ojos sobre mí y por encima de mí, mi mente repetía “Hasta el día en q...

El amanecer de Chiara

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Chiara tenía miedo de ir a dormir por las pesadillas que la acosaban sin tregua desde que tenía memoria.  Cuando el irse a la cama era el placer de casi todos, para ella significaba meterse voluntariamente en una trampa mortal puesta por un cazador de mirada punzante y mentalidad fría. Así lo intentó todo, desde probar infusiones orientales de sabor sospechoso que a otra gente surtían efecto, hasta hacer ejercicios de control mental, yoga, y relajación y también dejar de cenar para no tener el estómago lleno a la hora de acostarse.  Las pesadillas seguían su curso y parecían ser inmunes a cualquier tipo de modificación en las rutinas de Chiara. Era dormirse y caer en un pozo oscuro en donde los rostros perdían su lozanía para adquirir una tonalidad entre tiza y azufre y un hedor metálico. Allí estaban todas las situaciones que en la vida real no quería ver, las que negaba. El problema la llevó a aislarse. No fue de inmediato, sino que sucedió paulatinamente. Como dormía...

La Navidad de Ramira

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Ramira llegó a odiar la Navidad porque cada vez que ésta se acercaba, la gente más hipócrita y menos sensible que conocía, se ponía tonta y sentimental cuando el resto del año podía maldecir al prójimo sin culpa. De por sí bastante histérica, pasaba esa corta temporada de diciembre como si fuera un cuento de terror, esquivando a la gente que la rozaba con bolsas llenas de regalos y adornos para el arbolito. Y será que es cuando uno desea evitar algo, que ese algo lo sigue a uno indefectiblemente, que cada vez que Ramira encendía la televisión o iba a un centro de compras, se cruzaba con la roja imagen barbuda y panzona que emitía un siniestro ho ho ho. De inmediato y por su natural y algo exacerbado sentido de la compasión, Ramira recordaba que el pobre hombre que hacía de Papá Noel pasaba un calor terrible debajo del disfraz, por unos pocos pesos durante largas horas. Eso hacía que no odiara tanto al personaje en sí, como  a sus seguidores y fomentadores de tal vicio m...

Zoila

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Zoila se levanta a las cinco, entra al baño y par ada sobre una palangana enlozada,  se hace sus abluciones matutinas con una toallita áspera empapada en agua tibia tirando a calentita, previo enjabonamiento cuidadoso y metódico de su cuerpo entero, como en un ritual.  A su lado tiene dos jarras de agua para enjuagarse y una toalla blanca prístina. Así, la sirvienta se dispone a comenzar su día estando limpia y lozana; son para esto las cinco y media, y a esa hora ya está vestida con su uniforme azul lavanda, delantal gris y zapatillas blancas inmaculadas. Se ha peinado con un rodete prolijo y tirante que oculta su hermosa cabellera rojiza que ya deja ver alguna cana o dos, quizás tres pero no más. De su piel y su pelo irradia el aroma a limpio del jabón de lavanda. Ella tiene el olor de la ropa recién planchada y parece recortada de un catálogo. Zoila cumple. Habla y come poco, lee, no roba, ni piensa siquiera en tomar lo ajeno. Sólo vive para cumplir con su ...

Casta Diva

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A la pobre, no tuvieron mejor idea que llamarla como el aria de la ópera Norma . No podían ponerle un nombre relativamente normal, una palabra fácilmente digerible que no la dejara como una loca en medio del resto… no, tenía que ser Casta Diva Furlanetto Davis, Furlanetto por parte de padre y Davis por la madre, no va a ser por la Copa. En fin, la pobre Casta Diva salió de la Maternidad Sueco-Argentina con el nombre acoplado para siempre, los lóbulos perforados, aritos de perla y la bochita pelada. Digamos que salió procesada y producida para llegar a una reunión de bienvenida en su casa de la calle Pedro Morán, en el barrio de Villa Devoto, lugar en donde sucede de todo. Los abuelos se la pasaban como a la bandeja de las empanadas, los tíos y amigos le hablaban haciendo voces, y lo que todos ignoraban es que Casta Diva comprendía todo, todo en absoluto.  Ella pensó en su tercer día de vida, que así sería bastante insoportable vivir con toda esa gente levantándola cada...